Relato: Una vida marroqu�





Relato: Una vida marroqu�

UNA VIDA MARROQU�





He visitado
todos los hospitales de Madrid y no he encontrado a Al�, mi amigo, mi hermano,
mi amor. No s� si mis piernas resistir�n el esfuerzo a que las estoy sometiendo
y si mi brazo que siento dormido, como si no me perteneciera y ya ha dejado de
dolerme, volver� a ser el mismo.


Llevo recorriendo las calles, subiendo y bajando escaleras
del metro, entrando alocado a centros sanitarios y requiriendo noticias, desde
que sent� en mi coraz�n, que mi adorado Al� podr�a estar en uno de los trenes,
que unas manos criminales, hicieron explotar esta ma�ana en Madrid.


Hab�amos salido, hoy jueves, muy temprano a la vez como todos
los d�as, de nuestra peque�a vivienda que compartimos en Alcal� de Henares,
recorrido juntos el corto camino hasta la estaci�n del ferrocarril y all� nos
hemos separado, �l ha tomado un tren, que viniendo desde Guadalajara, le
llevar�a hasta la estaci�n de Atocha y yo otro, que estaba ya dispuesto en un
and�n vecino, que sigue una l�nea paralela durante parte del trayecto, pero que
se separa al llegar a las cercan�as de la capital y me deja cerca del trabajo
que tengo actualmente.


Me hab�a sentado solitario, en uno de los asientos libres y
miraba ensimismado por la empa�ada ventanilla, entre la bruma que iba despejando
el firmamento exterior, la luz del amanecer del nuevo d�a y el aparecer y
desaparecer, r�pidamente ante mis ojos, de los secos campos, talleres y peque�as
f�bricas que iniciaban su jornada de trabajo y casas, aun con sus ventanas
encendidas, de los arrabales de esta gran ciudad.


Llevamos viviendo en la comunidad madrile�a, que nos hab�a
acogido, d�ndonos trabajo y posibilidad de iniciar juntos una nueva vida casi un
a�o.


Mis p�rpados, por falta de sue�o y descanso intentaban
cerrarse y mis ideas, dormidas a la realidad de la luz del d�a, se iban abriendo
tambi�n lentamente a la espera de la jornada que se avecinaba, cuando he
sentido, muy cercana, una terrible explosi�n que me ha despabilado al instante y
a la vez ensordecido mis t�mpanos por el terrible impacto ruidoso.


Mi cuerpo ha salido despedido hasta la mitad del pasillo y he
tenido la suerte de que mi cabeza no golpeara contra el sost�n de las butacas
del otro lado, solo me he lastimado el hombro derecho, doblado la mu�eca de ese
mismo costado y recibido algunos ara�azos en mi rostro al rodar por el suelo.
Los que viaj�bamos en este vag�n, quitando alguna distensi�n o golpe, hemos
conseguido salir del tren, corriendo enloquecidos por el terror, pero sanos y
salvos.


Lo que se ha presentado, ante mi vista, cuando he llegado al
and�n, era un maremagnum de personas que corr�an de un lugar a otro. Algunas
intentaban ganar, con los ojos desorbitados por el miedo, las salidas y otras
atontadas por el terrible ruido o sordas moment�neamente por la onda expansiva,
idas, sin saber donde se encontraban, paradas en medio del and�n, sin decidirse
lo que hacer o hacia donde dirigirse, se entrechocaban con los que hu�an
corriendo hacia las dos salidas laterales.


En el ambiente hab�a gritos de miedo, alaridos de terror y un
sordo taconeo de la gente que corr�a anunciando a grandes voces lo ocurrido,
unido a un olor especial, indefinible, a varias cosas diferentes quemadas a la
vez.


Muchos hemos parado nuestra loca carrera al ver que hab�a un
vag�n totalmente deshecho ante nuestros ojos. Era el tercero contando desde la
cabeza del tren. Yo, que hab�a viajado en el quinto, aun no me hab�a dado cuenta
que me hab�a acompa�ado la suerte.


Desde el destrozado vag�n ve�amos intentaban salir, entre las
puertas, ventanas y parte de su estructura reventada, cuerpos ensangrentados,
gente que se arrastraba para poder huir y otros que no se mov�an del lugar en
que estaban ca�dos, atrapados por los hierros retorcidos o porque algo roto en
su cuerpo no se lo permit�a, que gritaba lastimera por la terrible impresi�n
sufrida o por el dolor que sus heridas les produc�an, mientras miraban, con la
vista perdida en la lejan�a, sin saber donde se encontraban ni lo que les hab�a
pasado.


