UNA NI�EZ PRECOZ
Hay momentos de nuestra vida que perduran para siempre, y los
que m�s se quedan grabados, son los que se relacionan con el sexo. Y es que las
sensaciones agradables que en al ni�ez lograron impregnarse en nuestra mente,
fueron hechas a trav�s del pene, como si �ste fuera un cincel que utiliz�ramos
para dejar estas huellas imperecederas.
Mis recuerdos se remontan a mi ni�ez, y aunque era peque�o,
mi pil�n ten�a grandes deseos de enterrarse en el culo de cualquier ni�a que se
me pusiera en el camino. Era un deseo incontenible que me hac�a audaz para poder
satisfacer mis ansias.
Mi maestra era una madura muy guapa, con un cuerpo
agradablemente relleno con redondeces distribuidas en los lugares m�s
apropiados, con unos labios sensuales, gordezuelos, que se me antojaban, no
sab�a para qu�, porque nunca hab�a visto besarse a nadie, pero me atra�an y m�s,
cuando los acercaba a mi cara y besaba mis mejillas, pues su instinto maternal
la hac�a verme muy tiernamente, sin imaginar el remolino que despertaba en mi
interior. Me gustaba recibir sus besos y caricias inocentes y en los abrazos que
me daba, a veces, aparentemente por descuido, dejaba ir mis manos entre sus
piernas acariciando levemente el rinc�n de su co�o, ella no lo tomaba a mal y
�nicamente apartaba suavemente mis manos de su entrepierna, sonriendo
amablemente.
Tambi�n hab�a en el pueblo una familia, en la que estaba una
morena de pelo negro, largo, de la que me enamor�, con ese amor que sienten los
ni�os, totalmente plat�nico, que me hac�a suspirar de dicha cuando pensaba en
ella. Nunca tuve un contacto, ni siquiera un acercamiento, pero me peg�
fuertemente el enamoramiento.
Viv�amos cerca de la playa, y en ella hab�an unos barcos que
sacaban del mar, y los dejaban aparentemente abandonados, pero estaban ah� para
su reparaci�n o pintura. Recuerdo que en uno de esos veleros intent� subir por
el que se izaba la vela, entrelaz�ndolo con mis piernas, rozando, al subirlo, mi
pene en la redondeada madera, lo que me provocaba una sensaci�n deleitosa,
cuando me resbalaba y volv�a a intentar subir, era un roce que me produc�a
sensaciones deleitosas y m�s, cuando me produc�a lo que no s� si llamarle
orgasmo, pero si me daba un placer que no hab�a sentido antes. Despu�s de mi
primera experiencia, seguido iba a cogerme al poste para sentir nuevamente los
deleites que me ocasionaba.
Aquella ni�a g�erita, pelirrroja y llena de pecas, era
caliente como ella sola y dejaba que otros ni�os m�s grandes le untaran la verga
en el trasero, mientras yo me quedaba solamente mirando, pero aprendiendo, para
cuando me tocara mi oportunidad. Pero al ver que s� estaba dispuesta a
entregarme las nalgas, un d�a me puse a fabricar con cera blanca, unos diminutos
objetos que pretend�an ser ollas, sartenes y vasos, todas esas chucher�as que
para nada sirven, pero que a las ni�as les encanta para jugar a la casita. Y con
el pretexto de regal�rselos, logr� acercarme a ella y cuando menos lo pensaba,
ya la ten�a en el escondite que nos proporcionaba una de las casas construida en
el patio de mi abuelo, que se elevaba sobre unos pilotes, lo que nos permit�a
escondernos debajo de ella. Sin pensarlo mucho, le levant� las faldas, y como no
se acostumbraban los calzoncitos, pues hija de pescadores y humilde, no ten�a
necesidad de pon�rselos, lo que facilitaba las cosas. Con ella boca abajo, mi
peque�o pene se hundi� entre sus nalgas, bien parado, pero sin tener el tama�o
suficiente para perforarle el ano, pero las sensaciones que me proporcionaba el
roce de sus nalgas sobre mi prepucio, eran verdaderamente sensacionales. Tendido
sobre su espalda, trataba de penetrarla pero sin conseguirlo, pero disfrutando
ampliamente de aquel contacto de su piel. Ella tambi�n gozaba, pues su anito era
verdaderamente ardiente y, aunque no sent�a la introducci�n, el roce de mi pene
alrededor de su c�rculo anal, la hac�a transportarse al cielo, sonriendo de
dicha. Despu�s de una rato de estarla jodiendo en seco, tuve que dejarla ir,
aunque si por m� hubiera sido, me hubiese pasado todo el d�a sobre ella.
