Relato: Sin Televisi�n (1)





Relato: Sin Televisi�n (1)

Sin Televisi�n


Afuera llov�a. Tras toda una tarde de largos titubeos, el
clima finalmente se hab�a decidido a una larga y torrentosa lluvia.


LA caba�a estaba relativamente escondida en el bosque. A unos
pocos centenares de metros de la carretera principal, la peque�a casa hecha de
madera se hallaba cerca de un riachuelo de aguas cristalinas y un bosque sacado
de alg�n cuento de hadas.


Mi padre hab�a propuesto ir a pasar all� un fin de semana
familiar. El lunes era festivo, as� que, tras las protestas, especialmente
energicas de Anabel, mi hermana mediana, todos nos hab�amos montado en el carro
y, cargados con los artilugios necesarios para hacer todo tipo de actividades,
agarramos la carretera el viernes al mediod�a.


Viajabamos mi madre, mi padre, Anabel, Mariluz y yo. Mariluz
era mi hermana mayor, Anabel la mediana y yo el menor.


Cada uno de nosotros era bien diferente. As� como Yo y
Mariluz �ramos m�s hogare�os, Anabel obiaba estas cosas. A la que pod�a, siempre
se escapaba de los encuentros familiares con primos y t�as. Y ya le ven�a de
peque�a... cuando apenas contaba diez u once a�os de edad, ya se quedaba en el
rinc�n jugando sola, o dibujando en un papel, mientras yo, con dos a�os menos,
celebraba con mis primitos, y primitas, las raras ocasiones en que pod�amos
hacer travesuras juntos.


Mariluz tambi�n. Nos llevaba varios a�os de ventaja. Y se
hab�a vuelto, desde que puedo recordarla, una hermosa joven risue�a y alegre.
Siempre andaba con la guitarra a cuestas, haciendo revolotear las notas all�
donde estuviera. Obviamente, hab�a comenzado con canciones protestas y
vistiendose de hippy. Pero con el tiempo se hab�a girado hacia musicas m�s
complejas, especialmente flamenco. Ten�a un don para ello. Tal vez, el famoso
duende.



Mi padre y mi madre... bueno, eran todo un mundo aparte. Sus
relaciones eran como una ola del mar: pasaban de la m�s completa pasi�n y amor
al odio m�s ciego y atemorizante. Tanto en una situaci�n como en otra, los
descubr�amos haciendo "cosas"... ya sea fornicando entre ellos a la hora de la
siesta o poniendose cuernos, mi madre con el fontanero, mi padre con la
secretaria la celebraci�n del decimo aniversario de la compa��a que hab�a
fundado.


Ambos se conservaban bastante bien, f�sicamente. Y si algo
puedo decir a pesar de todo, es que se quisieron mucho durante el tiempo que
estuvieron juntos.


El camino hasta la caba�a era, en su ultimo trozo, de tierra.
Mi padre lo hab�a recorrido lentamente, mano en volante, en la otra el mapa que
le hab�a hecho a toda prisa Joaqu�n, su socio, propietario de la casa y amigo
intimo de mis padres.


Hab�amos llegado a media tarde, descargando todos los
bartulos con presteza para empezar cuanto antes a disfrutar de los sabores de la
vida en el campo. Como siempre, Anabel se hab�a apeado del carro, y sin decir
palabra se hab�a caminando bosque adentro.


En un ratito, y viendo como los nubarrones iban cercando el
cielo azul, ya estabamos en la peque�a terraza todos menos anabel disfrutando de
una suculenta comida comprada en el pueblo m�s cercano.


Esa misma tarde, despu�s de comer, nos fuimos mi padre y yo,
a pesar de mis reticencias por la lluvia, a "hacer actividades de hombres".
Osease, pescar.


Bajando el r�o, a medio kilometro, se formaban naturalmente
varios peque�os estanque sdonde las truchas descansaban de su arduo viaje
corriente arriba. Escojimos la m�s grande, cargamos el sedal y nos sentamos a la
orilla con la ca�a clavada al suelo y sentados encima algunas rocas.


- M�s nos vale sacar seis o siete peces, o si no no s� que
cenaremos.- Mi padre dijo esto en tono medio en serio medio en broma. Yo me lo
cre�, y a medida que pasaba el tiempo, y el clima empeoraba, y las truchas
com�an otras cosas que no fueran nuestros gusanos, me iba poniendo nervioso.
Afortunadamente, mi padre no se puso a platicar en plan "de hombre a hombre",
sino que estuvimos charlando sobre cosas sin inter�s. Al final, harto de tanta
espera, me decid� a dar una vuelta a ver que pod�a encontrar.


�Y vaya lo que encontr�!


