Relato: Una alumna � una esclava sexual - parte 4



Relato: Una alumna � una esclava sexual - parte 4

A los tres meses de comenzado el entrenamiento, Cecilia hab�a hecho notables progresos. Los deportes y el ejercicio f�sico le estaban eliminando aquellos kilos que le sobraban al principio y se la notaba con m�s energ�a desde el punto de vista f�sico, a la vez que mucho m�s contenta desde lo an�mico. Incluso en el colegio todos notaban que hab�a cambiado para bien. Algunos de sus compa�eros hab�an empezado a interesarse en ella. Es que no solo se ve�a m�s atractiva f�sicamente. Tambi�n actuaba distinto. Aquella est�pida timidez del principio hab�a desaparecido, dejando paso a una nueva Cecilia m�s seductora, m�s provocativa... m�s mujer!. Las actividades f�sicas la hab�an puesto en su mejor forma, pero el taller de expresi�n y arte esc�nico le estaba ense�ando a comunicarse a otro nivel. Su forma de caminar, de hablar, de insinuarse con miradas y sonrisas provocativas. Evidentemente no era la misma conducta de vida que todos le conoc�an.

Los bailes ex�ticos la hab�an entrenado en el arte de moverse seductoramente, a�n cuando no estuviera bailando. Recuerdo un recreo en el patio repleto de alumnos. Alguien la llam� de lejos y ella simplemente dio un giro de ciento ochenta grados apoyada en un pie y levantando levemente el otro. Su falda tableada se levant� durante todo su giro y el espect�culo visual de sus muslos descubiertos desorbit� los ojos de m�s de uno que la vio. Y todo lo hac�a a conciencia, es decir, ella planeaba esas cosas. Yo la alentaba a hacerlo. Me encantaba verla provocando a todo el mundo, encendiendo deseos, calentando hormonas. Mis alumnos estaban locos por ella. Por supuesto que ella los endulzaba y luego los dejaba con las ganas. Yo le hab�a encomendado que se pusiera en rol de perra y ella obedec�a y creo que hasta lo disfrutaba.

En clase, ella se sentaba muy cerca del escritorio del profesor, de modo que le orden� que en aquellas clases en las que tuviera por profesor a un hombre, ella deb�a sentarse de piernas cruzadas e insinuarse levemente con alguna mirada sostenida, siguiendo al profesor como si estuviera muy interesada en el tema, de tal manera de llamar su atenci�n y hasta llegaba a desconcentrarlo. Incluso en su catecismo supo ser provocativa, al punto que cuando en la sala de profesores �ramos solo hombres, escuch� comentarios sobre lo buena que estaba y lo diminutas que se notaban sus pantis, cuando la sorprend�an de piernas cruzadas, ya que su falda era corta y se le ve�a todo. C�mo se excitaban todos con aquellas miradas sugestivas y hasta desafiantes. M�s de uno se anim� a comentar c�mo le gustar�a cogerse a una hembrita as�.

Alguno lleg� a sugerir que seguramente tendr�a alg�n macho. De otra manera no se explicaba semejante cambio. �Alguien la debe tener muy bien cogida� -dec�an en privado- y yo me hac�a el pelotudo. No quer�a arriesgarme a deslizar alg�n comentario que indujera a sospecha, pero c�mo disfrutaba con la excitaci�n de mis colegas y del resto del alumnado. Me daban ganas de ponerme a gritar que ella era toda m�a y que la verga que hab�a provocado semejante transformaci�n era la misma que yo usaba para mear. A�n m�s, me imaginaba cogi�ndola bien duro delante de todos. Pero se sabe que eso no es posible. Ni loco que estuviera.