Mi rival en amores era otro ni�o m�s grande que yo, quien
adem�s de la g�erita, montaba a dos primas suyas, que se dejaban untar la verga
en el culo, pero sin llegar a una verdadera jodienda, pues como ya he dicho,
�ramos apenas unos ni�os.
Llevaba una gran amistad infantil con el hermano de ese ni�o
que era mi rival, y no s� si por celos, porque el se cog�a a mi g�erita, o nada
m�s por calentura, me propuso que cogi�ramos. Yo le dije que s�, pero que �l se
pusiera primero. Debo aclarar que nunca he tenido una relaci�n homosexual en
forma, y no creo serlo, porque las mujeres me gustan en demas�a, salvo si se
considera una conducta homosexual el lamerle el cl�toris a una mujer lo sea, ya
que �ste tiene la apariencia de un peque�o pene, pero en aquella ocasi�n ten�a
ganas de rozar un culo, y acced� en estas condiciones. �l se puso boca abajo y
yo me le mont� pegando mi peque�o pene en su ano, subiendo y bajando, para
sentir el delicioso roce. Cuando m�s entretenidos est�bamos, una t�a m�a pas�
por el lugar en donde est�bamos y nos descubri�, haci�ndonos huir de aquel
sitio. M�s tarde, escondido en un lugar de la casa, o� que mi t�a contaba a los
dem�s familiares su descubrimiento y uno de mis t�os pregunt� quien era el que
estaba abajo, al decirles que yo estaba arriba, no hubo m�s comentarios
acusadores y no recib� ning�n castigo. As� era la moral en esos tiempos.
El ser ni�o no imped�a que los grandes se fijaran en uno,
como suced�a con la sirvienta que prestaba sus servicios en la casa, quien
dorm�a con nosotros, y con el pretexto de estar jugando, nos met�a entre sus
piernas y gozaba tocando nuestros peque�os penes, de mis hermanos y el m�o.
En cierta ocasi�n en que la calentura se le subi� demasiado,
considerando que era hora de que tom�ramos un ba�o, nos llev� al cuarto que
serv�a para ese efecto, mostr�ndonos su co�o lleno de pelos negros, nos instaba
a que le unt�ramos nuestras verguitas en su raja. Como yo solo hab�a aprendido a
coger por detr�s, trataba de encontrar una manera de acercarme a sus nalgotas
para poder untarle mi verga, pero al estar ella sentada y con las piernas
abiertas, solamente pod�amos entrar por delante y, en estas condiciones, no
sab�amos que hacer y ella era totalmente inexperta en estas lides, como para
ense�arnos el camino, �nicamente se dejaba llevar por su calentura y el ansia de
sentir una verga entrando en su ardiente co�o. As� que con el tremendo mont�n de
pelos ante nosotros, con el co�o abierto esperando que lo clavaran, y con la
criada llena de deseos, estuvimos haciendo caso a sus indicaciones tratando de
calmarle la fiebre, pero creo que la dejamos peor, y no tuvo m�s remedio que
masturbarse, pues nosotros para nada le pod�amos llegar a su sexo ardoroso, que
ped�a verga a gritos.