Seguir el r�o corriente abajo era tarea sencilla. Los bordes
estaban bastante despejados, y aunque alguna vez hab�a que cambiar de lado o
saltar encima de unas piedras apartando matorrales, el dsescenso era bastante
agradable.


Las piscinitas que se iban formando creaban sitios m�gicos,
propicios para ver y encontrar cualquier cosa.


Escuch� cerca el ruido apagado de una peque�a cascada. Y una
sensaci�n extra�a me embarg�... como si presintiese que algo iba a ver, sigil�
mi paso y con mucho cuidado sorte� una cerrada curva del riachuelo. Escondido
entre matas y arbustos, distingu� una piscina de unos cinco metros de ancho por
siete de largo. Y en medio estaba anabel.


Flotaba con los brazos estirados, el pelo suelto y
completamente desnuda. Se mov�a lentamente sobre la superficie. A una orilla vi,
mal apiladas, sus ropas.


Me acurruqu� detr�s de una piedra. No sab�a porqu�, pero algo
de la escena me cautivaba enormemente. Ver el cuerpo de anabel, desnudo, era
mucho m�s de lo que nunca hab�a imaginado. Ten�a los pezones oscuros, apuntando
hacia arriba; recorr� sus redondeados pechos y, siguiendo el camino de su
vientre plano y adolescente, se insinuaban los pelos ensortijados de su sexo.


Sin querer, not� como mi miembro se disparaba.


Ten�a los ojos cerrados, dejandose masajear por el contacto
del agua y el ruido de la cascada. Su piel brillaba con los ocasionales rayos de
sol que penetraban entre las cada vez m�s gruesas nubes.


Sobresal�a del agua su frente orgullosa, su nariz perfecta.
El ment�n prolongado y parte del largo cuello. Sus ojos entrecerrados y parte de
sus laberinticas orejas. Sus pechos redondos, su piel lechosa, muy blanca. Casi
p�lida. Sus muslos juveniles, sus pies peque�os y coronados por diez dedos que,
de vez en cuando, se estiraban y relajaban a antojo de Anabel.


Nunca la hab�a visto as�. A mis catorce a�os, a�n hac�amos,
los d�as que estab�mos de buen humor, guerra de cosquillas. Y nunca me hab�a
imaginado que su cuerpo, tan toqueteado por incursiones de mis manos buscando
sus puntos sensibles, pudiera ser algo tan fascinante.


Hipnotizado, no escuchaba otro ruido que el de la cascada. Ni
ve�a otro movimiento que su suave meneo sobre el agua.


Sin saber como, me encontr� agarrando mi miembro que ya
pujaba entre mis shorts. Lo liber� y, ah� mismo, empec� un ritmico movimiento
lleno de caricias. Como buen novato, me corr� casi enseguida, llenandome la mano
de lefa.


De pronto, ella se desperez�, sacudi� la cabeza y, poniendose
en forma vertical, mir� con picard�a la cascada. Nunca le hab�a visto ese brillo
en los ojos. Era juguet�n y sensual, mezcla fruto de un estado sobre el cual a�n
me quedaba, y queda, mucho que aprender: la excitaci�n de una mujer.


Se acerc� con tres brazadas a donde se precipitaba el agua.
Me acurruqu� m�s en mi escondite y, francamente curioso sobre lo que har�a la
bella Anabel a continuaci�n, me asegur� una perfecta visi�n.


Una vez frente la cascada, busc� una piedra para sentarse,
quedando medio cuerpo en el agua y medio fuera. La media que estaba sumergida,
estaba enmedio de la corriente que generaba la caida del agua, y se coloc�
enfocandose a ella con las piernas abiertas. Vi, por primera vez, el sexo de una
mujer abierto y excitado.


Luego se qued� all� largo rato, dejando que el agua impactara
directamente en su hermosa cueva. Su cara era un poema. Su piel brillaba
reluciente por las peque�as gotas de agua que se diseminaban por todo aquel
impresionante cuerpo. Y sus pezones... nunca he vuelto a ver unos igual. Se
hab�n convertido en dos botones de piedra, casi morados.


Yo suspiraba sin saber qu� hacer. A pesar de mi inocencia, mi
verga volv�a estar como un mastil y mi mano la volvi� a atender como merec�a.
Esta vez m�s despacio, con m�s amor. Acompasandome al ritmo de mi querida
hermana.


No recuerdo cuando fue que baj� su mano izquierda a su
entrepierna y la empez� a acariciar lentamente al principio, muy r�pido despu�s.
Con la derecha, se amasaba los pechos, se los chupaba, se acariciaba los muslos,
los brazos. Y las orejas. Con fruici�n se deten�a all�, metiendose el dedo
indice en ella.


