Relato: Moldeando a Silvia (21)





Relato: Moldeando a Silvia (21)

ADVERTENCIA


Esta obra contiene escenas de sexo no consensuado, sadismo,
humillaci�n, dominio y est� orientada a lectores adultos. Si este tipo de
cosas no son de su agrado o de alg�n modo hieren su sensibilidad deje de leer
AHORA, despu�s podr�a ser tarde. Por supuesto todas las escenas aqu� narradas
son de absoluta ficci�n y es voluntad del autor que nunca lleguen a ser
reales. Cualquier comentario ser� bienvenido. (Abst�nganse de mandarme
ficheros adjuntos porque NUNCA los abro)




POR CUESTIONES DE PRIVACIDAD ESTE EMAIL FUE REMOVIDO



Quique, se lo estaba pasando en grande. En realidad, la
noche estaba discurriendo por unos cauces que distaban mucho de sus
previsiones; para empezar, apenas se hab�a mencionado a Silvia y por ninguna
parte aparec�an signos de que fuera a producirse la dura negociaci�n que tanto
le hab�a preocupado. Aparte de eso, el clima era distendido y tanto Alberto
como Jorge y el resto del grupo, los hab�an tratado a Pablo y a �l con una
cordialidad que no era la que se le dedicar�a a unos competidores; aunque no
se atrev�a a ilusionarse con esa hip�tesis, daba casi la sensaci�n de que
fueran a respaldarlos.



A pesar de todo segu�a estando tenso, aunque no por los
motivos previstos, sino por la "sorpresa" que Alberto le hab�a apuntado y por
no saber qu� pintaba Silvia en todo aquello; no se le antojaba que fueran a
ponerla demasiado en evidencia, hab�a delante demasiada gente del club.
Naturalmente, contempl� el final del estriptease y hasta vio salir al
presentador, vestido con el habitual smoking, sin observar que sucediera nada
fuera de lo normal. La introducci�n al n�mero fue bastante breve, nada m�s se
limit� a decir que la Sala de Fiestas Siroco se complac�a en presentarles a
Gilda, salida del celuloide y la m�quina del tiempo, para satisfacer todos los
sue�os, las expectativas, que en su d�a la Hayworth no satisfizo. Concluida la
introducci�n, se baj� del escenario y un ca��n de luz dirigi� su c�rculo hacia
la entrada a la pasarela, y pasaron varios segundos sin que nadie apareciera
por ella. En un principio, el p�blico entero qued� en silencio, pero poco a
poco la gente empez� a mirarse sorprendida, y hasta fueron brotando algunos
cuchicheos.



Estaba d�ndole un trago al g�isqui cuando vio salir a
Silvia de espaldas, tambale�ndose, y casi apunto de caerse de culo. La
sorpresa fue tan grande que se trag� un cubito de hielo y le vino un golpe de
tos. Tuvo que soltar el vaso precipitadamente sobre la mesa. �Silvia iba a
actuar en el Siroco, a hacer un striptease! �Qu� poder no deb�an tener sobre
ella para lograr obligarla a algo as�? En el acto, y sin pedir su
consentimiento, su polla empez� a presionar contra la tela de los vaqueros.



A los pocos segundos, ella recuper� la estabilidad, se dio
la vuelta y avanz� hacia el escenario con paso vacilante. Quique mir� a su
alrededor. Varias mesas a su derecha hab�a una ocupada por gente del club;
eran varios miembros de la Junta, hablaban por lo bajo, pero sus caras no
mostraban los signos de sorpresa que exhibir�an de haberla reconocido.
Probablemente, hab�an ido a tomar una copa y miraban el espect�culo sin
demasiado inter�s; las mayor�a de ellos pasaban de largo los cincuenta a�os. A
pesar de su peque�ez, la m�scara de Silvia parec�a estar ocultando su
identidad con absoluto �xito.



Tan pronto lleg� al escenario, la banda sonora de la
pel�cula se dej� o�r en los altavoces y se puso a seguir el playback, a
contonearse con una procacidad que no ten�a nada que envidiar a la Gilda
cinematogr�fica. A Quique le surgi� la duda de hasta d�nde ser�a capaz de
llegar, pero la precisi�n de sus movimientos evidenciaban muchas horas de
ensayo e, incre�blemente, se le antoj� que ir�a mucho m�s all� del final, que
sus deseos ser�an colmados con creces. Paso a paso, el itinerario se fue
cumpliendo escrupulosamente, primero un guante, despu�s el otro, ambos cayeron
en mesas al azar y un bosque de manos se los disputaron entre empujones y
carcajadas.



