Relato: La viuda LA VIUDA.
Me llamo Alberto y soy bastante viril, por no decir que un
t�o muy bien dotado en lo que a miembro y test�culos se refiere, aunque era
virgen a mi edad y eso era como una losa que me ahogaba, amenazando con hundirme
hasta el cuello en una grav�sima depresi�n.
Cuando mi hermano Ram�n, que era diez a�os mayor que yo, tuvo un accidente en su
trabajo y falleci�, pens� que se me ca�a el mundo encima.
Mi madre me aconsejo que al encontrarme disfrutando de las vacaciones de verano,
me fuera a vivir a casa de mi difunto hermano, haci�ndole compa��a a mi cu�ada
Rosario, que a sus veinticuatro a�os era una mujer que acababa de dar a luz a su
primer hijo y que estaba muy buena, aunque para no ofender la memoria del pobre
Ram�n, siempre quise apartar de mi cabeza los malos pensamientos que me
excitaban al so�ar muchas veces con su joven viuda, con unas fantas�as er�ticas
que me avergonzaban al recordarlas cuando amanec�a y me daba cuenta de que era
un bastardo, un pobre est�pido que hubiera sido capaz de meterla en cualquier
tuber�a para complacer los azotes crueles de mi libido.
No se como sucedi�, pero el caso es que acepte la propuesta de mi madre y como
mi cu�ada estaba de acuerdo, agarre mi maleta y tome el tren, llegue al pueblo
ignorando que all� iba a perder esa virginidad que tanto me pesaba.
Cuando ella sali� a recibirme, me quede helado aunque era el mes de febrero y
hacia mucho calor.
Rosario era muy hermosa y su cabello rubio corto contrastaba con el negro de su
vestido de luto y la blancura de su rostro adorable.
La bese notando sus curvas femeninas, esos relieves que me hac�an imaginar
fantas�as er�ticas deliciosas pero impropias.
Estuve tentado de morrear a la bella, pero imaginando que ella me iba a dar una
bofetada y a considerarme un cerdo miserable, opte por depositar unos besos
castos en sus tersas mejillas y aspire ese perfume embriagador que desprend�a su
cuerpo, a perfume y a su piel limpia.
Cada vez que veo a una mujer me quedo como un imb�cil contemplando sus pechos,
especialmente si son como los de Rosario, mi cu�ada, gordos y como una especie
de sand�as peque�as y apetitosas.
Ella creo que se dio cuenta de que me quedaba con sus tetas y hizo un gesto de
coqueter�a que casi me animo a seguir en mis intentos de seducir a esa cu�ada, a
la que desde que se caso con mi hermano, un par de a�os antes no hab�a vuelto a
ver, aunque a veces disfrutaba pensando al ver sus fotos de la boda, en que ella
era mi amante, la esclava de mis deseos sexuales, sin que la protagonista de mis
fantas�as pudiera imaginarse que era sin propon�rselo, el oscuro objeto de mi
deseo.
Cuando ella me llev� en su coche hasta la casa grande y antigua, enorme a juzgar
por el terreno que ocupaba y me invito a entrar, me sorprendi� que fueran
capaces Ram�n y ella de vivir a varios kil�metros del pueblo, en un lugar
id�lico, con la monta�a como testigo y con esos prados verdes, y el paisaje que
deleitaba los sentidos, m�xime si tenias la suerte de compartir ese hogar con un
bomb�n como era Rosario.
Yo le pregunte que donde estaba mi habitaci�n, para dejar mis cosas y las dos
maletas que me pesaban mucho.
Rosario me invito a seguirla y me condujo hasta �su dormitorio!.
Le dije t�midamente que no merec�a el honor de acostarme en esa cama de
matrimonio, que sin duda la traer�a tantos recuerdos.
Ella me respondi� que era el hermano de su marido y que en las viejas culturas
yo hubiera ocupado al morir Ram�n, su puesto en esa casa en la que iba a pasar
mis vacaciones con ella y con Manuel mi sobrinito, de tan solo cuatro meses.
Por esa raz�n me convenci� para que ella y yo nos acost�semos juntos.
Rosario era una mujer muy activa y me derret�a de deseo al verla ir de aqu� para
all� moviendo su trasero y obnubil�ndome.