Uno de mis t�os se cas� con una g�era de ojos azules, piel
blanca, y un tremendo culazo que se antojaba ver desnudo. Mi t�o y ella se
fueron a vivir a un rancho y se llevaron a mi hermano el mayor con ellos, quien
despu�s nos platic� la experiencia que vivi� ah�, cuando oculto por las noches
ve�a como jod�an mis t�os, mam�ndole ella la enorme verga de mi t�o, y siendo
cogida por �l, por delante y por detr�s. Mi t�o era un experto en la jodienda, y
la satisfac�a completamente, por eso ella siempre estaba alegre y sonriente. Mi
hermano, desde luego, con la contemplaci�n de estas cogidas, se daba unas pajas
tremendas y con este entrenamiento lleg� a ser cuando ya era mayor, tambi�n un
gara��n.
Mi segundo contacto sexual con las sirvientas fue mucho
despu�s, cuando nos fuimos a vivir a otra ciudad, cuando ya la verga la ten�a
m�s gruesa y larga y se me paraba m�s frecuentemente.
Aquella gatita morena, de buen cuerpo, esperaba el momento en
que iba a acostarme en el catre, v�ctima del sopor, y recost�ndose a mis
espaldas, se pon�a a jugar con mi verga, masturb�ndome a gusto, mientras su
respiraci�n agitada se dejaba escuchar en mis o�dos. Yo sent�a su agradable
contacto, pero temiendo que por alguna raz�n se rompiera el encanto, la dejaba
hacer, fingi�ndome dormido, mientras ella se daba gusto acariciando mi carajo.
En otras ocasiones no esperaba que yo me durmiera, sino que me acosaba, ayudada
por su hermana, que tambi�n serv�a en la casa, hasta que, atrapado entre las dos
hembras, era v�ctima de aquella mujer, que sacaba mi verga de mis pantalones y
se pon�a a acariciarla con frenes�, admir�ndose de su tama�o y grosor, a pesar
de mi corta edad. Tambi�n, cuando despertaba, a�n somnoliento, era secuestrado
por aquella cachonda mujer, que al sentir mi verga bien parada, me colocaba
entre sus piernas, buscando el contacto �ntimo de su co�o con mi pene. No s� que
sensaciones le llegaban, porque nunca intent� que yo la perforara, �nicamente se
conformaba con sentir cerca de su co�o el roce del bulto que formaba mi pene,
debajo de la bragueta del pantal�n. Si yo hubiera sido m�s avispado, hubiera
conseguido una deliciosa amante, con quien saciar mis ansias de novillero, pero
ella tampoco se decid�a, quiz� por el temor a un embarazo, pero de que era
cachonda, eso no se pod�a dudar, e infinidad de veces goc� entre sus piernas del
c�lido contacto de su co�o h�medo, tan s�lo separado por la fina barrera de su
pantaleta.
Hab�a llegado a la ciudad una se�ora madura, que era comadre
de mis padres, de pelo negro, pero de piel muy blanca, una breve cintura y unas
nalgas enormes. Me gustaba mucho esta se�ora, pero estaba de querida de un tipo
que trabajaba en el gobierno, con el que hab�a tenido dos hijas, una morena y
una rubia, las dos muy guapas.
A esta linda se�ora se le hab�a recibido en nuestra casa y se
le asign� un cuarto para que viviera con sus hijas. En la parte de arriba de
este cuarto, por una rendija, pod�a ver cuando se lavaba el co�o peludo en una
blanca palangana y sus enormes tetas, que rebosaban el sost�n. �Qu� delicia
contemplar ese hermoso co�o y su prominente trasero! Daban ganas de bajar,
abrirle la puerta a empujones, tirarla en el catre y ah� meterle la verga
profundamente, pero eso s�lo eran fantas�as, y me contentaba con masturbarme
divinamente, mientras segu�a paso a paso todo el procedimiento del lavado de
co�o.