El ambiente, que la chica anterior ya hab�a caldeado, se
hab�a vuelto t�rrido y no hab�a en la sala quien no estuviera pendiente del
movimiento de sus caderas o de la abertura lateral de su vestido. Y es que no
pod�a ser de otra manera, ver salir esa pierna fuera de la falda era algo casi
celestial, estaba tan atrozmente buena que ni la misma actriz pod�a
compar�rsele; de hecho, ten�a las tetas incluso algo m�s grandes que la Gilda
del celuloide. Si se deten�a a pensarlo, todo lo que estaba sucediendo era
previsible; por los motivos que fuera, Sagasta parec�a tener sobre Silvia un
poder casi absoluto, y adem�s era hombre de gustos refinados; puesto a
obligarla a algo, no iba a tratarse del numerito al uso en un night club de
segunda, al menos al principio. Era previsible, s�, pero a pesar de ello
apenas dio cr�dito a sus ojos cuando Silvia se quit� la gargantilla y esta
vino a caer dando vueltas justo sobre su mesa, cuando movi� los labios,
acompa�ando al playback y los altavoces emitieron con tono p�caro: "Se me
dan fatal las cremalleras, pero si alguien me ayuda...
"



Pablo salt� como impulsado por un resorte y ni siquiera
d�ndole un codazo en las costillas logr� frenarlo. Se lanz� hacia el escenario
m�s que dispuesto a prestarle a la improvisada striper cuanta ayuda necesitara
en desnudarse. Hizo falta que el mismo Alberto lo sujetara del brazo y que le
dijera que no deb�a preocuparse, que no le iban a faltar ocasiones de
despelotar a Silvia, que dejara que otros menos afortunados disfrutaran del
aperitivo.



Pablo, pareci� recuperar el juicio y volvi� a sentarse. En
realidad, no era su estilo el arrogarse el protagonismo de subir a un
escenario para desnudar a una vulgar chica de alterne, no ser�a bueno para su
imagen; mejor disfrutar del espect�culo y dejar que otros se pusieran en
evidencia. De hecho, no eran menos de veinte ardorosos voluntarios los que en
ese momento avanzaban hacia ella.



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�



Silvia recuper� el sentido en mitad de la ovaci�n, parec�a
que la sala fuera a venirse abajo. Hab�a estado demasiado metida en su papel
como para darse cuenta de nada, aunque no comprendiera c�mo, deb�a haberlo
hecho bien. Recordaba haber caminado nerviosamente por la pasarela tras el
empuj�n de Benito, haber visto entre el p�blico a don Jos� Guzm�n, el
presidente del club de h�pica y amigo de su padre; hab�a estado a punto de
caerse en ese instante. Pero no, logr� recuperar el equilibrio. Pens� que lo
mejor era no llamar m�s la atenci�n y plegarse a lo que se esperaba de ella.
Aunque sin ninguna elegancia, consigui� llegar al escenario. Una vez all� todo
fue m�s f�cil de lo esperado, se desentendi� de la cantidad de gente que la
miraba y fue como si entrara en trance, se olvid� del mareo, de la excitaci�n,
y su cuerpo ejecut� los gestos aprendidos casi tan autom�ticamente como si
estuvieran impresos en sus genes.



Ahora era distinto, ahora los altavoces hab�an enmudecido y
ya no ten�a un gui�n por el que regirse. El ca��n de luz que la enfocaba
disminuy� su intensidad y mir� furtivamente hacia la salida, casi alberg� la
ilusi�n de que todo hubiera acabado, de que fueran a dejarla marcharse, pero
enseguida comprob� que no hab�a ning�n motivo para la esperanza. Otras luces
de ambiente, de color amarillento, fueron cobrando fuerza e iluminando al
p�blico. Quiso morirse. El local estaba lleno a reventar, en primera fila
estaban Jorge, Alberto, Pedro, y todos los monitores, acompa�ados por Pablo y
Quique. Se les ve�a muy animados �Qu� estar�an tramando? �A qu� clase de
acuerdo habr�an llegado? Pero eso no era lo peor, lo peor era la cantidad de
hombres que desde todas partes avanzaban hacia ella.



El escenario era circular y estaba ligeramente hundido por
el centro, formando hacia el exterior una peque�a pendiente. Nadie tuvo que
explicarle que era as� para que las stripers no se desorientaran con los
focos, para que supieran siempre a qu� distancia se hallaban del borde. La
verg�enza hab�a vuelto a azotarla con toda su fiereza, pero se resist�a a
echarse a llorar, salir corriendo y dar el espect�culo a�n m�s de lo que ya lo
estaba dando. Dios, ten�an que haber pasado muy pocos segundos, pero eran
eternos. Empez� a sonar una pieza de Jazz y casi se sinti� rid�cula all�
quieta, esperando lo inevitable. Casi sin notarlo, inconscientemente, se puso
a mover las caderas al comp�s de la m�sica.



Los hombres segu�an acerc�ndose y ya algunos sub�an la
escalinata, odi� a uno de ellos nada m�s distinguirlo bajo las luces
amarillas. Era un tipo alto, corpulento y de m�s de cuarenta a�os, vest�a de
smoking y caminaba en su direcci�n con una media sonrisa entre c�nica y
displicente. Y el otro que ven�a tras �l le resultaba conocido �d�nde lo hab�a
visto? Ese t�o la conoc�a, pero... �Qui�n era? Sin dejar de contonearse, su
mente empez� a barajar nombres y caras sin darse tregua... Santo Dios �Era
Lu�s Berm�dez, el asesor laboral de Publicidad Seti�n! Sin poder evitarlo, se
le vino a la memoria la ma�ana en que lo conoci�, all� en su despacho, y del
modo en que Jorge y Alberto la pusieron a posta en evidencia. �No pod�a
soportar que �l tambi�n fuera a enterarse! Ser desnudada en p�blico por
individuos an�nimos era malo, pero serlo por alguien que la conoc�a era
infinitamente peor. Casi crey� desmayarse, pero no tuvo tiempo para ello. El
tipo corpulento la agarr� por detr�s, le meti� las manos bajo el vestido y le
magre� las tetas a conciencia. Ella sigui� contone�ndose todav�a unos
segundos, pero en seguida su espalda se apoy� en el pecho del hombre, y sinti�
como su cuerpo reaccionaba con inaceptable fogosidad al obsceno toqueteo que
estaba recibiendo en los pechos.