Por abajo, tres dedos penetraban su cuerpo sin descanso. Con
el pulgar se tocaba un poco m�s arriba y por fuera. Lo que luego descubrir�a que
es el clitoris.


Tampoco recuerdo cuando empez� a gemir. Pero si de pronto me
di cuenta que estaba como loca, jadeando muy alto y exclamando palabras
sorprendentes... "oh, s�, que puta soy, que puta soy... como me gusta, uyyyyy...
ahhhh.... necesito verga, la necesito, pero ya, ya... leche, quiero lechita
tibia y dulce....uyyyy"


Y la mirada, con los ojos entrecerrados y dirigidos a su
sexo.


De repente grit�. Escupi� un chillido que hasta lo debi�
escuchar mi padre, a medio kilometro r�o arriba. Se arque�, y su pelo largo y
negro se revolvi� con vida propia mientras su cuerpo se relajaba y, como
absorbido por una fuerza oculta, resbalaba dentro de la piscina para volver a
flotar a la deriva. Anabel ten�a la cara relajada, extasiada.


Entonces fue cuando yo solt� mi semen. El espasmo me hizo
temblar de pies a cabeza, con una oleada de placer que no recuerdo haber vuelto
a tener. Tampoco recordaba sacar tanta leche con mis pajillas... dos o tres
chorros de caliente y espesa lefa mancharon piedras y la mata que me serv�a de
escondite.


Sent� mis hombros caer y mi cabeza dar vueltas.


Medio confuso me gir� y, subiendome los pantalones, empec� la
marcha para volver adonde mi padre a�n estarar�a esperando a que las truchas
mordieran el anzuelo. Apenas me d� cuenta de un ruido de ramas moviendose un
poco m�s arriba. Ten�a la cabeza confusa y atontada por la visi�n y las dos
corridas casi seguidas.


Bueno, no tan confusa... acababa de ver a mi hermana Anabel
masturbarse y me hab�a encantado. Y supe que ella ser�a mi musa, mi obsesi�n. No
tendr�a descanso hasta estar tan cerca de ese cuerpo que pudiera sentirlo en
toda su grandeza, saborear sus olores, humedecerme con sus liquidos.


Lo que no imaginaba, bajo las primeras gotas de agua de la
tormenta que ser�a la culpable de todo, era lo pronto que eso se iba a hacer
realidad.






Cuando regres� a donde se hallaba mi padre, vi que este hab�a
recogido todo el equipo y permanec�a sentado, con mirada perdida, bajo un
impermeable que le proteg�a de la cada vez m�s fuerte lluvia. Me sonri� y, sin
mediar palabra, enfilamos hacia la caba�a.


Me sorprendi� el silencio en mi habitualmente locuaz padre.
Pero lo atribu� a ese estado de placidez que te da la naturaleza.


Llegamos a la caba�a empapados. Mariluz y mi madre se
hallaban en la cocina. Una preparando la cena y la otra tocando su amada
guitarra. Yo andaba taciturno a�n por lo que acababa de ocurrir y ante la
pregunta de mi madre de si hab�amos pescado algo, mov� la cabeza negativamente.


Me dirig� al cuarto donde esa noche dormiriamos Anabel y yo,
y que se antojaba como una alcoba llena de incertidumbre por todo lo que podr�a
pasar: desde la culminaci�n de un deseo arrollador hasta una noche de suplicio
escuchando su pausada respiraci�n mientras so�aba con angelitos.


Cuando abr� la puerta del dormitorio se me cay� el alma a los
pies, aunque se me levantara otra cosa. Ah� estaba Anabel, de espaldas, con solo
un tanga puesto. Su perfecta espalda se dibujaba a contraluz de la ventana,
estrechandose maravillosamente a la altura de la cintura. Volv�a a ensancharse
entonces hasta llegar a su hipnotico culo, solo cubierto por un hilo finisimo
que se perd�a entre los dos cachetes.


Medio lade� la cara frunciendo el entrecejo y, al ver mi
demora admirando ese escultural cuerpo, me grit� que me fuera porque, por si no
me hab�a dado cuenta, se estaba cambiando. Tras una ultima mirada, cerr� otra
vez la puerta realmente apenado. Y pensaba que qu� casual que en un mismo d�a la
hubiera visto desnuda dos veces, s� creo que antes nunca lo hab�a hecho.


Me dirig� al ba�o para darme una buena ducha. Me desvest� y
ca� en la cuenta de c�mo hab�a logrado Anabel para llegar a casa antes que
nosotros, si ella estaba m�s lejos. Bajo el agua caliente, encog� los hombros
suponiendo que habr�a agarrado un atajo o algo parecido.