El dolor que ten�a en el hombro y en mi mu�eca se pas� de
repente al ver aquella dantesca escena y sin pensarlo, como hicieron la mayor�a
que conmigo intentaban escapar de aquel terror, nos aprestamos a ayudar a
aquella gente que necesitaba ser atendida y separada de aquel infierno de fuego
y calor.


No s� el tiempo que permanec� en ese macabro lugar sacando
hasta el and�n, entre todos los que pusimos nuestras fuerzas, de la mejor manera
que supimos, fuera de aquella c�rcel de terror, a las personas que nos fue
posible, hasta que los enfermeros profesionales, que fueron llegando
r�pidamente, nos sustituyeron, porque la forma que nosotros evacu�bamos los
heridos, quiz� no fuese la manera m�s ortodoxa de atender a quien tuviese alguna
rotura en su cuerpo.


Al salir de la estaci�n me volvieron los dolores del hombro y
de la mu�eca, por lo que llevaba el brazo encogido y vi�ndome tan ensangrentado,
me dirigieron amablemente unos sanitarios a que entrase en una gran tienda de
campa�a, que a modo de hospital de campa�a, hab�an colocado enfrente de la
salida de la estaci�n.


Me atendieron y dejaron al momento, porque les indique no
ten�a nada importante, solo estaba manchado de aquella sangre inocente.



Atender a los que lo necesitan m�s que yo. �� Estoy bien !!,
solo manchado de sangre
- no hablo perfectamente el castellano pero me hago
entender suficientemente.


Cuando sal� de aquel lugar y me apart� de la estaci�n donde
hab�a tenido lugar la explosi�n, de aquel recinto de terror, miedo y confusi�n,
aun ten�a en m� mente una conmoci�n y aturdimiento que no me permit�a pensar
debidamente. Le� El Pozo en la fachada del edificio que acababa de abandonar,
pues hasta entonces no sab�a donde est�bamos parados en el momento que sucedi�
aquel sangriento y sanguinario atentado.


Las escenas que hab�a presenciado, hac�a muy pocos minutos,
aun las ten�a presentes en mi cerebro. Eran instant�neas de horror, sufrimiento
y angustia las que pasaban constantemente ante m� mente. Pero tambi�n recordaba
la amistad, el desprendimiento y la solidaridad humana que se hab�a manifestado
en aquel lugar, porque hab�amos sido muchos los que, sin pensar en la
posibilidad de nuevas explosiones que nos hubieran alcanzado, nos hab�amos
acercado a atender y ayudar a nuestros semejantes que se encontraban atrapados y
sufriendo entre aquel calvario de hierros, madera y pl�stico quemados.


De pronto, algo en mi interior me asalt� el pensamiento, fue
una revelaci�n, como si mi coraz�n hubiese dejado de moverse, como si mis
pulmones no recibiesen aire, como si se me estuviera yendo la vida por momentos.
Alguien estaba diciendo cerca de m�, que no solamente nuestro tren hab�a sido
objeto de un atentado, que hab�a otros dos m�s y pronunci� el nombre de Atocha.



- Han matado viajeros que iban en dos trenes m�s, uno en la
estaci�n de Santa Engracia y otro en Atocha -
al o�rlo me di cuenta, que mi
amor, hab�a tomado uno de ellos el que iba hasta esta estaci�n.


Empec� entonces un recorrido enloquecido por la ciudad. Para
poder ir desde El Pozo del T�o Raimundo hasta la estaci�n de Atocha no hab�a
metro y me val� de autobuses cuyas combinaciones preguntaba a la gente. Cuando
me ve�an con manchas de sangre en ropa, cara y manos y dec�a que buscaba a un
compa�ero, me ayudaban y se�alaban el mejor de los recorridos posible.



�Iba en el tren que ha explosionado aqu�? - me
preguntaban interesados.



Si, pero ahora busco a un amigo que iba en el de Atocha. Yo
estoy bien.



Ten�a casi que soltarme de las efusiones y abrazos que muchas
personas, de buen coraz�n, pretend�an darme, entre enhorabuenas y blasfemias
dirigidas para los que hubieran realizado aquella salvajada.


Intent� buscar primeramente dentro de la estaci�n de Atocha,
pero cuando llegu� all� no me dejaron entrar, estaba acordonado todo el recinto
buscando nuevos explosivos o huellas que detectasen la autor�a de aquella
hecatombe. Mir� por los alrededores y no encontr� a mi Al�. Cuando pregunt�
donde pod�a estar, si estuviese herido, me se�alaron una lista de hospitales
porque las ambulancias les hab�an llevado donde pudieran ser atendidos
r�pidamente, La Paz, Gregorio Mara��n, Doce de Octubre, Cl�nica de la Concepci�n
. . . .y quiz� alguno m�s hab�an recibido heridos.