Tan pronto fue consciente de su excitaci�n le pareci� que
hasta el escueto antifaz iba a ca�rsele de bochorno. Sin darse cuenta, exhal�
un gemido y cerr� los ojos un instante, cuando volvi� a abrirlos encontr� ante
ellos el gesto seco, despectivo del hombre que hab�a tenido a su espalda y
supo que quien ahora le sobaba las tetas no era otro que el condenado Lu�s
Berm�dez. Estaba fuera de s�, se sent�a como borracha, no era posible que
aquello fuera real, que estuviera sucediendo. El tiarr�n de delante la atrajo
hacia s� y busc� sus labios. Ella se dej� besar y hasta abri� la boca,
permiti� con asco el primer choque de lenguas, pero de alg�n modo fue tan
agradable que no se sinti� con fuerzas de intentar eludir el segundo. Apenas
tuvo ocasi�n de pensar, no pas� mucho tiempo antes de que ella misma estuviera
devolviendo el beso con creces, enviando alienada su propia lengua a explorar
la boca del hombre, y casi corri�ndose viva. A esas alturas, era ya una marea
de manos las que la tocaban, sin que ella pudiera ni siquiera identificar a
sus propietarios y estaba demasiado caliente para que el miedo constituyera un
obst�culo.



En alg�n momento, alguien le hab�a quitado la cremallera
del vestido y hab�a tirado de �l hasta el suelo con falda y todo. Al principio
intent� cubrirse, el corpi�o era totalmente transparente e hizo intenci�n de
taparse los pechos con las manos, pero enseguida desisti�, hab�a muchas,
muchas, disput�ndose ya esa tarea. Sobre el bullicio, sobre la gente, escuch�
la voz ronca del hombret�n dirigi�ndose al t�o de su espalda:



� T�mala t�, Lu�s, dale un buen
repaso.



La giraron como a una peonza y se encontr� de frente con el
asesor, con Lu�s Berm�dez, y fue �l quien empez� a besarla con sa�a, a
apretarle las tetas, mientras ella, por el rabillo del ojo, ve�a como Alberto
charlaba con Pablo.



Se corri�. Sin poder evitarlo, se apret� contra Lu�s hasta
sentir su polla contra la entrepierna, pugnando por salir del pantal�n. Ya
todo daba igual, se restreg� contra �l y si hubiera sido posible se lo hubiera
follado all� mismo. Eran demasiadas manos las que la tocaban como para que
pudiera so�ar con resistirse, el corpi�o hab�a tambi�n desaparecido y pronto
estuvo rodando de t�o en t�o con los pechos desnudos. Despu�s, los pantys le
fueron arrancados a tirones, alguien cort� un trozo con unas tijeras de
bolsillo y a partir de ah� fue cosa hecha. Probablemente todos fueron metiendo
dedos bajo la prenda, agrandando el orificio y hasta demor�ndose en cogerle el
culo o aventurar descaradas excursiones hacia su co�o. Cada vez que una mano
se introduc�a bajo sus bragas negras la recorr�a un estremecimiento como si la
hubiera atravesado una descarga el�ctrica, pero no se pas� de ah�, cuando
alguien intent� despojarla de su �ltima prenda volvi� a o�r la voz del hombre
alto:



� No, no, apart�monos, las
bragas que se las quite ella sola.



Silvia, entre horrorizada y sorprendida, vio como todos se
separaban de ella formando un amplio c�rculo, dej�ndola a la vista del p�blico
y priv�ndola de la cobertura que daban sus cuerpos. Enseguida se le vino a la
mente que algo sobre aquel tipo se le estaba escapando, era extra�o que le
hicieran caso, y hasta hab�a otra cosa m�s extra�a a�n: Alguien, en alguna
parte, hab�a conectado la megafon�a y su frase, su sugerencia de que se
quitara las bragas, hab�a sido o�da hasta en los rincones m�s alejados. Baj�
los ojos y dese� que se la tragara la tierra, sinti� clavadas sobre s�,
expectantes, todas las miradas. Obedecer, obedecer, esa era la consigna; sab�a
que era infinitamente peor no hacerlo, pero se le hac�a tan dif�cil...



� Vamos, nena, esas braguitas
� Dijo de nuevo el hombret�n apoyando la orden con
un gesto c�mico, simulando que fuera a baj�rselas �l mismo. Naturalmente, su
voz son� como un ca�onazo por los altavoces.



Silvia, una vez m�s, se qued� petrificada. Ella no pod�a
hacer eso, la hija de su padre, la propietaria de una empresa como la suya no
pod�a bajarse las bragas all� en medio. Justo entonces vio acercarse a Lu�s,
el asesor, y como le acercaba los labios al o�do.



� Vamos, se�orita Seti�n, haga
lo que se le dice. �O desea que pronuncie su nombre en voz alta? Habr� usted
notado que aqu� se oye todo.