Una lluviosa tarde de fines de invierno, de esas que invitan a coger... y coger... y nada m�s que coger, est�bamos en casa... adivinen haciendo qu�?... pues cogiendo!... s� se�or. Pero el sexo no es solo coger y adem�s mi esclava ya sab�a hacer mucho m�s que eso. Los cristales de mi ventana estaban llenos de gotas que se deslizaban sin ning�n apuro y se renovaban incesantemente por lo copioso de aquel aguacero, al igual que yo disfrutaba sin prisa y sin pausa de los masajes que Cecilia estaba aprendiendo a dar. Me aplicaba unos aceites especiales que intensificaban el calor del frotar de sus dedos. Eran delicadamente aromatizados, lo cual le a�ad�a un toque extra de encanto. A bajo volumen, un cd de m�sica er�tica completaba un ambiente que invad�a los sentidos.

Yac�a boca abajo, mientras ella, montada sobre mis gl�teos, regocijaba cada m�sculo de mi espalda. Sus manos eran tan suaves que cada contacto de ellas con mi cuerpo significaba un deleite. Luego yo me daba vuelta y ella masajeaba todo mi pecho, luego mis abdominales y finalmente se pon�a de rodillas entre mis piernas y flexion�ndose sobre m�, recorr�a toda mi verga roz�ndola con uno de sus pechos. Luego volv�a hacia atr�s y repet�a la acci�n con su otro seno. Yo le hab�a ense�ado a no restregarlo de lleno, sino que apenas fuese un sutil roce, lento, suave, encendiendo mi placer sexual a l�mites de locura. Si hay algo que me cuesta explicar con palabras, es la extasiante sensaci�n de aquella piel tan sedosa rozando finamente mi aparato, desde los test�culos hasta la mism�sima punta del glande, sin dejar un solo mil�metro que quedara sin su deliciosa caricia.

La calefacci�n hac�a su trabajo permitiendo que a pesar de lo fr�o del clima, mis encuentros con Cecilia fueran siempre a plena desnudez. El brillo de su suave piel blanca y su sedosa y radiante cabellera rubia eran la misma luz de aquella habitaci�n. Su cuerpo irradiaba el calor que me transmit�a las m�s intensas sensaciones de vida. Ella era el sol de mi peque�o universo lujurioso. Cuando masajeaba mi pene con sus pechos, su cabello rozaba parte de mis muslos y mis caderas, y aquello era un placer aparte.

Cuando la excitaci�n me ped�a m�s, yo solo chasqueaba mis dedos y Cecilia tomaba mi miembro con una mano y comenzaba a mamarlo. Al principio eran lamidas en el glande, para luego recorrer todo su tronco, descendiendo hasta mis test�culos. Con extrema suavidad los lam�a para luego introducirlos en su boca y succionarlos uno por uno, delicada y pausadamente. No cerraba sus ojos. Ten�a expresas �rdenes de no hacerlo. Deb�a mantener siempre el contacto visual. Ten�a que adorar aquellos genitales que m�s tarde le dar�an su placer. Y vaya si lo hac�a. Por si no fuese intenso el goce que me proporcionaba, yo me deleitaba observ�ndola hacer su fino trabajo, clavando su mirada en cada �rea que su lengua recorr�a, como si quisiera grabarla en sus retinas.

Despu�s me maravillaba con el espect�culo de ver a mi pija perdi�ndose en su deliciosa boca. Lentamente, como si no existiera otra tarea en el mundo para ella, la chupaba con esmero, haci�ndome desear que el tiempo se paralizara para inmortalizar aquel instante. En ocasiones le hablaba del liceo justo mientras estaba en plena chupada.

- El profesor de matem�ticas est� bien caliente contigo. Dice que cuando te cruzas de piernas lo enloqueces y se imagina lo divino que debe ser meterte la verga y cogerte bien cogida...

Por un momento desvi� su mirada de mi pene para dirigirla hacia a mis ojos. Sin dejar de chupar y lamer mi glande, me sonri� con la picard�a de una puta novata que estaba aprendiendo a enloquecer a los hombres y disfrutaba por ella misma y por lo mucho que a m� me divert�a su nueva conducta.

- Duarte y Morales, que se sientan detr�s de ti en clase se pasan todo el tiempo mirando tu culo. En especial cuando te sientas bien erguida, casi en la punta de la silla, dejando espacio libre entre tu cuerpo y el respaldo. A veces pienso que se te van a tirar encima.

