�Y a ella no la conoces�, dijo mi madre; y me se�al� a la
chica que me sonre�a mientras levantaba una de las ollas del almuerzo. Ella
sonri�.
Se llamaba Fabiola y era la nueva empleada de servicio. Yo
hab�a estado casi un mes de viaje de aventuras por la sierra y mi aspecto deb�a
ser lamentable. Si embargo sonre� y le dije Hola. Ella hizo lo mismo.
Esa tarde no hice nada, recuerdo que tom� un ba�o largo, me
puse la pijama y me ech� a dormir. En un momento se me vino todo el cansancio
del largo viaje en autob�s encima. Vagamente recuerdo que vinieron a ofrecerme
algo de comida. dije que no, me daba flojera incluso levantarme para abrir la
puerta. Era mi primer largo sue�o en casi quince d�as.
Cuando abr� los ojos no supe ni qu� hora era. Pero sopechaba
que era tarde. Fu� al ba�o y me lav� un poco la cara. Mir� al espejo, ten�a
barba en toda la cara �dos semanas sin afeitarme�, mi aspecto era el de un
vagabundo, joven, pues ten�a s�lo 22 a�os entonces, pero vagabundo. Sonr�i
mir�ndome en el espejo y recordando las semanas de aventura por la sierra. Hab�a
valido la pena, mi cabeza estaba llena de recuerdos.
La segunda sensaci�n esa ma�ana fue de hambre. Las largas
horas sin comer hac�an que mi est�mago empezase a reclamar. Al mismo tiempo,
sub�a hasta el segundo piso un aroma delicioso de comida caliente. Baj� las
escaleras de la cocina y a la primera persona que fu� fue a Fabiola.
Estaba linda. El pelo negro trenzado en la epalda, el perfil
bronceado y la nariz altiva aguile�a, el mandil ajustado que marcaba ligeramente
las l�neas de su cuerpo.
Hice ruido al bajar y ella se percat� de m�.
�Hola� salud� timidamente.
�Hola Fabiola�, respond�. ��Est� mi mam�?�
�No. Todos han salido. Quisieron levantarlo pero usted estaba
dormido..�
Fabiola estaba cortando verduras sobre una madera. Me
acerqu�. No s� qu� fue lo que me hizo acercarme tanto. Simplemente sent�a que
deb�a hacerlo..
��Qu� haces?� pregunt�.
�Ensalada� dijo ella. ��Le gusta la ensalada?�
�Me gusta mucho�.
Me acerqu� m�s. Fabiola segu�a cortando las verduras. No
hab�a dicho nada, segu�a mirando la tabla de cortar, segu�a picando con el
cuchillo. Pero ten�a que haberse dado cuenta que me ten�a a poca distancia de su
cabello.
Me asom� por encima de su hombro. Mir�. En ese instante deb�a
sentir mi respiraci�n. Sin embargo no dijo nada.
�Lo haces bien�.
Sonri�. No hab�a mucho que decir. Me acerqu� hasta que mi
cuerpo se junt� con el suyo. Dif�cil evitar una erecci�n. Ella la estaba
sintiendo pegada a sus nalgas. El aroma de su pelo: inolvidable. Fresco, reci�n
lavado. Pas� mis brazos alrededor de su talle. busqu� sus labios. Me los
entreg�.
�Qu� pas� esa tarde? No lo s�. D�as despu�s en la cama se lo
pregunt� y me dijo que le hab�a gustado desde que me vi� entrar por la puerta de
la cocina, barbudo y transpirado ,cargando mi maleta de viaje. Nunca me hab�a
sucedido una atracci�n salvaje de ese tipo. Ni siquiera la hab�a visto m�s de
unos minutos. Pero la atracci�n estaba all�, mutua. Y ambos eramos dos trenes a
toda velocidad.
Mientras le mord�a los labios, mis manos abrieron el mandil
azul, despejaron el brassiere y se posesionaron de ambos pechos. Eran de buen
tama�o. Las puntas eran marrones claras y estaban duras, erguidas, crocantes. Y
sabrosas. Mi lengua sorbi� todo el calor de ambos pechos calientes.
Me lleg� el aroma de su sexo y me empez� a volver loco. Abr�
todo su mandil, ella arque� la espalda, la apret� con mis brazos y la empuj�
hasta una mesa lateral al lado de la cocina. La levant� en peso. ella no dec�a
nada pero hab�a empezado a susurrarme palabras...
�Me gusta�, entend� en medio de sus balbuceos.
La sent� sobre la mesa lateral. Era poco lo que yo hab�a
dicho, pero ella dejaba que yo haga, segu�a a mi ritmo. Y eso me gustaba. Abr�
sus piernas. Me ayud� a bajarle la tanga. Mir� a su rostro a er si adivinaba
alguna reacci�n. Mientras ayudaba a bajarle la tanga sus ojos estaban como
llorosos, nunca v� antes un rostro que reflejara tan bien el deseo.
No sab�a lo que iba a hacer, de eso yo estaba seguro, pero se
estaba entregando completamente. Le abr� las piernas, met� mi cabeza entre
ellas, mi lengua se enterr� en su vagina, fresca, dulce, con la misma fragancia
de su cabello.
Otro detalle que me sorprendi� fue el poco vello p�bico de
Fabiola. Era mas c�modo, mas f�cil de recorrer su vagina sin los pelos
estorbando el recorrido. Y era dulce el camino, dulce como no hab�a sido para m�
en alg�n tiempo...
Se vino en mi boca. Apret� sus p�ernas contra mi cabeza y se
vino. Gimiendo despacio, se contorsion�, sent� los espasmos desde el interior de
su vientre, sent� el l�quido fluir, c�lido y transaparente.
En ese instante me percat� de mi propio sexo, tieso y erguido
y del deseo casi salvaje de penetrar a Fabiola. (contin�a)