Sus hijas jugaban con nosotros, y en m�s de una ocasi�n las
acarici�bamos �ntimamente. Cuando jug�bamos con ellas sobre la cama, met�amos
mano y las mont�bamos, aparentemente en la inocencia del juego, pero la
realidad, es que pens�bamos en ellas para clavarles la verga, pero eso nunca se
llev� a cabo.
Ten�a una prima g�erita, de ojos azules y pelo ensortijado,
la que ten�a el sue�o de ser rumbera y organizaba su espect�culo para nosotros.
Remang�ndose las faldas nos dejaba contemplar sus blancas piernas,
deliciosamente torneadas, que mov�a r�tmicamente al comp�s de la m�sica, ante su
p�blico que la aplaud�a fren�ticamente.
Mi otra prima, una morena encantadora, me atra�a
poderosamente, y en m�s de una ocasi�n me le acerqu� con intenciones de
masajearla, o de besarla, pero no ten�amos muchas oportunidades, por lo que no
concretamos nada, aunque si me qued� con las ganas de darle un llegue con mi
verga.
Ten�a un primo regordete, que en una ocasi�n me busc�, y
aunque no me dijo de que se trataba, por su actitud comprend� que lo que quer�a
era sentir mi verga. Yo era m�s grande que �l, y sopesaba las consecuencias que
provocar�a el hecho de ser descubiertos. La ropa que ten�a la bastante ajustada
y no pude quit�rsela, por lo que s�lo pude hacer a un lado el hueco de su
pantal�n corto, para descubrir su ano, y poniendo mi verga en el centro de su
ardiente argolla, me dedique a frot�rsela por un buen rato, hasta que me vine
sin haberlo penetrado. Un d�a, antes de irme a la escuela, me lo encontr� en un
apartado lugar de la casa, en el que hab�a un sill�n con ropa lavada, y ni tardo
ni perezoso lo acomod� sobre la ropa y me encaram� sobre sus nalgas para meterle
la verga, pero nada m�s le estuve frotando con mi verga su ano, pero por poco
tiempo, pues se me hac�a tarde para ir a clases. Mucho despu�s supe que se hab�a
vuelto puto y ya no lo volv� a ver.
Ten�a una amiga que era m�s grande que yo, una morena de pelo
muy largo que se lo peinaba en trenzas, muy guapa ella, con unos piernones
divinos y un cuerpo muy agradable, que daba gusto mirar cuando caminaba,
contone�ndose cachondamente. Llev�bamos una buena amistad y ella dec�a en broma
que era su novia. En una ocasi�n en que est�bamos jugando jal�ndonos y
abraz�ndonos, lleg� un momento en que su cara qued� cerca de la m�a y me dio un
ardiente beso, con el que me daba a entender que necesitaba que la acariciasen,
porque estaba que se consum�a de deseos. Ella me fue guiando, para que la
masturbara hasta producirle un orgasmo, que si no la dej� satisfecha, por lo
menos ya no tan ansiosa de verga. Como dije, era mi gran amiga, y �se fue nada
m�s un momento de calentura, porque no volvimos a tener contacto sexual, pero me
apreciaba bastante, inclusive actu� de celestina con mi primera novia. Cuando le
lleg� la edad de la punzada, le entreg� las nalgas a un cabr�n que la cog�a
bien, pero que la trataba mal, y ya no volv� a saber de ella.
Estando ante la m�quina de escribir y tener todos estos
recuerdos tan profundamente guardados, aflorando y haci�ndome sentir las gratas
sensaciones experimentadas a lo largo de mi vida, no puedo menos que agradecer a
todas las mujeres que intervinieron de alguna manera a mi formaci�n sexual,
prepar�ndome para lo que ser�a una vida de interminable cogedera, d�ndoles desde
aqu� las gracias y una deliciosa lamida en el co�o y en el culo, mientras me
masturbo con sus im�genes frente a m�, con mis mejores deseos de que hayan
gozado, como putas, intensamente del sexo, a�orando los felices momentos que
disfrut�s� con ellas.