Cecilia suspir� riendo y por un momento sac� mi pene de su boca, solo para responderme:

- Lo s�... por eso lo hago... en un recreo se animaron a decirme muy en privado que quer�an hacer un tr�o conmigo...

- Y t� que les dijiste?...

- Que tal vez... cuando maduren... en un mill�n de a�os...

E inmediatamente volvi� a llenarse la boca con mi miembro, pero sin dejar de sonre�r. Comenzaba a sentirse poderosa a trav�s de una sensualidad que jam�s hab�a sido parte de su forma de ser, pero que definitivamente hab�a brotado con la fuerza de un manantial puro y cristalino, que la hab�a renovado desde dentro hacia afuera. Era como si cada poro de su piel expeliera potentes descargas de sexo, capaces de atraer a cualquier incauto que se atravesara por su camino y encender inexorablemente el deseo de poseerla. C�mo hab�a cambiado mi nena. De aquella adolescente triste, ap�tica e inexpresiva que se sent�a est�pida, ya no quedaba nada. Desde que conoci� el placer de una buena verga y de ser dominada por un macho que le fijara bien claro sus l�mites, Cecilia hab�a experimentado una notable transformaci�n y yo me sent�a el arquitecto de aquella escultural obra.

Un nuevo chasquido de mis dedos le indic� a mi esclava que ya era suficiente lengua. Comenz� a incorporarse sobre m�, al tiempo que estirando su mano hacia mi mesa de luz, tom� un preservativo y se encarg� de vestir adecuadamente mi verga, con el esmero con que una madre viste a su hijo para llevarlo a la escuela. Luego la montaba y comenzaba una larga y placentera cabalgata. En ocasiones como esa, yo la dejaba libre para elegir la forma y el ritmo de la relaci�n. A ella le gustaba subirse y dejarse caer pausadamente, en varias subidas y bajadas, hasta que la ten�a toda dentro. Despu�s estiraba sus manos hacia atr�s, apoy�ndolas sobre mis muslos. Con sus pies sobre el colch�n, sub�a y bajaba lentamente y solo se concentraba en sentir. Esa era la premisa. Sab�a exactamente en qu� momento deb�a cambiar de ritmo, en base a sentir la consistencia de mi miembro en su interior. Yo nunca deb�a se�alarle la velocidad que necesitaba. Eso es algo que ten�a muy claro, porque me conoc�a como nadie.

Yo siempre la esperaba a su primer orgasmo y le dejaba margen para que ella lo manejara a su placer. Despu�s de todo, con lo mucho que me hac�a disfrutar, ten�a su premio m�s que merecido. Ella tampoco ten�a que decirme lo que sent�a. Yo conoc�a el significado de cada uno de sus gemidos, la intensidad de sus jadeos y lo que pasaba en su interior desde que comenzaban sus convulsiones hasta que se iban diluyendo. En solo tres meses nos conoc�amos perfectamente y aprendimos a complementarnos en el sexo, como amantes de toda una vida.

Una vez alcanzado su cl�max cambiamos de posici�n y yo fui sobre ella. El colch�n de alta densidad la sosten�a con firmeza y a m� me permit�a sentir todo su esplendoroso cuerpo bajo el m�o. Nuestros brazos estirados terminaban en manos entrelazadas que aferraban por fuera, la excitante uni�n que se produc�a por dentro. Nuestras bocas se fusionaban en el h�medo fuego de una pasi�n que se regocijaba en el descontrol de nuestra qu�mica hormonal. Mi lengua solo sal�a de su boca para descender a su cuello, que generosamente me ofrec�a reclinando su cabeza hacia atr�s sobre una almohada que se impregnaba de la tersura de su cabello. Sus gemidos de hembra dulce y vulnerable se mezclaban con la m�sica cargada de erotismo y la realzaba de tal manera que mi excitaci�n aumentaba, llev�ndome a acelerar mi ritmo. Cuando sus jadeos se intensificaban al punto de entrecortase, era mi se�al de los �ltimos cien metros y como el buen jinete gu�a a su potranca, yo la llevaba a mi ritmo para llegar juntos a una intensa culminaci�n que nos un�a a�n m�s, si es que esto era posible.