Lo intent�, lo intent�, con todas sus fuerzas; se llev� las
manos a los costados y quiso terminar de una vez, tirar hacia abajo, pero
lamentablemente cometi� un error: Dirigi� la vista al p�blico. Su mirada se
cruz� con la de don Jos� Guzm�n y no fue capaz de seguir, los dedos se le
volvieron torpes, se le nubl� la vista y otra vez estuvo a punto de
desmayarse. �Don Jos� la estaba mirando con inter�s! �Sospechar�a algo? �Se
habr�a dado cuenta del parecido que ten�a consigo misma? La posibilidad de que
la hubiera reconocido le daba escalofr�os �Era el presidente del club de
h�pica y hab�a sido �ntimo de su padre! Si se daba cuenta de que era ella las
consecuencias ser�an tremendas y completamente irreversibles. No fue que se
resistiera, no; sencillamente le entr� tanto miedo que se olvid� de lo que iba
a hacer.



� No, querida, ah� no, mejor en
el borde, lo m�s cerca posible de nuestros amigos de esta noche
� Dijo el hombre alto con autoridad, se�alando a la
mesa de don Jos�, mientras con la otra mano le daba una sonora palmada en su
precioso trasero.



Titube�. Avanz� hasta el l�mite del escenario con pasos
t�midos. Por mucho que le costara ten�a que hacerlo, si no, en cualquier
momento el cabr�n de Berm�dez pronunciar�a su nombre y eso despejar�a todas
las dudas de quien todav�a tuviera alguna. Adem�s, no ten�a nada que perder,
las bragas eran transparentes, los pelos destacaban con nitidez bajo la gasa,
no iba a ense�ar nada que ya no se estuviera viendo. Y adem�s hab�a otra cosa:
Era casi un bendici�n que le ordenaran quit�rselas sola, estaban completamente
empapadas de sudor y otros fluidos, ser�a bochornoso que encargaran de ello a
alguien del p�blico, que alguien notara esa humedad y que pudiera incluso
guard�rselas en el bolsillo. Dios, estaba ante la mesa de Jos� Guzm�n, a
escaso medio metro de �l. Se estremeci�. No hab�a m�s remedio, sin pens�rselo
m�s, introdujo ambos pulgares por las tirillas y empuj� las bragas hacia
abajo, despacio, hasta la mitad de los muslos. El coraz�n se le desboc� al
hacerlo, enrojeci�, y no fue capaz de levantar los ojos del suelo. Era atroz
estar all�, ense�ando el higo a todos los espectadores, con aquellas melenas
inferiores, descuidadas e incultas que le hab�an crecido. Si al menos hubiera
tenido la precauci�n de depilarse... S�lo hab�a una ventaja: ya no le quedaba
ninguna prenda que pudieran quitarle. El estriptease hab�a terminado, era la
�ltima humillaci�n y hab�a concluido el suplicio, dentro de pocos segundos
estar�a visti�ndose, recuperando el aliento en el camerino.



� Anda, querida, si�ntate en el
borde � dijo Lu�s en voz alta.



Silvia, apenas pudo creer lo que o�a �Qu� se sentara? �Pero
si ella ya hab�a acabado, si estaba completamente desnuda! A pesar de que las
palabras de Lu�s hab�an sonado en los altavoces, dio un paso atr�s y estuvo a
punto de echar a correr, de volverse a la sala de las flores, pero lo que son�
en su o�do la detuvo en seco:



� �De veras es necesario,
Silvia, que pronuncie tu nombre un poco m�s alto? �De verdad quieres que suene
por megafon�a?



Dio un respingo. Se le cort� la respiraci�n y casi perdi�
la conciencia. No, evidentemente ella no pod�a consentir eso. El antifaz era
un disfraz a duras penas suficiente, al menos en apariencia hab�a venido
si�ndolo. Siempre pod�a decir que la estriper era la misma modelo que hizo el
reportaje para el ron maracagua; mientras tuviera el antifaz en su sitio y su
nombre no fuera pronunciado tendr�a alguna defensa. Pero eso daba lugar a
varias preguntas �Qu� iba a pasar si se tragaba la verg�enza y ced�a? �Qu� iba
a pasar estando como estaba bajo el influjo de la pastilla y as� de caliente?
Y la peor de todas las incertidumbres: Si ced�a a eso �qu� ser�a lo pr�ximo
que iban a ordenarle?



No pudo resistir, despu�s de todo le temblaban tanto las
piernas que ni siquiera estaba segura de poder ir a alguna parte. Odiaba su
estado, hacer aquello, pero ya hab�a una nueva variable incontrolada: El
maldito Lu�s Berm�dez �Que mala suerte que hubiera aparecido all�! No pod�a
permitir que m�s gente se enterara de lo que estaba pasando, ten�a que hacer
cualquier cosa por evitarlo, cada persona que se enteraba se convert�a en un
manantial inagotable de desgracias. Termin� de deshacerse de las bragas y se
sent� en el borde, no sab�a si del escenario o del abismo.



Cerr� los ojos unos segundos e intent� recuperar el
control. Sin saber c�mo, se le ocurri� la idea salvadora: Nadie la hab�a
reconocido a�n y ellos, en realidad, no deseaban exhibirla, al menos no
todav�a; quer�an ponerla en riesgo, mortificarla, verla temblar de terror,
pero a�n cre�an tener mucho partido que sacar a su miedo, no iban a quemar esa
baza tan pronto; la amenaza latente era para ellos m�s valiosa que su
ejecuci�n. Siempre la hab�an apretado poco a poco, de abajo a arriba, como si
fuera un tarro de pasta de dientes; no iban a cambiar de proceder a esas
alturas.