Ten�a la cabeza llena de Anabel. Desde su olor, al que jam�s
hab�a dado mayor atenci�n pero que ahora revoloteaba continuamente en mi nariz,
hasta sus pezones, pasando por su mirada de lascivia al acercarse a la cascada o
su voz diciendo que quer�a verga.


Fue una de las duchas m�s largas de mi vida. Y all� hubiera
continuado sino hubiera sido por las insistentes llamadas de Mariluz, pidiendome
que temrinara ya.


Cuando sal� del cuarto de ba�o, ah� me la encontr� de frente
en el estrecho pasillo. Solo andaba con una toalla que le iba desde encima los
pechos hasta medio muslo. Casi chocamos y, al hacerlo, levant� las manos
agarrandola por los brazos para evitar la colisi�n. Al sentir su piel, algo se
me retorci� en el estomago y, sin querer, emit� un profundo suspiro que tuvo
como respuesta de mi hermana que �sta levantara las cejas.


Me puse a un lado para que pasara, y al hacerlo se me llen�
la nariz con su fragancia de mujer, mientras su hombro desnudo pasaba muy cerca
de mi pecho descubierto.


�Qu� diablos estaba pasando? �Me quer�an volver loco?


Cuando tom� el pasadizo, not� que ella se demoraba unos
segundos en el marco de la puerta. Sent� sus ojos en mi nuca, sin duda
sorprendida de mi reacci�n ante nuestro encontronazo.


Abr� la puerta de la habitaci�n y encontr� a Anabel sentada
en la cama con las rodillas tocando su pecho, leyendo una revista. Vest�a una
camiseta blanca y unos pantalones muy cortos, que le dejaban desnudos la mayor
parte de sus muslos e insinuaban su sugerente vagina. La visi�n me hizo empalmar
de nuevo y removi� recuerdos medio enterrados por la visi�n de Mariluz en
toalla.


- Oye- atin� a decir- perdona por lo de antes.- Por dbajo la
toalla me puse unos boxers y, dejando la toalla en mi regazo para ocultar mi
erecci�n, busqu� una camiseta en la mochila.


- No te preocupes hermanito. Al fin y al cabo, al compartir
habitaci�n una ya sabe que comparte la intimidad.- Y mirando por encima la
revista me gui�� un ojo. Esto me turb� tanto que me levant� para mirar por la
ventana para escapar de ella.


- Como llueve- susurr� con un hilo de voz. Ella se levant�,
se acerc� a la ventana y, poniendo una mano sobre mi hombro, dijo con un tono
divertido:


- Es que solo a papa se le ocurre ir al campo con el
torment�n que estaban anunciando por la tele... � La mir� y la vi cerca, muy
cerca de mi rostro. A trav�s de la fina tela de la camiseta, se marcaban dos
hinchados y duros pezones. Ella sigui� mi mirada y, al darse cuenta de lo que le
estaba mirando, se puso roja como un tomate. Apenas pude pronunciar un "ehhh..."
avergonzado cuando ella ya hab�a vuelto a su cama tapandose por completo con su
sabana.


La lluvia continuaba cayendo.


Me fui abajo, donde mi padre, mi madre y Mariluz, a�n con el
pelo h�medo, encend�an el fuego, cocinaban y le�an el periodico.


En apenas un rato, mi madre anunci� que la cena ya estaba
lista. Arreglamos la cena y me encomendaron la misi�n de ir a buscar a Anabel,
que en todo el rato no hab�a salido del cuarto.


Al entrr en la habitaci�n, vi que dormitaba. Se le hab�an
corrido las sab�nas y all� estaba, con una pierna desnuda, las manos en alto,
mostrando el ombligo y su vientre suave y plano.


Mir� la visi�n estupefacto. La hab�a visto as� varias veces,
pero nunca con esos ojos. Le llam� `por su nombre. No respondi�. Finalmente, y
tras hartarme los ojos con su magnifica estampa, alargu� la mano y le acarici�
muy suavemente el pecho por encima la camiseta. Ella no reaccion� y, ya con m�s
valent�a, me atrev� a dejarle la mano all� un buen rato.


Pasados unos minutos, durante los cuales ni parpadee, le
toqu� en el hombro con la intenci�n de despertarla. Dio su efecto encogiendose
ella, lanzando un enorme bostezo y, juguetonamente, cubriendose con las sabanas.


- A comer, hermosa...


- Vaya- dijo con una sonrisa tierna- ya piropeando a tu
hermana...- y dicho esto estir� los brazos, levantandose con ello la camiseta
hasta casi descubrir sus pechos.