Yo para no ser un estorbo y colaborar con ella, la ayude a cocinar, a limpiar la
casa, le di comida a las gallinas y barr� la segunda planta de esa casona.
Pese a que no estuve inactivo ni un minuto, el pensar en que iba a compartir la
intimidad nocturna y a acostarme con una hembra tan hermosa, me volvi� a excitar
y la gran erecci�n que sufr�, ella la advirti�, a juzgar por el gesto que hizo,
y como consecuencia de ese hecho tan lamentable, yo me puse mas colorado que un
tomate y por mucho que intent� pensar en desgracias y tristezas, mi miembro
vigoroso y hambriento de sexo, no perdi� su gallard�a haciendo que me sintiera
rid�culo y mezquino, a su lado.
Cuando al llegar la noche me desnude para acostarme, estuve tentado de quedarme
como el d�a en que vine al mundo, pero temiendo la reacci�n de mi cu�ada y que
pudiera irle con el cuento de mi acci�n punible a mama, me resigne a colocarme
tan solo el pantal�n de pijama corto, que tenia una apertura delantera demasiado
grande y como consecuencia de ello, al empalmarme lo mas m�nimo, el pajarito
saldr�a fuera de la tela tenue y el roll�n que se armar�a sin duda.
Medio dormido estaba cuando o� que se abr�a la puerta de la habitaci�n y en el
dintel, vi. la figura hermosa y seductora de Rosario.
Me hice el dormido aunque al estar boca arriba y con los ojos semi cerrados la
ve�a perfectamente como se desnudaba.
Rosario lo primero que hizo fue despojarse de la blusa.
Llevaba un sost�n de los maternales y al desprenderse de �l, vi. sus tetas
grand�simas, como hinchadas y con los pezones h�medos y de color rosa oscuro.
Con lentitud y con coqueter�a, ella se acarici� sus senos y se arranco unos
pelitos que al parecer brotaban de sus areolas y que le hicieron proferir unos
suaves quejidos de dolor.
Despu�s se quito los pantalones ajustados de color negro, que llevaba por casa y
unos segundos mas tarde se quito las bragas.
Casi me eche a sus brazos, cuando se comenz� a frotar el vientre, y a peinarse
con la mano los pelos que recubr�an su vulva.
Le vi los gruesos labios ros�ceos violetas, y la cresta que surg�a en su sexo.
La abertura femenina, el co�o de mi cu�ada era un basti�n hasta ese d�a
inexpugnable, pero confiaba que pronto pudiera conquistarlo y al logro de ese
objetivo iba a poner en juego toda mi astucia y sangre fr�a.
Se meti� desnuda en la cama y al verme con el pantaloncito, me dijo que parec�a
un ni�o cursi, queriendo tapar ese rabo que ella no me iba a comer, entre otras
cosas porque no necesitaba a ning�n hombre, para sentirse realizada plenamente
como mujer.
Me quite herido en mi amor propio mi pantal�n y ese miembro enorme, grueso y
largo sali� provocativo, reivindicando el papel de semental, de hombre viril que
no tolera a una dama, por muy cu�ada que sea, que vilipendie a los hombres y al
gran papel que realizamos en el maravilloso proceso de la reproducci�n humana.
- �Sabes que tu hermano era impotente? �Nadie te ha contado que el hijo que he
dado a luz, es fruto del semen de un donante an�nimo, que compramos en un Banco
de esperma? - T� eres fr�gida y no sabes lo que es hacer el amor con un hombre
de verdad.
Yo tambi�n lo har�a con una mu�eca hinchable, pero la verdad es que no me gustan
los suced�neos y cuando pierda mi virginidad, ser� con una hembra de verdad, a
ser posible tan guapa y maciza como eres tu.
- �Tu tendr�as la poca verg�enza de follarme a m�, que soy tu cu�ada? Me quede
mir�ndola con rabia y la abrace bes�ndola a traici�n en esa boca de labios
dulces y sensuales, que mord� excitad�simo y que me hizo subir a la gloria del
placer, cuando nuestras lenguas se fundieron en un beso de fuego.
No se como pude hacerlo, pero lo cierto es que logre tumbar a Rosario boca
arriba.
Entonces me sub� sobre ese cuerpo adorable y busque con avidez su agujero
vaginal.