Bien, la consigna era simular rendirse y, mientras su
identidad permaneciera a salvo, estaba perfectamente capacitada para hacerlo.
Se sinti� contenta de s� misma; en el aspecto sexual, pod�a estar tan caliente
como quisiera, pero segu�a siendo capaz de mantener la cabeza fr�a y eso era
la mejor de las noticias. Hab�a cambiado, ya no era la misma ni�a a la que se
asusta amenaz�ndola con de denunciarla por plagio; la hab�an convertido en una
ninf�mana, eso era cierto, pero tambi�n en una mujer m�s dura e infinitamente
m�s calculadora de lo que nunca antes hab�a sido.



Lu�s Berm�dez y el grandull�n se le sentaron uno a cada
lado y se dio cuenta de que hab�a llegado el momento de dar la talla, de
demostrarse a s� misma la profundidad de su cambio. Cuando empezaron a
toquetearla, calambres de excitaci�n la recorrieron, no tuvo que fingir
estremecerse pero, por primera vez, mirando al sal�n repleto, a la mesa con
los directivos del Club, consigui� ponerle barreras a la verg�enza.



No, ni se les hab�a pasado por la cabeza qui�n era ella. La
miraban fijamente, con ese hambre con que los t�os devoran a la que consideran
una "t�a buena", pero sin la malicia, sin la sorpresa que sentir�an de haberla
reconocido. Vio claramente que cuanto m�s se plegara a los deseos los dos
hombres, m�s pronto acabar�a todo y se dej� apretujar por ellos. No se priv�
de responder a sus caricias, se retorci� bajo sus manos, entreabri� las
piernas y les dej� expedito el camino hacia su sexo. En absoluto le fue
indiferente el roce de aquellos dedos por su cl�toris, la manera de perderse
en su vello p�bico, pero acepto con indiferencia el placer que le provocaban;
acept� incluso que don Jos� Guzm�n acabara por atender las reiteradas
invitaciones de aquellos dos degenerados, que respondiera a sus gestos de
complicidad, a sus continuados gui�os, alargando �l tambi�n la mano e
introduci�ndole dos dedos en el co�o. Sinti� como nuevos flujos se a�ad�an a
los anteriores, como sus propios jugos le empapaban la entrepierna y hasta
supo que humedec�an tambi�n la mano que la masturbaba.



Le dio igual; lo importante era salir de all�, no
permanecer sobre el escenario ni un minuto m�s de lo imprescindible, y ella
sab�a la manera de conseguirlo. Se corri�, o m�s bien fingi� correrse, aunque
el orgasmo fue real. Sencillamente se limit� a permitir que sucediera; ech� la
cabeza hacia atr�s y se dej� atravesar por el placer. Escuch� sus propios
gemidos sonando por la megafon�a, se retorci� bajo la luz de los focos y
cuando volvi� a bajar la vista, se encontr� con la calva perlada de sudor de
don Jos�. Era un se�or mayor, conocido y respetable, el tipo de persona que se
pod�a meter en un l�o enorme por ser visto en esas actitudes, haciendo esa
clase de cosas. Por un momento casi sinti� l�stima por los hombres, por esa
manera tan animal e incontrolable en que viv�an el sexo. Eran animales, s�lo
animales, y ni siquiera ten�an la belleza de lo natural, la limpieza de lo
salvaje. La vieja Silvia, la que disfrutaba de libertad de acci�n, habr�a
hecho de aquellos dign�simos se�ores lo que hubiera querido, caso de que
hubiera querido algo.



Ahora s� hab�a terminado. Berm�dez y el gigant�n se
apartaron de ella. Ya ten�an lo que quer�an, la hab�an obligado a humillarse
todo cuanto all� era posible. Se puso en pie y sali� disparada hacia la sala
de las flores.



� �
�




Pedro se llev� casi toda la actuaci�n como fuera del mundo,
como observando desde arriba el asombroso discurrir de los acontecimientos. En
algunas ocasiones, el contoneo de Silvia, sus piernas, alguna imagen de
arrebatadora belleza lo arrastraban a la tierra, le disparaba punzadas de
deseo por el cuerpo. Pero enseguida volv�a los ojos hacia la realidad, hacia
sus compa�eros de mesa y estudiaba sus reacciones.



Todos se estaban divirtiendo, todos. Jorge estaba
plet�rico, Alberto sonre�a con superioridad, y Quique... Quique temblaba de
nervios, con las piernas entreabiertas para que el pene no le rozara con los
muslos. Se dio cuenta de lo imposible que iba a serle encontrar all� alguna
ayuda. Sin excepci�n, todos los trabajadores de Silvia la miraban con cara de
querer machacarla. Y Alberto... Respecto a Alberto, aunque le hab�a captado un
par de gestos de preocupaci�n, no deb�a hacerse ilusiones: con much�sima
suerte, se prestar�a a aliviar algunos ataques, a suavizar los golpes por un
tiempo, pero nada m�s se podr�a esperar de �l. Si alguna vez intentaba liberar
a Silvia, soltarla del todo, no cab�a duda de que se alinear�a junto a Jorge.
S�lo hab�a un final que ellos concibieran: la absoluta destrucci�n de la
muchacha. Y si lo pensaba bien... �Por qu� ten�a �l que empe�arse en evitarlo?
�Era una buena persona? �Le deb�a algo?



