La tormenta ha convertido la tarde en noche cerrada. El
aguacero nos ha empujado a buscar cobijo y lo �nico que hemos encontrado es este
casero oscuro y perdido en medio de la monta�a. Mi amigo Santi y yo pens�bamos
pasar el fin de semana de acampada en un paraje perdido en la naturaleza, pero
la lluvia nos ha obligado a arrastrar las mochilas hasta este aparente refugio.
En una de las ventanas hay luz de alguna vela que no mejora
el aspecto inh�spito que transmite la fachada del caser�o.
Esperamos contestaci�n a los golpes que damos a una puerta
lateral. Se abre y aparece una mujer de aspecto algo tenebroso portando un
candelabro.
"�pero que hac�is ah� con la que esta cayendo?", dice
mientras nos flanquea la entrada.
"Pasad... pasad antes de que os cale hasta los huesos", nos
invita.
Santi y yo, chorreando entramos a la casa a trav�s de un
oscuro corredor y vamos hasta una sala donde nos dice que dejemos las cosas.
Estamos muy agradecidos y superado el primer momento, estudio
la persona que nos da cobijo.
Debe tener unos cuarenta a�os, el pelo recogido en una
especie de mo�o casi deshecho, un blus�n muy grande y manchado. Unos pantalones
oscuros que parecen de hombre, llenos de remiendos y manchas de pintura, y unas
zapatillas viejas de casa completan el atuendo. Realmente lamentable. Debido a
la escasa luz no puedo apreciar bien sus rasgos personales.
"Nosotros no queremos molestar y si nos deja podemos sacar
nuestros sacos y dormir en el desv�n o en el corral", le proponemos. "Quiz�s si
les pides permiso a los due�os...!"
"Esperad aqu� que voy a pedir permiso al se�or", nos dice.
Al rato aparece un se�or de mas de cincuenta a�os, muy amable
que no solo nos deja quedar a pasar la noche, sino que nos invita a cenar con
�l.
Al calor de la chimenea secamos nuestras ropas y escuchamos
atentos algunas de las vivencias del se�or.
Nuestra juventud nos hace ser curiosos y pronto, sus
explicaciones nos seducen.
Rosita prepara la cena para los tres y bajo la luz de dos
candelabros comemos pendientes de las historietas que nos sigue contando.
Despu�s de los postres se enciende un purito y se sirve una gran copa de brandy.
Mientras Rosita recoge los platos vemos como una vez peinada y vestida con su
uniforme no esta nada mal. Yo dir�a que esta muy apetecible, pues desborda un
innegable atractivo.
El se�or Ricard se da cuenta de mis intimas enso�aciones y
pronto encuentra la forma de ponerme a prueba.
Rosita se acerca a la mesa a tomar unos platos, entonces el
se�or le pone la mano en la corva y la va subiendo hasta que se pierde debajo de
la faldilla. Rosita responde con un respingo tratando de liberarse, pero ante la
insistencia del se�or de deja toquetear por debajo de la ropa, pensando que
nosotros dos no nos hemos percatado.
Con descaro el saca la mano, se huele los dedos, se los chupa
y los vuelve a esconder por detr�s de su culito.
La mujer se empieza a alterar y suspira ante las caricias
furtivas del se�or. Mi amigo Santi no se ha dado cuenta todav�a, pero yo ya
tengo la tranca a punto de reventar.
El se�or Ricardo lleva la conversaci�n al terreno sexual y
nos pregunta sin rodeos sobre nuestras experiencias. La presencia de Rosita nos
pone muy nerviosos y apenas somos capaces de responder.
"A vosotros os gustar�a follar con una mujer experimentada,
madura y cachonda?...estoy pensando en la se�ora Rosa, aqu� presente... que hace
todo lo que yo digo", dice el se�or.
Nosotros casi nos atragantamos cuando a continuaci�n de la
sorprendente propuesta, le levanta las faldas y nos ense�a su peludo pubis
desnudo.
"Vamos... vamos... se�ora Rosa, fuera la ropa... que estos
chavales quieren echar un buen polvo y yo lo quiero ver desde cerca", dice con
apremio.
La tal se�ora Rosa, se desnuda sumisa y se queda de pie
delante de nosotros esperando que alguno se atreva con ella.
"Vamos chicos! a por ella", dice �l mientras le indica que se
tumbe sobre la alfombra que hay delante de la chimenea.
Despu�s me armo de valor, me bajo los pantalones y me pongo
encima. Torpemente trato de buscar la entrada de su chocho, pero no lo logro
hasta que ella no me ayuda.
Una vez dentro empiezo a empujar enloquecido hasta que me
corro. Enseguida mi amigo Santi ocupa mi lugar y apenas dura unos instantes
antes de correrse.
El se�or Ricard me anima a follarmela de nuevo, dado que mi
joven polla ya se ha recuperado. Acepto encantado y esta vez el polvo dura un
poco m�s. Lo mismo le sucede a mi amigo, que trata de hacerse el hombre
aguantando unos segundos mas que yo.
Por indicaci�n del se�or, Rosita nos coge a los dos y
literalmente "nos orde�a" de nuevo con su boca y con su mano hasta conseguir
unos nuevos borbotones de leche.
Rendidos y exhaustos nos recostamos cerca del fuego, dejando
que los ojos se vayan cerrando lentamente. Antes de dormirme puedo ver a la
se�ora Rosita arrodillada delante del se�or haci�ndole una estupenda mamada.
"�que suerte tener una sirvienta as� en la vejez!", pienso
antes de dormirme profundamente.
Una repentina sacudida me despierta. Ya debe ser medio d�a a
juzgar por la luz que repentinamente entra por el ventanal. Una mujer mayor de
aspecto poco agraciado y poco amigable nos despierta a empujones.
"Vamos... vamos, pelijas de las narices... que ya hace
rato que deber�ais estar fuera", dice casi gritando. Es bastante desagradable
encontrarse desnudo ante tal mujer y con tanto apremio.
Despu�s de recoger las cosas y ya en la puerta de la calle,
nos explica que la se�ora Rosita es la se�ora de la casa, que es una pintora
famosa y que el se�or Ricard es su marido, un rico banquero.
Santi y yo tragamos saliva y con la mirada nos preguntamos si
lo de anoche fue real.
Deverano.