Donde me indicaron estaban acumulando, en una morgue
improvisada, los cad�veres de aquella cruel matanza, no quise ir, ser�a como
perder la esperanza de encontrarlo con vida.


Comenc� a buscarle por el m�s cercano, el hospital Gregorio
Mara��n y en uno de los mostradores que hab�an puesto para atender a los
familiares me preguntaron.



- �C�mo es ese amigo?



�Qu� puedo responder? �C�mo puedo describir con palabras a mi
querido amor?



Bello, muy bello - se me escap� junto a un largo suspiro.
Fue la mejor palabra que encontr� mi mente, en aquellos tr�gicos momentos, para
definirlo - se llama Al� Mameb ben Alahal.



No hay listas definitivas - me dijeron para darme �nimos,
mientras la chica, que me atiende, va deslizando el dedo por unas cuartillas,
escritas a mano, ya sucias de las veces que ha resistido el discurrir de
diferentes dedos - adem�s estos nombres tan dif�ciles seguro no est�n bien
escritos.



Al verme con sangre en mis ropas y rastros aun no quitados
del todo en mi rostro y un brazo que llevo como colgando, me dice pase a curarme
a la secci�n de urgencias y me se�ala el pasillo que debo seguir. Hago como que
voy para esa parte, pero me marcho hacia la salida, porque primero debo de
encontrar a mi amor.


Me dirijo a La Paz porque hay un autob�s que me lleva
directamente. En el veh�culo soy la atenci�n de todos los que van en �l al verme
ensangrentado y doli�ndome del hombro, pero nadie me pregunta nada, porque
cierro los ojos para evitarlo, deseo que mis pensamientos est�n totalmente
dedicados al compa�ero de mi vida, que temo est� en estos instantes herido,
sangrando o tendido, mientras le operan, en una mesa de quir�fano.


En La Paz me ocurre lo mismo que en el Mara��n, intentan
atenderme m�s a m�, que a las preguntas que les hago sobre el compa�ero que
busco. Est�n desbordados con los heridos y las consultas que les hacemos,
parecen son escuchadas, pero no creo son o�das, ni menos atendidas.


Mi alma ha estado llorando en silencio durante todo este
recorrido por la capital de Espa�a. Desde las nueve de la ma�ana aproximadamente
que inici� mi loca carrera en busca de Ali no he descansado, comido nada, bebido
y tampoco orinado y son ahora ya las tres y media de la tarde.


Cuando sal� nuevamente, baj� al metro y aunque es el
transporte que siempre utilizo en la capital me sent�a incapaz de buscar el
itinerario que me llevase a otro de los centros donde deb�a de mirar de nuevo
las listas. Una se�ora me se�al� la l�nea y el cambio de direcci�n que debiera
de tomar y hacer posteriormente.


Visit� la Cl�nica de la Concepci�n donde hab�an llevado muy
poca gente herida, supe que Al� no hab�a ingresado, por lo que me dirig� al
�ltimo gran hospital que me faltaba por recorrer.


Cuando llegu� al Doce de Octubre se present� la misma
situaci�n, las listas se estaban haciendo sobre la marcha, poniendo el nombre
que daba el enfermo o alguna se�al que tuviese.


- No desespere estamos haciendo lo m�s importante, atender
a los heridos, ya pondremos los nombres bien despu�s que terminemos esto -

me dijeron.


Tuve que entrar en los servicios que hay en el hall de ese
hospital y mientras estuve sentado en el sanitario, he comenzado a llorar hacia
el exterior, con hipidos entrecortados, intentando no se me oiga. Se ha unido al
desgarrador y silencioso llanto, el cansancio, la pena que me inunda y el miedo
a la soledad que empiezo a sentir en el interior de mis huesos.


La congoja me inunda y entrecorta la respiraci�n y es tal el
desamparo que siento al no tener localizado a�n a mi Al�, que permanezco en
aquel extra�o sitio, encogido, solitario, lloroso y aterrado ante lo que mi
pensamiento teme y me recuerda, �� Qu� mi amor no haya podido sobrevivir a esta
terrible matanza indiscriminada !!.


Pens� de pronto que era dif�cil que hubiesen identificado a
Al� y esto me dio nuevos �nimos para seguir buscando, porque si hab�a ingresado
con el conocimiento perdido y no dicho personalmente su nombre, no sol�a llevar
encima documento alguno que pudiera ser motivo de identificaci�n por la polic�a,
lo mismo que yo, ni ninguno de los marroqu�es que vivimos sin "papeles".
Esperamos nos crean cuando decimos que hemos huido de nuestro pa�s por motivos
pol�ticos. Mientras solicitan informaci�n a Rabat suele pasar tiempo suficiente
para diluirse de nuevo entre los miles que estamos en esa condici�n.