�Por qu� no elegir el camino de todos sus compa�eros,
limitarse a foll�rsela y punto? No pod�a negar que era tentadora, excitante,
la posibilidad de escapar a la l�gica cotidiana, hacia lo extra�o, y
contemplarla rodar por la pendiente. El estado de su polla era la demostraci�n
palpable de que aquello le gustaba, pero de alg�n modo sab�a que no iba a
hacerlo, se daba cuenta de que no paraba de buscar argumentos que justificaran
lo contrario. Despu�s de todo, sumarse a los otros no le ofrec�a m�s que sexo,
algo que de todos modos iba a obtener, y un papel secundario, aburrido en el
enredo. Absolutamente ninguna aventura, nada parecido a esa sensaci�n de tener
todas las cartas en la mano, de jugar con varias barajas y de saber que el
futuro era impredecible, que pod�an darse finales en los que �l saliera muy,
muy beneficiado, incluso en aspectos no previstos, incluso econ�micamente.



Cuando vio a Silvia abandonar el escenario trotando como
una gacela, sin conservar sobre el cuerpo m�s que las medias hechas jirones,
se convenci� de que los planes de Jorge iban a cumplirse. Por mucho que la
l�gica cotidiana indicara que esas cosas nunca suced�an, el t�rrido ambiente,
la noche, el refinamiento de las estrategias aplicadas, hab�an logrado crear
uno de esos orificios en los que todo es posible, por los que lo ins�lito se
abre paso hacia la realidad, y era demasiado tarde para cerrarlo. Silvia s�lo
pod�a contar con sus propias fuerzas.



Todo el mundo empez� a levantarse a su alrededor, y �l hizo
lo mismo. Sonri� al ver c�mo Quique se apartaba del grupo y se alejaba hacia
el excusado, caminando con las piernas abiertas. Lo mir� con indulgencia. El
pobre muchacho no estaba preparado para aquello, para la demostraci�n de
fuerza que Jorge y Alberto acababan de realizar, para ver a Silvia convertida
en una vulgar chica de alterne, corri�ndose all� en medio. Era muy
comprensible que estuviera a punto de derramarse en los vaqueros. Joder �de
veras �l deseaba fastidiarle la fiesta a tanta gente?




� �
�



Cuando not� la mano de Benito en su hombro, no pudo evitar
estremecerse, aquello era demasiado horrible.



� Tienes que ir hacia all�
� le indic� el negro, mientras se�alaba hacia lo
que parec�a ser la entrada a un pasillo� �Ves la
luz roja? Pues esa es la habitaci�n. Date prisa si quieres la ropa, creo que
no iban a esperar mucho.



Se qued� petrificada. Bajo el piloto hab�a una puerta
cerrada, en la que parec�a montar guardia una mujer de mediana edad. �La luz
estaba al otro lado de la sala, tendr�a que cruzar directamente entre el
p�blico! No pod�a hacer eso, se tambale� y dio un paso atr�s. Las palabras le
brotaron de los labios sin que tuviera ocasi�n de premeditarlas.



� No, no puedo salir sin estar
disfrazada � Susurr�� .
Se va a descubrir todo, esta vez estoy segura de que no puedo
� a�adi� con voz lastimera.


� Vamos, mujer, siempre tan
negativa � respondi� Benito con tono de broma�
. Son treinta metros escasos, vas perfectamente disfrazada de camarera, ser�s
una entre tantas, nadie reparar� en tu existencia.



Silvia escuch�, comprendi� que lo que dec�a ten�a su
l�gica, pero a�n as� era incapaz de dar un solo paso. Para colmo de males,
Benito la hab�a obligado a quitarse el antifaz, no casaba con el uniforme de
camarera que hab�a elegido para ella. Ni siquiera intent� resistirse, el
antifaz la relacionaba directamente con el anterior striptease. El uniforme...
Despu�s de mirar a la sala repleta de gente, a la chica que en ese momento se
desnudaba en el escenario, baj� los ojos hacia s� misma. Aquellas medias rojas
hasta la mitad de los muslos, las m�nimas braguitas que constitu�an todo su
vestuario, la hac�an parecer �ntegramente una puta y eran mucho peor que ir
desnuda. Bastaba con una mirada, con un dedo que la se�alara y un comentario,
para que quedara expuesta y sin defensa posible. Si llegaba a saberse que era
ella la del striptease de Gilda, un hilo tirar�a de otro y tambi�n se acabar�a
por saber lo de su padre y terminar�a en la c�rcel, o algo peor.



Comprendi� que, a pesar de todo, quiz�s hasta le conven�a
salir, pero no logr� avanzar un mil�metro. Era cierto que era m�s dura que
antes, que su conciencia parec�a estar dividi�ndose como en dos
personalidades, y que una Silvia l�cida era la mejor defensa que M y su ansia
de sexo pod�an encontrar; eso era cierto, pero la divisi�n entre sus
personalidades era a�n demasiado incipiente y la confusi�n se lo tragaba todo.