Desvi� la mirada y me fui para abajo sin decir nada. Ya
estaban los dem�s alrededor de la maciza mesa recubierta por humeantes platos
que mi madre hab�a preparado con esmero.


- Ya baja � anunci�. Y no s� si fue mi tono o mi cabeza
cabizbaja que logr� interceptar una significativa mirada entre mi madre y
Mariluz.


Anabel baj� al rato. Segu�s vestida con esa corta camiseta y
los pantaloncitos de color azul. La cena transcurri� con toda normalidad, con
mis pades y Mariluz llevando el peso de la conversaci�n. Yo miraba mi plato, y a
veces a ellos. Pero donde prefer�a poner mis ojos era sobre mi hermanita. Cuando
lo hac�a, la ve�a en la cascada, y la imaginaba gritando mi nombre, pidiendome
m�s y m�s verga, que le diera mi leche. La ve�a con los labios carnosos
alrededor de mi capullo, con su vulva abierta y jugosa recibiendo mis caricias,
montarla de mil maneras diferentes. La escuchaba rogarme que le rebentara el
trasero, ese fabuloso trasero que apenas un par de horas antes me hab�a
ense�ado. Y ve�a mis manos sobre sus pechos, rozandolos, acariciandolos.


Mi madre me despert� de mi ensimismamiento preguntandome si
queria mas pure de papas. Al ver mi turbada respuesta, me pregunt� que si estaba
bien. Yo le dije que si y continue comiendo. Al levantar la mirada, mis ojos se
cruzaron con los de Anabel, que me regal� una enigm�tica sonrisa.


A media cena, la tormenta estall� y pronto se escucharon
truenos y se vieron relampagos. En menos de lo que canta un gallo, se fue la
luz. En la penumbra total, y mientras mis padres buscaban velas por la casa a la
luz de un encendedor, escuch� a Anabel jadear profundamente.


- Estas bien? � le pregunt� sinceramente preocupado. Ella me
respondi� agarrandome de la mano y acercando su silla a la m�a.


- Es que todo esto me da un poco de miedo.


-No te preocupes, yo te protejo.- Aprovech� la oportunidad y
le puse mi mano sobre su muslo que not� moverse un poco pero, sin embargo, no
apartarse. Casi a la vez que yo hac�a esto, Mariluz estall� en una carcajada que
son� muy fuerte en la oscuridad haciendo burla del miedo de Anabel y de mis
instintos de protecci�n.


-Callate, estupida- resopl� la mediana.- Ya sabes que me dan
rollo las tormentas.- Sent�a mi mano vibrar encima de aquella piel desnuda,
tersa. Se erizaba al estallido de un trueno. Se mov�a cuando un relampago
iluminaba la estancia. Me acerqu� m�s y baj� su mano de encima de la mesa a mi
regazo. Ten�a, obvia decirlo, una erecci�n terrible. Y sentirla tan cerca era
emocionante. Saber que un movimiento suyo delatar�a mi estado, me pon�a a cien.


Ella junt� ambas manos sin apartarlas de encima mis piernas.
Y aprovech� un trueno que la sobresalt� especialemente para subir, como sin
querer, mi mano por su muslo, dejando mi dedo me�ique distraidamente en la cara
interior de la deliciosa pierna. A ella no pareci� importarle.


Ya el comedor se iba iluminando con las candelas. Pronto, la
estancia qued� ba�ada por una agradable luz amarillenta cuyas sombras
bailoteaban al antojo de las corrientes de aire.


El tintineo de la lluvia se hizo m�s intenso.


Mi hermana Anabel, medio avergonzada, enderez� su silla y se
alej� de mi. Yo retir�, a mi pesar, mi mano de su muslo.


Mi padre, recuperado el buen humor y ajeno a lo que ocurr�a
bajo la mesa, dijo que ma�ana har�a un d�a estupendo. Propuso jugar al monopoly
a la luz de las velas.


Todos accedimos. Y as� estuvimos un par de horas, hasta que
Mariluz nos sac� a todos el billete y se hab�a convertido en due�a y se�ora del
tablero. Un rato antes, mi madre ya se hab�a ido a acostar.


Al terminar la partida, mi padre se fue a acostar y quedamos
los tres. Pasada la emoci�n de la victoria a mariluz se le cerraron los ojos y
tambi�n subi� por las escaleras. El momento que m�s deseaba hab�a llegado.


Anabel me mir� largamente. Estaba sentada en la silla con las
piernas dobladas


-Bueno, hermanito... �no tienes sue�o?


- No- respond� rapidamente. Estaba como una moto, pero lo
ultimo que quer�a hacer era irme a dormir.