�� Qu� terrible es tener que vivir escondido, c�mo si
fu�ramos realmente fugitivos de la polic�a !!. Lo �nico que buscamos es poder
vivir, como un ser humano, en una sociedad normal.


Llegada la noche, agotado, lloroso y con mucho dolor por el
golpe que hab�a recibido en el hombro decid� volver a nuestra casa en Alcal� por
si Al� le hubiera pasado lo mismo que a m�, que hubiese pasado el d�a busc�ndome
por los hospitales de la capital. Las comunicaciones estaban interrumpidas y
cuando llegu� noche completa, ante la puerta de mi vivienda y met� la llave para
abrir ya sab�a que estaba vac�a.


Que horrible sensaci�n sent� al entrar y no encontrar a mi
amor esper�ndome. Todos los fantasmas que hab�an poblado mi cabeza durante el
d�a, se me presentaron de repente.


No encend� siquiera la luz. Sabiendo que no estaba Al� en
casa no pude mirar las cosas que me lo recuerdan. Me derrumb� sobre un sof� que
hab�amos comprado hac�a poco en una tienda de muebles usados, que hab�amos
tapizado entre los dos y estrenado am�ndonos y llor� como no lo hab�a hecho
desde que era un ni�o, a gritos desgarradores.


Cuando qued� sin l�grimas, creo me dorm�, porque cuando me di
cuenta hab�a amanecido el viernes.



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Vi a Al�, por primera vez,
en la ciudad de Tetu�n. Estaba parado en una acera, mirando al parecer muy
interesado un escaparate lleno a rebosar de alfombras. Yo iba al mismo lugar y
m� enlace me hab�a indicado que hiciera lo mismo, me pusiera en la acera y
mirase hacia el interior de aquel almac�n a la espera de una se�al.


Nos miramos de reojo, inquietos, porque ambos sab�amos a lo
que hab�amos ido all�. Quer�amos ponernos en contacto personal con una agencia
prohibida en Marruecos, que se dedicaba a transportar, en pateras, gente
africana hasta Espa�a.


Al rato de vernos parados ante el escaparate, un hombre muy
engolado y elegante, vestido perfectamente a la europea, sali� hasta la puerta
del establecimiento y nos hizo se�as de que pas�semos al interior y haciendo que
nos iba ense�ando alfombras nos condujo hasta interior del local. Ya en la
trastienda, un negocio tapadera de los muchos que ten�a la mafia marroqu�, que
se dedica al tr�fico humano, habl� con Al� por primera vez.


Mientras esper�bamos que nos llamaran, sentados en un mont�n
de alfombras, me dijo proven�a del interior del pa�s, que hab�a nacido y vivido
hasta entonces en mmm.



Yo soy de nnnnn - le inform� por mi parte.


Me pareci� como si le conociera desde hac�a tiempo y sent�
una simpat�a y confianza hacia �l, tan r�pida y extraordinaria, muy dif�cil de
definir y explicar en aquel lugar y circunstancia.


Cada uno arreglamos por separado, con el que llevaba la
representaci�n de aquella agencia, el pago de la cantidad que solicitaban se
hiciese por adelantado y cuando salimos, con unos metros de distancia, para
despistar a unos posibles vigilantes, nos esperamos al llegar a una peque�a
plaza cercana.



- �Cu�ndo te han dicho que sales de este pa�s de infierno? -
le pregunt�



- El jueves pr�ximo, parece ser que es el mejor d�a seg�n las
mareas.



- Iremos entonces juntos - le dije sonriendo porque
tambi�n a mi me hab�an se�alado ese d�a como el posible de embarque.


Est�bamos a martes, por lo que aun tendr�amos que pasar en
esta ciudad dos d�as m�s, siempre que no ocurriera algo anormal.


- �Tambi�n deber�s estar en el caf� Espa�a del puerto a
las nueve de la noche, ese d�a?



Se me qued� mirando, quiz� pensando que pudiera ser un esp�a
de los muchos que la polic�a marroqu� tiene por las ciudades costeras buscando
esas mafias, pero creo que al ver la mirada de embeleso, que le dirig�a, me
crey�, porque me contest� ense�ando sus maravillosos dientes en una sonrisa
abierta y franca.



S� - a la vez que me preguntaba interesado - �D�nde te
alojas?


Desde hace tres d�as en una fonda, tambi�n cercana a la mar,
no es cara. �Tu?


En ning�n sitio, por miedo y por ahorrar unos dinares he
dormido dos noches en la calle. Llegu� aqu� hace tres d�as.