Ella me cogi� mi enorme miembro con la mano y como por accidente me coloco el
glande morado por la excitaci�n en la entrada de su cuevita y abri� de par en
par las piernas, coloc�ndome viciosa poco despu�s los pies tras la nuca en una
postura circense que le agradec� entusiasmado.
Apret� con timidez un poco y luego dej�ndome llevar por los nervios le met� todo
mi tronco de carne en su co�o y se lo hund� hasta que nuestros pelos p�bicos se
juntaron.
�Estaba totalmente dentro de ella!.
Pens� en que Rosariol iba a rechazar mi salvaje acometida, esa especie de
violaci�n que pronto me di cuenta que no pod�a conceptuarse as�, ya que ella
hab�a colaborado activamente para que nuestro coito pudiera realizarse, sin
problemas.
Cuando mi gran poste estuvo dentro de su sexo, me quede embobado sin saber que
deb�a de hacer, pero fue ella la que tomo la iniciativa y comenz� a moverse,
rotando el trasero, la cintura como un torbellino de pasi�n y yo, torpe pero
buen alumno de tal maestra en el amor, me deje llevar por ese hurac�n de lujuria
y le bombee meci�ndome y saliendo varias veces a golpes r�tmicos e intensos en
ese pozo del goce incre�ble, que pronto estuvo encharcado por sus jugos.
No s� el tiempo que transcurri� entre el inicio y el final de ese gran polvazo
que ambos disfrutamos, pero cuando me di cuenta de que sus pezones estaban
erectos y se me ofrec�an a mi boca, como golosinas no me hice esperar y chupe
uno de esos fresones y entonces como ella era una madre que amamantaba a su
hijito, mi sobrino, le vino la crecida de leche y comenc� a beberme el l�cteo
alimento notando como se llenaba mi boca del liquido vital que brotaba de sus
senos maternales.
Sin poder evitarlo sent� que me corr�a a borbotones en su conejito y ella no me
dejo escapar de su vientre y seguimos haciendo el amor dos veces mas, hasta que
ah�to del placer me quede exhausto sobre su cuerpo sensual y hermoso y all�
espere a que con sus trucos de mujer experta en las artes del sexo, consiguiera
mi cu�ada hacerme levantar mi pene con su boca juguetona y viciosa, y disfrute
as� gracias a Rosario de una felaci�n satisfactoria que me devolvi� la
autoestima, convirti�ndome en el semental mas feliz del mundo.
Su boca me recorri� todo mi pene desde el glande hasta la ra�z y en el sentido
inverso.
A veces poniendo la boca en forma de aro, con los morritos preparados como una
colegiala viciosa me fue absorbiendo y expulsando el pito, a la vez que me
acariciaba los test�culos vac�os por ella y que fue capaz de llenarme otra vez
con sus imp�dicos lameteos y caricias.
De repente sent� un fri� enorme recorri�ndome la espina dorsal y sin poder
evitarlo me vaci� en su boca y ella, igual que hice yo al amamantarle su teta,
se bebi� mi leche sin hacerle ascos, la muy pu�etera.
Se ve�a claramente que no era la primera vez que se la mamaba a un hombre.
Acabaron las vacaciones y regres� a casa.
No obstante convenc� a mama para que le alquilase un piso en nuestro mismo
edificio y aunque ella vive a solas con su hijito que ya ha cumplido los tres
a�os, cada tarde con la excusa de hablar un rato con ella, me voy a su casa y
hacemos el amor sin tab�es, disfrutando a tope de nuestros cuerpos.
Ya tengo veinte a�os y sin embargo no me atrevo a buscarme novia, porque aunque
lo intento ninguna de las jovencitas con las que salgo, le llega ni a la suela
de sus zapatos a Rosario, que es mi amante irremplazable.
Mi cu�ada amante quiere que cuando sea mayor me case con ella, pero yo no deseo
atarme con un sacramento a ninguna mujer, sino sentirme el macho mas afortunado
gozando de un cuerpo tan incre�ble y lleno de encantos como es el de Rosario.
Sigo siendo soltero hasta ahora, disfrutando de mi querida cu�ada.
THE END.
Por favor vota el relato. Su autor estara encantado de recibir tu voto .
Número de votos: 0
Media de votos: 0
Relato: La viuda
Leida: 13996veces
Tiempo de lectura: 7minuto/s
|