- yo tampoco... como he dormido esta tarde, no estoy nada
cansada.- Sus ojos brillaban a la luz de las velas. De vez en cuando mi mirada
se perd�a en sus dos pechos, que sub�an ritmicamente a su pecho. En otras, la
bajaba descaradamente hasta su entrepierna, que por su postura quedaba
totalmente abierta. A ella, a diferencia de esta tarde, no parec�a molestarle
estas miradas.- �quieres jugar a algo?


- Claro- respond�, dejando mi imaginaci�n galopar a toda
velocidad. Ella se volte� y agarr� de la caja de juegos una baraja de naipes.


- Vayamos al sof�. Estaremos m�s c�modos.


-Vale- contest� timidamente.


Ella alz� su majestuoso cuerpo y se sent� a un lado, mientras
yo me sentaba en el otro. Al pasar por mi vera, y como distraidamente, me roz�
las rodillas con sus muslos, lo cual me hizo volver a tener el arma en ristre.
Llev� un par de velas y las coloqu� estrategicamente para iluminar la escena.


Una vez sentados, nos encaramos con las piernas recogidas,
sin tocarnos. Ella extendi� entre ambos, y cubriendolas, una liviana manta.
Empez� a mezclar la baraja lentamente.


- Que quieres jugar?


- Lo que sea. Pero que sea divertido.


- La mejor forma de que sea divertido es haciendolo
divertido.- Dijo ella con una ancha sonrisa. Hac�a mucho que la ve�a tan de buen
humor.


- Bueno, podemos hacer que el que pierda tenga que hacer
algo...


- Uyyy... eso es peligroso, hermanito.- y dicho esto not�
como casi imperceptiblemente su rodilla rozaba la m�a. Yo, ni corto ni perezoso,
la ech� un poco para adelante y not�, al contacto con la suya, como ella la
retiraba ligeramente.


- No tanto. Somos hermanos y no vamos a obligar al otro a
hacer nada que le pueda hacer da�o...


- Da�o, no. Por supuesto... nos queremos demasiado, verdad?-
Y puso su sonrisita burlona. Esa era, en nuestro codigo, luz verde para lanzar
un ataque de cosquillas. Y eso hice... dispar� mis manos y mi cuerpo sobre el
suyo, toqueteando y aplastando a cuanto miembro o protuberancia encontrara en mi
camino. Ella se defend�a con ambos brazos, intentando en vano repeler mis
ataques y conteniendo apenas la risa. Yo le pellizcaba y hac�a bailar mis yemas
sobre su cintura y sus axilas. De vez en cuando, le sobaba un pecho. Acerqu� mi
rodilla, como por accidente, a su entrepierna. Ella no parec�a reaccionar: ten�a
los ojos cerrados, en la boca una sonrisa, y continuaba el teatro de las
cosquillas moviendose continuamente y moviendo los brazos m�s por moverlos que
por rechazar mis manos. En un par de ocasiones, las dirig� accidentalmente a mi
verga, que sent�a con una erecci�n como nunca antes. Se estaba llegando a un
punto peligroso: su mano la rozaba cada vez m�s a menudo y ya mi rodilla se
hab�a encajado perfectamente en su sexo. Miedoso, decid� detenerme en cuanto
agarr� sus manos con las m�as, y ambos nos quedamos mirando unos segundos
fijamente a los ojos.


Volv� a mi lado del sof� pero sin perder el terreno ganado en
cuanto a las piernas. Ella las estir�, apoyando su muslo en mi rodilla y
poniendo su pie a la altura de mi ingle.


Estaba hermosa. Me costaba de creer que fuera mi hermana la
que tuviera delante. Tan fresca, tan risue�a, tan apetecible.


No recuerdo a que jugamos. Solo recuerdo verla, con la luz
brillante, la sonrisa en los labios. Le tocaba la mano cuando recog�a las
cartas, le sobaba el pie cuando se echaba para atr�s, mov�a ritmicamente mi
rodilla. Mi audacia crec�a y crec�a.


Y, afuera, segu�a lloviendo.


En un par de ocasiones se levant� para irse a buscar un vaso
de agua. Lo dejaba en una estanter�a que estaba a mi lado. Cada vez que lo
agarraba, aplastaba sus pechos en el m�o, haciendome temblar de excitaci�n.


Las partidas se suced�an una tras otra. El tiempo parec�a
haberse detenido... Como de un sue�o me despert� cuando ella se desperez� y con
una sonrisa me comunic� que yo hab�a perdido. Atolondrado, le dije que ni sab�a,
que estaba tambi�n muy cansado y que me iba a acostar.