�Bueno �Sales o no? �Insisti� el negro en un tono que
empezaba a ser apremiante.



Pero ella no le prest� atenci�n, desvariaba, su mente
volaba a mil por hora. Hac�a muy pocos minutos que se hab�a sentido casi
orgullosa de s� misma, de haber conseguido fingir. Incluso crey� estar ganando
confianza, empezando a sentirse segura en el sexo. Controlar el sexo duro, ser
capaz de pensar mientras lo practicaba, era indudablemente un gran progreso.
Hac�a s�lo quince d�as, algo como que Don Jos� la masturbara la habr�a
destruido sin remedio.



Pero ahora, de vuelta junto a la cortina que separaba la
sala del �rea de personal, aquel �xito inicial se hab�a esfumado sin dejar
rastro. Al acabar la actuaci�n, cuando cre�a haber terminado y m�s felices se
las promet�a, cay� en la cuenta de que estaba desnuda, y de que no ten�a nada
que ponerse para el regreso. Benito le dijo que unos clientes la esperaban en
un reservado para devolverle el traje de Gilda y ella no hab�a visto otra
opci�n que ir por �l, o al menos intentarlo. Cualquier cosa menos bajarse del
coche en cueros en la puerta de su casa y que la viera la gente del caf�
Iniesta, adem�s de todo el vecindario. Aparte de eso, tampoco ten�a ninguna
confianza en que el negro fuera a dejarla cerca, y encima... �No llevaba las
llaves! Depend�a de Benito para entrar. Recuperar algo de ropa se convirti� en
su primera prioridad.



As� era como lo hab�a razonado, pero... Una cosa era querer
recuperar el traje y otra muy distinta ser capaz de internarse en bragas y sin
la protecci�n de una m�scara entre el p�blico. Involuntariamente, se acerc� a
la rendija de la cortina y aventur� una mirada hacia el interior. Las luces
eran tenues, una chica, envuelta en una t�nica negra estaba actuando, bailaba,
se la abr�a, y a�n conservaba puestos sujetador y bragas. El p�blico quedaba
en sombras y por m�s que se esforz� no logr� distinguir si segu�a habiendo
gente del club.



� �Seguro que quieres esperar a
que acabe la actuaci�n? � Pregunt� Benito�
Ahora mismo todo el mundo est� pendiente del escenario...



Cre�a imaginarse lo que le esperaba. Pedro le hab�a dicho
que intentara evitar entrar en un reservado, e incluso que iba a tener que
follarla, era evidente que iba a encontrarlo dentro junto con Jorge, Alberto y
los otros. Y si lo pensaba bien... �Era tan dram�tico tener que volver a
follar con ellos? Ya lo hab�a hecho antes y lo hab�a aguantado. Se dio cuenta
de que si se trataba de eso, pod�a manejarlo. Ahora estaba mucho m�s hecha,
incluso lleg� a confesarse que casi le apetec�a que sucediera. Era sexo
repetitivo, con gente que ya la hab�a usado, no supon�a un riesgo adicional y
la ayudar�a a deshacerse del calent�n que iba teniendo.



A esas alturas, el efecto de la pastilla era inconfundible.
Una suave excitaci�n la invad�a, un cosquilleo agradable le recorr�a el cuerpo
y la hac�a terriblemente propensa al orgasmo. Era la misma sensaci�n de
aquella primera vez en casa de Alberto, la misma sensaci�n de unos minutos
antes de que perdiera la memoria. Aunque hab�a alguna diferencia, se
conservaba infinitamente m�s l�cida que entonces; quiz�s fuera por no estar
tan cansada, o por no haber mezclado la pastilla con haschis, pero el hecho
era que se sent�a distinta.



� Hala �A qu� esperas? Mueve ese
culito hacia el reservado y d�jate ya de dramas; enfocas las cosas mal, te
obsesionas con que esto es vergonzoso y aquello denigrante, y al final acabas
por no ser capaz de hacer lo m�s sencillo; esto, simplemente es tu trabajo,
dentro de unos d�as lo habr�s aceptado como lo m�s normal del mundo.



Pensar en aquello como en un trabajo no la ayud� a ponerse
en marcha. Si no era descubierta hoy, lo ser�a ma�ana, o pasado, y m�s pronto
que tarde la noticia correr�a de boca en boca, y ella... de cama en cama. No
pod�a ser, y sin embargo reconoc�a que era mejor pasar el mal trago cuanto
antes, mientras todav�a hubiera alguien actuando. Curiosamente no era el
reservado lo que le daba miedo, sino aquel sal�n repleto de sombras, en el que
en cualquier sitio pod�a alzarse el dedo que la identificara, que la se�alara
para siempre. Lo intent�, crey� incluso que hab�a enviado a sus m�sculos la
orden de moverse, pero se qued� all� plantada, sin poder aceptar que estuviera
tan caliente, la incertidumbre, el abismo que eran para ella los pr�ximos
d�as. Por muy h�biles y adecuados que fueran las planes de Pedro... Aquello no
pod�a acabar bien.



� Joder, Silvia, me tienes
harto. Deja de hacerte la ni�a mojigata y sal de una vez �
Dijo Benito con tono desesperado� �O es que quieres
que vuelva a empujarte? Si salieras dando traspi�s, entonces s� que se fijar�a
en ti la gente.