�Quieres venir conmigo?, si compartimos la cama, el patr�n
nos har� un mejor precio.



Se sonri� de aquella manera tan especial con que lo hac�a y
que llegu� a amar intensamente, asinti� con la cabeza y me sigui� hasta mi
habitaci�n. Desde aquella noche, no me he separado de Al� en ning�n momento.


Al� ten�a 22 a�os, yo acababa de cumplir 24, y era el chico
m�s hermoso que nunca hab�a visto hasta ese momento. No era muy alto, quiz�
alg�n cent�metro menos que yo, delgado, con un cuerpo cimbreante y muy moreno.
El pelo cortado un dedo por encima de su cabeza, se le notaba ensortijado si lo
hubiera permitido crecer.


Pero lo que m�s me atrajo de �l fueron sus ojos, negros,
vivos, brillantes, que trasluc�an la �ntima bondad que pose�a. Eso y su sonrisa
cautivadora, me dejaron rendido desde el primer momento que le vi parado en la
acera, ante aquel cristal iluminado de Tetu�n.


Cuando nos acostamos me puse mirando hacia arriba, al techo y
�l hizo lo mismo. Me cont� lo que le hab�a costado reunir el dinero que aquellos
malvados nos cobraban por transportarnos hasta Espa�a. Que hab�a trabajado en
los oficios m�s dispares, dejando sus estudios de ingenier�a t�cnica, para
ponerse a trabajar y ahorrar los dinares necesarios para comprar la libertad que
esperaba obtener en Europa.


Ten�a sus padres en el pueblo en que naci� y varios hermanos
m�s peque�os que �l a los que pensaba ayudar en cuanto pudiera.


Yo le cont� parte de mi vida hasta entonces. La busca de la
libertad en mi caso era m�s exacta que en la suya. Hab�a participado en algunas
manifestaciones estudiantiles y me sab�a fichado la polic�a. Hab�a sido mi
familia la que me hab�a aconsejado marchar de Marruecos y era ella la que me
hab�a dado el dinero necesario para que lo hiciera.


Estaba deseando darme la vuelta, besarle y decirle que le
amaba con locura desde la primera mirada que me hab�a concedido en la calle,
pero por temor a ser rechazado me abstuve, le desee las buenas noche y d�ndonos
ambos la espalda nos dormimos.


Fue la siguiente noche cuando no pudiendo aguantar m�s y ante
su mirada acariciadora, cuando hablaba con �l y le miraba de frente, me atrev� a
acercar mis piernas a las suyas. Las recibi� y acept� colocando las suyas encima
de las m�as. Ya sin necesidad de decir nada m�s entre nosotros, acercamos
nuestros labios hasta juntarlos en un beso interminable.


Aquella noche nos amamos locamente, juntamos enardecidos
nuestros cuerpos y nos declaramos mutuo amor jur�ndonos ser�a eterno.


El �ltimo d�a que pasamos en Africa estuvimos paseando
nerviosos esperando la noche, mir�ndonos continuamente a los ojos, sonriendo
como bobos y haciendo planes futuros para cuando estuvi�ramos en Espa�a.



Seremos felices Al� - le dec�a yo - ahora que te he
encontrado ya tengo una aliciente en mi vida. Pensaba, si consegu�a llegar,
tendr�a que permanecer solitario en aquel pa�s. Ahora s� que llegaremos los dos
y viviremos juntos.


�� Qu� Al� te oiga !! - me respondi�.


En ning�n momento pudimos besarnos ni manifestar nuestro amor
porque si alguien nos ve�a y denunciaba, pod�amos estropear el camino que
pens�bamos recorrer juntos.


Llegada la noche, escondidos en la bodega de aquel caf� que
nos recibi� a la hora convenida, en la oscuridad, junto a una veintena de
personas, nos dimos la mano y as� permanecimos callados por orden del due�o del
local, esperamos las �rdenes de montar en la patera que esperaba fondeada en el
puerto.


Salir a la mar en una barca de recreo debe de ser una
experiencia maravillosa, pero hacerlo en una patera m�s bien peque�a, donde han
embarcado veintid�s personas, de noche, escondi�ndose de la polic�a, para lo que
nos pidieron nos ech�ramos al suelo, es algo que te produce miedo y
desesperanza.


Cuando nos dijeron pod�amos sentarnos, Al� y yo pudimos
hacerlo juntos. �bamos pegados unos a otros y Al� a su derecha compart�a
asiento, con una mujer de unos treinta a�os, que muy pronto comenz� a dar
arcadas porque el mar la estaba mareando. Cuando se dio cuenta de ello se dedic�
a atenderla porque le daba pena lo mal que lo estaba pasando y ayud� a que el
mar recibiese su v�mito sosteni�ndola la cabeza.