Soplamos todas las velas excepto una que se qued� mi hermana
y se llev� hacia arriba. Durante todo el rato de la partida, hab�a estado con
una excitaci�n brutal. Se manifestaba a trav�s de la tienda de campa�a que con
cierta verg�enza era incapaz de esconder. Cuando apagamos la ultima vela, para
mi sorpresa Anabel tom� mi mano y subimos la escalera as�, bien agarraditos. En
un momento dado, ella se detuvo y choqu� contra ella, clavando mi tenso miembro
en su hermoso trasero. Volte� pero no dijo nada... solo continu� subiendo.


Entramos en la habitaci�n y cada cual se fue a su cama. Ella
dej� la vela en el centro y se meti� bajo las sabanas. Afuera continuaba
diluviando. La distingu� flexionando las piernas para, a continuaci�n, lanzar
los pantaloncitos y las braguitas a un rinc�n. Ni os cuento como me puso eso...


Viendo que ella estaba volteada hacia la pared, me desnud� y
me met� en la cama sin nig�n tipo de ganas de dormir.


Pas� mucho tiempo. La vela se quem� toda, para apagarse con
un lastimero ruidito. La llouvia golpeaba el techo de madera en una suave
melod�a que se entrecortaba con, primero un latigazo de luz, y despu�s con un
estallido de sonido que ensordec�a cualquier otro ruido.


Anabel no dorm�a. La notaba revolverse inquieta. Y, ahora,
sin luz, pens� que deb�a estar asustada.


-anabel- susurr�.- Anabel...


-dime- constest�, fingiendo voz de dormida.


-�Estas dormida?


-No. Pero quiero estarlo, as� que...- estall� un trueno
cerca, muy cerca. Se escuch� un fuerte sonido, como de algo que se quebraba en
el jard�n. A mi me dio un vuelco en el coraz�n, pensando que hab�a caido en un
arbol del bosque de detr�s de la casa.


La respuesta de Anabel fue diferente. Escuch� sus sabanas
moverse, dos pasos y de pronto sent� que con una mano me echaba a un lado para
despu�s meterse en mi cama.


- Tengo miedo, hermanito.


- Ssshhhh... �le susurr� tranquilizandola mientras le
acariciaba los cabellos- Todo est� bien...


Son� otro trueno. Ella se aferr� a mi, juntando nuestras
mejillas y nuestros cuerpos. Estir� mis piernas y ella se encaj� mi verga entre
las suyas. Casi sin darme cuenta, me encontr� mis labios pegados a su oreja.


- Est� todo bien... aqu� est� tu hermanito- De forma
instintiva, nuestras pelvis empezaron a moverse. Yo hac�a, muy despacito, hacia
delante y hacia atr�s, mientras ella hac�a suaves movimientos circulares.


- Tu me protejes, verdad...- susurraba- Dimelo, dime como
piensas hacerlo...- Ten�a la voz grave y entrecortada. Nada de esa dulzura que
reci�n hab�a empezado a apreciar esa misma tarde. Hablaba igual que como cuando
estaba en la cascada. Cuando la record� ah�, hice un movimiento especialmente
profundo que ella respondi� con un gemido en toda regla.


Abr� la boca y sopl� suavemente en su oreja. Not� como se
tensaba y mov�a su cuerpo ligeramente hacia abajo, para lograr que mi verga se
ajustara le acariciara el sexo. Lo not� empapado. Saqu� la lengua y recorr� con
su punta aquella cavidad laberintica, aquellos recovecos carnales que tanto
parec�an excitarla.


Sobre el murmullo constante de la lluvia escuchaba sus mudos
gemidos, pero sobretodo sent�a su cuerpo vibrar pegado al m�o. Me bes� el pecho
y las tetillas, me ara�� el estomago y finalmente agarr� mi polla con ambas
manos y se la restreg� por el clitoris, mientras me levantaba y bajaba la piel
del capullo.


Mi querida hermanita me estaba haciendo una paja de
campeonato en su hermoso co�o. Yo la dejaba hacer, incapaz de creer que todo
aquello estaba pasando. Y menos que me pasara a m�.


Anabel parec�a absolutamente fuera de control. Me mord�a la
piel del pecho, y de vez en cuando escup�a un poco de saliva sobre mi cuello
para recogerlo con la lengua.


- dime- me susurr� enloquecida.- dime que puta es tu hermana.
Dime como te gusta que tu hermanita te toque y tu acaricie...- Yo no atinaba a
poder decirle nada. Solo gem�a, bien bajito para que no nos oyeran. Finalmente
me acord� que ten�a manos y un hermoso culo que sobar. Le agarr� ambas nalgas y
las empec� a pellizcar y sobar con las manos abiertas. Ella levant� la cabeza y
me mir�. Y en su mirada le� un deseo desbordado, una mente tomada por la
lascivia.