S�lo hab�a un camino, deb�a ser fuerte y recorrerlo. Lo que
ellos pretend�an no era usarla sexualmente, ni tampoco exhibirla ante sus
conocidos, lo que pretend�an era humillarla, romperla en el plano moral. Y era
eso lo que no deb�a permitirles, aunque a cambio tuviera que darles todo el
sexo que quisieran. No hab�an divulgado quien era ella porque les era
divertido el juego de ponerla en riesgo, y no hab�a ning�n motivo por el que
eso tuviera que cambiar. La nueva amenaza surti� efecto. Silvia recompuso la
figura, levant� los hombros e hizo cuanto pudo por que el pelo le cayera sobre
la cara. S�lo ten�a que llegar hasta la luz.



Intentando simular desenvoltura, sali� a la pasarela y
enseguida torci� a la izquierda para bajar la escalerilla. Dios �La mesa que
ocupara don Jos� Guzm�n estaba vac�a! �D�nde se habr�a metido la gente del
club? �Se habr�an marchado? �Estar�a equivocada, ser�an ellos quienes la
esperaran en el reservado? Se tambale�, pero el miedo le ayud� a recuperar la
correcci�n. Mucha gente se hab�a ido, en la sala hab�an quedado huecos vac�os
que no exist�an durante su striptease, el grupo de la empresa, junto con Pablo
y Quique, tambi�n hab�a desaparecido. Eran s�lo veinte metros los que ten�a
que recorrer, ya estaba abajo, entre las mesas, no ten�a por qu� pasar nada
mientras no llamara la atenci�n.



� Oye, chica �Nos sirves otra
ronda? � Escuch� que la llamaba un cliente.



Fingi� no haber o�do y sigui� adelante. Casi crey� estar
consigui�ndolo; andaba con aparente soltura, nadie notar�a que ve�a a r�fagas,
que las luces le danzaban en los ojos, ni que estaba mareada; las
consecuencias de la pastilla estaban empezando a hacerse sentir con toda su
crudeza. Salvo por el incontrolable hecho de que estaba h�meda, completamente
ba�ada en sudor y otros fluidos, cualquiera la confundir�a con una de las
muchas chicas que atend�an las mesas. Uff, hab�a cubierto sin contratiempos
casi la mitad de la distancia, iba a lograrlo, quiz�s Benito tuviera raz�n y
no fuera para tanto. Casi le extra�aba que lo que menos le preocupara de todo
fuera el hecho de estar casi desnuda, rodeada de tanta gente, y que sin
embargo temblara como una hoja de papel al pensar en que alguien la
reconociera.



Repentinamente, tras rodear a un hombre que se estaba
levantando de su asiento, se encontr� a s�lo dos metros del tipo alto que con
tanta crueldad la hab�a tratado en el escenario; a su lado, c�mo no, estaba el
dichoso Lu�s Berm�dez. Se detuvo, por un momento pens� en intentar rodearlos,
a�n a pesar de alargar el trayecto, pero enseguida fue tarde para cualquier
cosa. El grandull�n se dirigi� hacia ella, y con pasmosa seguridad la atrajo
hacia s�. Le dio uno de esos besos largos, escandalosos que hacen que la
tierra desaparezca, a ella, que apenas sab�a d�nde pisaba. A pesar del
escalofr�o, del p�nico, acept�; acept� los labios que se fundieron a los
suyos, las manos que le aprisionaban el culo y exhal� un gemido. La esperaban,
ten�a que seguir, que llegar c�mo fuera al reservado. Con un esfuerzo supremo
y los flujos disparados, se apart� de �l, lo rode�, y camin� son�mbula hacia
la luz roja.



� Se�orita Seti�n, por favor,
espere un momento � Oy� decir al asesor a su
espalda.



Se tambale� al sentir que se pronunciaba su apellido, pero
no se detuvo; eso hab�a servido durante la actuaci�n, pero ahora no hab�a
altavoces y de todos modos no hubiera podido detenerse. Sin poder evitarlo,
perdi� ya todo decoro y sencillamente ech� a correr. En unos segundos que se
le antojaron siglos, estuvo a la entrada del pasillo de reservados.
Desorientada, se precipit� hacia el primero, pero la mujer de mediana edad que
montaba guardia se interpuso en su camino.



� Todav�a no puede entrar,
espere a que se apague el piloto � dijo con tono
impersonal.



Silvia crey� morirse. �Esperar? Dios �All� en bragas?
�Pod�a v�rsela desde el sal�n! De hecho hab�a varios clientes que la
observaban con aspecto divertido. Dese� con toda el alma recuperar su ropa. Si
al menos estuviera vestida con lo que fuera, si sus generosos pechos no
ofrecieran ese espect�culo de bamboleos, resistir�a mucho mejor el peso de
tantos ojos. Hasta la propia mujer, una cincuentona gorda, la miraba con
l�stima. �C�mo era posible que la mirara con l�stima una vulgar exprostituta?
�En qu� situaci�n estaba para que eso sucediera? Tras ella, charlando
tranquilamente, ven�an el maldito Berm�dez y el hombret�n que acababa de
besarla. Hizo intenci�n de entrar, pero la mujer la detuvo con una mirada y
ella, una vez m�s, dese� que se la tragara la tierra. Estaban a s�lo unos
metros y no pod�a imaginarse qu� iba a sucederle.




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