De vez en cuando, mientras la atend�a, extend�a la mano que
estaba m�s cerca de m� y me acariciaba el muslo. Entonces yo miraba hacia �l y
ve�a brillar en la oscuridad de la noche aquellos maravillosos ojos encima de un
destello de luna que se reflejaba en su blanca dentadura. Esta acci�n calmaba mi
miedo.



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Me duch� con agua fr�a para
despejarme. Aunque mi cuerpo volvi� a alcanzar el vigor necesario para lanzarme
r�pidamente en busca de Al�, mi cabeza solo repet�a lastimosa su nombre cuando
sal� a la calle.


El d�a comenz� siendo una repetici�n de parte del d�a
anterior. Con la diferencia que mientras el jueves los hospitales inundados de
enfermos y desbordados por el ingente trabajo, atend�an solamente los heridos y
las labores burocr�ticas quedaron abandonadas, el viernes, seguramente a
instancias del gobierno, que quer�a satisfacer las l�gicas reclamaciones de las
familias, las listas se pusieron en orden y cuando visit� de nuevo los
hospitales ya eran definitivas y contrastadas. Ahora los nombres que figuraban
en ellas, en una proporci�n casi del cien por ciento, eran fieles.


Hab�an colocado listas mecanografiadas en los mostradores de
recepci�n y era posible cotejarlas uno mismo. Lo hice lentamente, lati�ndome el
coraz�n cada vez que avanzaba en su mirada y aunque las repas� varias veces, el
nombre de mi amor no figuraba en ninguna de ellas.


Tuve que hacer al final lo que mi mente se hab�a negado desde
el principio, ir hasta el IFEMA, al pabell�n n�mero seis, donde hab�an formado
la morgue, con los cad�veres que hab�a ocasionado esta terrible cat�strofe y
donde los m�dicos forenses estaban identificando los cuerpos.


Cuando llegu� me comunican que han recibido ya 193 cad�veres
y que no ser�an desgraciadamente todos, porque hab�a varios heridos, casi a
punto de morir, en los hospitales.


Me dicen tambi�n que de los que han identificado ya hay
listas, y me se�alan donde est�n, pero que en aquellos momentos les falta por
hacerlo a 86 cuerpos y que trabajan denodadamente para poder comunicar a las
familias, que buscan all� despu�s de haberlo hecho por todos los centros
hospitalarios, la horrible confirmaci�n de la muerte de sus deudos.


Me piden rellene un cuestionario con lo que considere ayude a
identificar la persona que busco, si no est� en la lista que debo comprobar,
poniendo en �l la descripci�n f�sica, se�as personales, marcas en el cuerpo y
que aporte si me es posible, algo que le pertenezca, de donde se le pueda tomar
muestras para determinar su ADN y cotejarlo con los cuerpos que tienen guardados
pendientes de identidad.


Tembloroso, con el temor de ver escrito el nombre de mi amor,
miro las listas, al lado de gente que ansiosamente, como yo, leen aquellos
nombres, algunos musitando sin darse siquiera cuenta, los nombres de manera que
los dem�s cercanos les o�mos.


Es terrible sentir que aquella larga lista, en estos momentos
son 107 nombres, pueda ser de gente que ha desaparecido en un instante, que
hayan muerto por culpa de unos locos asesinos que seguramente no saben ni lo que
han querido conseguir con esta salvajada.


Al� no est� en ella, pero no deseo repasarla, si lo hiciera
parecer�a que intentaba que estuviese.


Intento rellenar el papel que me han dado, pero la vista se
me nubla de l�grimas despu�s de haber escrito su nombre, pienso en su cuerpo,
repaso en mi mente como es Al�, hablo siempre en presente de mi amor, porque
tiene que estar vivo, a pesar de que me encuentro indagando en esa terrible
morgue.


Conozco cent�metro a cent�metro todo su cuerpo por la
multitud de veces que lo he acariciado y hasta lamido y no le recuerdo ninguna
imperfecci�n. �C�mo puedo poner en aquel papel como era su pecho, caliente,
acogedor con aquellas puntitas negras, con unos cuantos pelos largos alrededor,
que se endurec�an en cuanto las tocaba? �Aquella cintura sin gota de grasa
extra? �Aquellos gl�teos redondos, duros que apretaba contra m� cuando hac�amos
el amor? �Aquel pene, que inhiesto, era el m�s hermoso y proporcionado que
hombre alguno haya tenido?


Rompo el papel y salgo de aquel sitio de muerte y desolaci�n,
sin volver la cabeza, porque necesito ver de nuevo la luz y encontrar un lugar
donde mi mente pueda llorar solitaria.