Acabado un nuevo momento de intenso placer y tras retirar el cond�n cargado de mi semen, me tend� sobre ella para seguir disfrut�ndola por varios minutos durante los cuales nuestros besos eran el lenguaje para comunicarnos la satisfacci�n que nos embargaba.

M�s tarde me apeteci� una taza de caf� y algo liviano para merendar, de modo que le ped� que me acompa�ara a la cocina. A diferencia de otras ocasiones yo prepar� todo mientras ella simplemente observaba. Su cuerpo desnudo me deleitaba tanto que me resultaba dif�cil concentrarme en la simple tarea de servir un taz�n, pero lo logr� y puse todo en una bandeja. Ella se sorprendi� de que no le ordenara servir la mesa y simplemente me sigui� al comedor cuando yo cargu� todo y lo llev�. Al sentarme en mi silla esper� mi orden con un dejo de confusi�n, pues yo hab�a servido solo un taz�n lleno y hab�a preparado un �nico s�ndwich grande. Entonces le di su orden:

- Si�ntate en mi regazo.

Ella obedeci� y delicadamente pos� sus tibias nalgas sobre m� y rode� mi cuello con uno de sus brazos. El s�ndwich que hab�a preparado lo com�amos los dos de mi mano, mordisco tras mordisco, sin ning�n apuro y siempre fijando la mirada el uno en el otro. Cuando nuestras bocas se acercaban, alguna lamida le supe robar. Beb�amos el caf� de a un sorbo cada uno. Una indescriptible sonrisa de satisfacci�n se dibuj� en su rostro. Quisiera haber filmado el momento para poder describir la m�a. Aquella suave mu�eca viviente parec�a inyectarme vida con cada gesto, con cada caricia, con cada roce de su bell�simo cuerpo. Sus ojos parec�an decirme millones de frases, hasta que no resist� m�s y le pregunt�:

- Hay algo que quieras decirme o preguntarme?
- Amo... quiero darle las gracias por todo lo que me est� dando y por curiosidad preguntarle si este cambio del suelo a su regazo, es por algo que yo hice, Se�or...
- Todo lo que te doy es siempre por algo que hiciste.
- Y qu� hice para merecer este premio?
- Progresar, Cecilia... progresar. No imagino a ninguna otra chica de tu edad que se esfuerce tanto por ser mujer y que logre todo lo que t� est�s logrando.

Mi boca se fue sobre la de ella sin pedirle permiso a mi mente. Aquel beso fue lento, pausado, como derogando la ley del paso del tiempo. La lluvia segu�a mojando todo all� afuera, pero en mi cuerpo, la �nica humedad que me rozaba era la que proven�a de Cecilia. Mi miembro ya empezaba a entrar en el tema de conversaci�n, cuando mir� el reloj de la sala y vi que a�n era muy temprano, de modo que prefer� aguantar un poco m�s. Dej� todo sin lavar y la llev� de nuevo al dormitorio, pero en lugar de un nuevo coito, le di uno de sus trajes de danza �rabe y le dije que la quer�a ver bailar para m�. Esos trajes de baile, m�s algunos juegos de lencer�a y alg�n que otro disfraz er�tico, eran las �nicas ropas que en ocasiones le permit�a usar y siempre teniendo en cuenta que no pasar�a mucho antes que se las quitara.

Cecilia se visti� con su traje compuesto por piezas que ella misma pod�a ir desmontando. Estaba hecho de velos. Se ve�a como una hermos�sima odalisca de alguna s�per producci�n de Hollywood. Luego quit� el cd que a�n sonaba y lo cambi� por uno m�s apropiado para su danza. Nunca me gust� la m�sica �rabe. Me parece por dem�s mon�tona. Pero en este caso eso era lo de menos, porque la belleza y la sensualidad de aquella lujuriosa hembra captaban mi atenci�n, haciendo que me olvidara del resto del mundo. El suave meneo de sus caderas... los impactantes quiebres de su hermosa cintura... el fren�tico temblequeo de sus pechos asomando por un sost�n diminuto... y pensar que toda esa tremenda mujer era absolutamente m�a. Creo que Cecilia no fue la �nica que cambi� en esos tres meses. Si quiero ser sincero, debo confesar que yo tampoco era el mismo. Tal vez ocultaba muchas de estas cosas ante los ojos de los dem�s, por las razones que todos conocen, pero entender�n que esto no puede ser procesado con ninguna indiferencia. No debe existir un solo hombre en el mundo cuyas fibras �ntimas no le sean removidas por una mujer as�. Yo me sent�a feliz como nunca.