Y me vine.


El orgasmo fue tan inesperado como electrizante. Estuve como
medio minuto con los ojos en blanco. Con el flash de un relampago, vi que mi
hermana se llevaba la mano llena de leche a su boca y la degustaba eroticamente.


- Uyyy... que se ha ido. Uyyy hermanito, que has tenido un
orgasmo.... y que vamos a hacer, ahora?


LA mir�. Me miraba tiernamente. Me arregl� los cabellos con
amor mientras con la otra mano segu�a agarrada de mi verga. �sta, inmune, no
hab�a perdido ni un �pice de su dureza tras correrme.


- Ahora va a resultar que tengo un semental en casa... �
Quise decirle que no, que es que estaba muy excitado y que eso a veces me
pasaba, pero solo me sali� una sonrisa. Ella me agarr� la mano y la acerc� a su
boca, para despu�s cruzar su cuerpo hasta llegar a su sexo.


- Ahorita, hermano- dijo con la voz m�s sensual que he oido
en mi vida-, me la vas a meter.- Y se puso de lado, dandome la espalda. Yo me
pegu� a esa espalda de diosa, y ajust� mi entrepierna a su maravilloso culo. Con
mi otra mano le acariciaba, bajo su eficiente gu�a, los labios de su empapada
vagina.


Acerqu� mi verga por detr�s cuando ella me detuvo.


- No, no... por ah� no. Que tu ya puedes ser un papa y yo una
mama. Por donde sale la caquita... as�, hummm....- Reorient� mi miembro hacia el
nuevo objetivo- Uyyy... si, no toda de golpe, poco a poco... uyyy... que bien se
siente, as�, la punta. Ahora espera... uy...hummm...hermanito, hermanito, quien
lo hubiera dicho que tu me ibas a dar .... ayy...- empec� a moverme en circulos-
ufff... que bien lo haces... lo vamos a pasar en grande tu y yo... ahhhh...- El
agujero se iba dilatando. En un momento dado, me abalanc� sobre su cara hasta
lograr alcanzar su oreja. La engull� entera, entre mis labios y moviendo
freneticamente la lengua por todos sus rincones. Anabel sucumbi� al ataque y
movi� de un solo su culito hacia atr�s, logrando empalarse con mi verga hasta
que mis testiculos chocaron contra su vagina. Emiti� un aullido que un trueno,
complice, enmudeci�.


- Ohhhhhhhhhhhhhh hhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh.....
................!!!!!!! !!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!


- Mi putita, quieres mi lechita? La quieres? � Mi hermana
empez� a tener espasmos. Estaba completamente fuera de si, golpeando el colch�n
con una mano mientras con la otra se acariciaba, ya sin mi torpe ayuda, su
concha freneticamente. Todo su cuerpo temblaba, al igual que el m�o que lanzaba
estocadas a tan preciado blanco.


Tras una ultima tensi�n, mi hermana, de pronto, como que se
quebr�. Todos los musculos de su cuerpo quedaron totalmente muertos: los brazos
caidos, las piernas inertes, el cuello caido. Cambi� de ritmo y continu�, con mi
verga en su culo, bombeando muy suavemente.


Emiti� un larguisimo suspiro y, al cabo de poco, anduvo de
vuelta moviendo sus caderas siguiendo mi ritmo y sin repetir "si, si, si..."


Estuvimos mucho rato as�, follando muy lentamente. Al final,
me pidi� que la sacara. Se gir�, me acost� bocaarriba, y gate� encima de mi
hasta llegar a mi pene bamboleante. Lo tom� con ambas manos y, con gran sorpresa
de mi parte, se lo meti� entero en la boca. Lo empez� a chupar muy rapido,
moviendo solamente su cuello.


En menos de un minuto, sent� que la habitaci�n se desvanec�a
y surcaba las estrellas catapultado por una fuerza llamada orgasmo. Tembl� desde
la cabeza a los pies, viendo como mi hermana, sentada a mi lado, mov�a su cabeza
y recib�a toda mi leche en su boca de dientes perfectos y lengua juguetona.


Lo limpi� bien y, toda satisfecha, se arrebuj� a mi lado,
aferrada a mi brazo. Yo, agotado, me dej� llevar por un sue�o dulz�n y
embriagador absolutamente incr�dulo de lo que hab�a pasado.


Al final, se volte� y me dio un dulce beso en los labios.


-Hermanito, ya no tengo miedo de la tormenta. � Y ya
entresue�os not� como se deslizaba hacia su cama.


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Relato: Sin Televisi�n (1)
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