Se me hace de noche en el pabell�n n�mero seis de de IFEMA
donde me encuentro apoyado contra una pared. No s� si tengo transporte hasta
Alcal� de Henares y como tampoco tengo deseos de hacerlo porque no tengo all� a
mi compa�ero esper�ndome, decido permanecer en aquel lugar, hasta que al
amanecido vuelva repetir de nuevo la ronda de visitas a los hospitales por si un
hubo un error de filiaci�n y mi Ali se encuentra en alguna habitaci�n o
quir�fano sin poder decir su nombre.


Un guarda de seguridad, que me ve en aquel estado, llama a un
de las enfermeras-psic�logas que atienden a los familiares y me pasan a una
sala, me dan un caf� y un bocadillo que como sin hambre a instancias suyas y me
permiten extenderme a descansar sobre tres butacas unidas.


Es tal el agotamiento que tengo que quedo dormido al instante
y no oigo ninguna de las palabras que aquella chica me ha empezado a decir para
calmarme.



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Nadie hablaba a bordo de
aquel bote marroqu� y todos mir�bamos hacia la lejan�a por ver si en la
oscuridad ve�amos aparecer una patrullera de la polic�a espa�ola que nos podr�a
devolver a tierra del Magreb.


La parte m�s dif�cil del viaje, nos hab�an dicho, se
presentaba al descender a tierra porque hab�a much�sima vigilancia policial,
tanto en la costa, como en el interior y adem�s informaron que cualquier s�bdito
espa�ol que ayudase a un emigrante, llegado sin los papeles correctos, se le
castigaba con una fuerte multa.


Llev�bamos dos horas avanzando por aquel mar que aunque no
estaba demasiado encrespado notaba las corrientes contrapuestas del estrecho por
medio de un balanceo que hizo que ya varios de los que viaj�bamos en aquella
patera sintieran el mareo y comenzasen a vomitar.


Seguimos la ruta que los patrones, que se encargaban de
llevar personas a Europa segu�an normalmente, podr�a parecer que hacerlo de esta
forma era darle facilidades a las patrulleras espa�olas, pero seg�n ellos
evitaban lo m�s posible pasar por la parte de mar correspondiente a Espa�a
haci�ndolo por aguas marroqu�es y gibraltare�as en casi todo el recorrido.


Cuando est�bamos acercando a tierra el patr�n que dirig�a la
patera nos avis�.



Nada de voces altas, ni golpear de cosas met�licas. Nos
acercaremos todo lo que podamos a la orilla con el motor parado, solo con los
remos hasta que pod�is hacer pie,. Cuando yo diga �� saltar !! lo har�is
r�pidamente todos. Llegar�is sin problemas por vuestros propios medios a tierra.
La playa es lisa y no tiene ning�n peligro. Cuando la barca est� vac�a virar� y
volver� a Marruecos. Quien no haya saltado al o�r
mi orden, volver�
conmigo o se tendr� que tirar al agua donde le cubra. �� Que Al� os ayude !!



Cuando saltamos Al� sigui� ayudando a aquella mujer, pero me
busc� tambi�n con la mirada y cuando comprob� iba a su lado andando, a trav�s de
aquella fr�a agua que nos llegaba hasta la cintura, volvi� a sonre�rme y
animarme.



- �� Ya hemos llegado !!. �� Al� ha sido magn�nimo !! -
me dijo entusiasmado.


Trepar por aquellos acantilados de piedras y arena, aunque no
eran demasiado pronunciados, empapados con aquella fr�a agua atl�ntica, fue muy
penoso para muchos, no tanto por la dificultad f�sica, sino por la tensi�n, el
miedo y que el d�a empezaba a clarear. Avanzamos a veces agachados y hasta
reptando por el suelo para no ser vistos por los habitantes de aquella regi�n.


Cuando la mayor�a del grupo salimos a una carretera cog� de
la mano a Ali, que quer�a seguir ayudando a varios de los que hab�an viajado con
nosotros y daban fuertes muestras de cansancio, y le obligu� a escucharme.



Al� debemos separarnos de los dem�s si no queremos que nos
atrapen a todos a la vez.



Dud� un momento pero el tir�n que ejerc� sobre su brazo le
hizo reaccionar debidamente y nos separamos del grupo, que inici� la marcha
hacia la derecha, mientras nosotros lo hac�amos hacia la izquierda.


No he sabido si al resto los cogieron o si consiguieron
llegar a su destino, pues nunca llegu� a ver a ninguno de los que viajaron desde
Marruecos con nosotros.