A medida que la danza trascurr�a ella se iba despojando de sus velos... uno por uno... en una armon�a tan cargada de pura sexualidad, que la excitaci�n atravesaba mi cuerpo sin la menor piedad, sin ninguna consideraci�n por mi raciocinio. Solamente la delicia de cada uno de sus movimientos, me imped�an lanzarme sobre ella para poseerla sin esperar m�s, pues su striptease avanzaba inexorablemente hacia el desnudo tan deseado. Sus pies descalzos sobre la alfombra marcaban el ritmo cadencioso de su inapelable poder seductor. Cuando se quit� el �ltimo velo, el que le cubr�a su cintura, su sexo qued� expuesto y ella se lo restregaba suavemente sobre su vagina, con una mano tras su espalda y la otra por delante, el metro y pico que med�a aquel trozo de tela surcaba sus labios vaginales de atr�s hacia delante y vuelta otra vez hacia atr�s, acompasando el descollante vaiv�n de sus caderas.

Despu�s de repetir ese movimiento varias veces, aquel velo h�medo por el incipiente brote de sus jugos, termin� enroscado en mi cuello, al tiempo que ella, erguida sobre m�, con una pierna a cada lado de mi silla, pos� sus pechos justo delante de mis ojos y extendiendo sus brazos abiertos hacia arriba, se detuvo anunciando el fin de su danza, concomitantemente con el abrupto final de la canci�n. El n�mero estaba debidamente ensayado y fue ejecutado a la perfecci�n. La tom� por su cintura, temiendo que mis manos se derritieran por la excitaci�n que me hab�a provocado y la gui� hacia abajo hasta dejarla montada en mis piernas, solo para volver a besarla largamente, deseando poder detener el tiempo en aquel m�gico instante.

Luego chasque� mis dedos y le hice una se�a de levantarse. Me gustaba transmitirle el control que yo ten�a sobre la situaci�n, pero el traidor de mi pene me dejaba en evidencia, ya que su dura consistencia demostraba que en aquel momento Cecilia estaba en control de m� y no yo en control de ella. Pero en un esfuerzo sobrehumano de salvaje lucha contra la tentaci�n, fui a uno de mis cajones y extraje el collar de perra que hab�a comprado para ella. Aquel collar que Cecilia deber�a ganarse demostrando dignidad de esclava y par�ndome frente a ella le dije:

- Recoge tu pelo y lev�ntalo por sobre tu cabeza.

La emoci�n de aquel momento comenz� a traslucirse en su rostro. Sab�a que yo no se lo dar�a hasta que se lo ganara. Se hab�a esforzado. Hab�a trabajado muy duro para conseguirlo y finalmente su deseado momento hab�a llegado. Con toda la suavidad que pude rode� su cuello con aquel objeto y lo abroch�. Sonriendo me dijo:

- Permiso para mirarme en un espejo, Amo!...

Se lo conced� con una se�a de mi mano y corri� hacia el espejo de la habitaci�n para contemplarse a s� misma, al tiempo que yo masajeaba mi verga que ya estaba por dem�s impertinente, como un ni�o clamando por su dulce... ya!. Solo era un collar en su cuello, pero ya no se sent�a desnuda. Aquel peque�o objeto de cuero era como un lujoso vestido largo para ella. Volvi� hacia m� y abraz�ndome me bes� entusiastamente. Despu�s de eso s� que ya no pude aguantar m�s y volvimos a la cama a coger, coger y nada m�s que coger. Despu�s de todo, llov�a tanto aquel d�a...

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