Las penalidades que sufrimos durante la marcha por el sur de
Espa�a para despistar a los polic�as que vigilaban los caminos, los sitios tan
extra�os donde dormimos, lo poco que comimos y lo mucho que nos amamos, no podr�
olvidarlo nunca. Forma parte de nuestra historia mutua, de esos recuerdos que
ahora vuelven a m�, v�vidos, enternecedores, como tatuajes indelebles que han
quedado marcados en la piel de mi cerebro para siempre.


Aquellos d�as a su lado me hicieron conocer al ser m�s
maravilloso que la tierra dio nunca, su afecto, su bondad, su desprendimiento,
su simpat�a, su saber entregarse sin pedir nada a cambio, capaz de transmitir un
amor y un cari�o hacia m�, que llen� totalmente mi vida desde entonces, de forma
que todas las penalidades se empeque�ecieron y desaparecieron r�pidamente por
haber podido estar junto a �l.


La llegada a Madrid, ayudados por algo de dinero que mi
familia me mand�, compartir vivienda en Alcal� de Henares donde nos dirigi� un
compatriota amigo, el encuentro de trabajo, el inicio de la vida com�n am�ndonos
con locura, son hitos ya de nuestra feliz vida en Espa�a.



�


�



- - - o o o - - -




�



Amanece el s�bado en
aquella peque�a sala donde me han alojado, mi brazo ha tomado un color morado y
est� tan hinchado y sensible que cualquier movimiento me hace chillar de dolor.
Cuando pido un calmante a una de las enfermeras, que veo all�, me dice que
necesito ser atendido en alg�n centro.



�Como no te han curado en alg�n hospital? - me pregunta.


Ella misma gestiona mi traslado, aprovechando una de las
ambulancias que est�n yendo y viniendo hasta aquel lugar y echado en una de las
camillas, que seguramente acababa de trasladar alg�n cad�ver, me llevan al Doce
de Octubre.


La zona de urgencias ya ha tomado la rutina del diario
quehacer del centro, despu�s de los dos d�as locos, que han agotado al personal.


Me vendan la mu�eca, me colocan una especie de cors� y dejan
mi brazo en cabestrillo colgado del cuello. Me hacen tomar una pastilla,
meti�ndome en el bolsillo superior de mi camisa, varias por si tengo dolor y
como consideran que mi lesi�n es leve me dan el alta inmediatamente.


Hacia las once entro en una cafeter�a para poder orinar y
tomar algo caliente y mientras lo hago oigo la televisi�n que tienen encendida.



- �� Dios m�o !! - me digo al escuchar lo que est�
diciendo - �� han sido mis compatriotas los que han hecho esta salvajada !!.


Aunque no lo deseo, lo �nico que puedo hacer es ir hasta
Alcal� donde recojo un cepillo de dientes y el �ltimo calzoncillo que Al� hab�a
usado y dejado para lavar y vuelvo de nuevo a la morgue.


Ahora si estaba pendiente de las noticias que los medios de
comunicaci�n iban informando. Ya hab�a cinco detenidos, tres, los principales de
mi nacionalidad. Al pasar por unas obras que se hac�an en una carretera o� a un
compatriota que comentaba en alta voz a sus compa�eros de trabajo.



Esos asesinos no son marroqu�es. Son unos locos fan�ticos.



Estoy casi de acuerdo con �l, pero ninguno de los que vivimos
aqu� podemos evitar que lo sean.


A las dos de la tarde estoy de nuevo en IFEMA en el pabell�n
n�mero seis. Los cuerpos sin identificar son solo 36 y Al� no est� entre los que
ya tienen nombre en las etiquetas que han colocado sobre sus ata�des que
comienzan a salir hasta los lugares donde los exhumar�n.


Me prometieron decir si el primer an�lisis de ADN daba
resultados y pod�a ponerse su nombre a alguno de los cuerpos que aun permanec�an
innominados. Si este an�lisis no daba resultados deber�an repetirlo en un
laboratorio m�s sofisticado, cuyo nombre no retuve y no sabr�a nada hasta el
lunes.


Me sent� en una de las salas de espera que han habilitado
para las familias cuando entregu� el cuestionario que tuve que rellenar, y las
prendas de Ali y aqu� sigo esperando me confirmen una informaci�n que ahora, de
pronto, s�.


�� He tenido una revelaci�n !!.


Ahora ya no dudo que Al� haya muerto. Lo conoce mi alma
fijamente, lo siente mi coraz�n, est� ya metido en el interior de mi cerebro.


��� Siendo el mejor de los marroqu�es que ha nacido, Al� lo
ha inmolado, ha entregado su vida para pagar al pueblo madrile�o y espa�ol, con
su sangre, el mal que unos locos, asesinos, fan�ticos integristas, han causado a
esta naci�n maravillosa !!!.


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Relato: Una vida marroqu�
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