Relato: La fiesta



Relato: La fiesta


LA FIESTA: �M/F, V, C



Supongo que era normal que mi mujer quisiera lucirse un poco
aquella noche. No en vano a sus 30 a�os reci�n cumplidos tenia una figura
incre�ble y, debido a nuestros horarios de trabajo, hacia ya alg�n tiempo que no
sal�amos juntos a divertirnos. Para los que esten interesados les dire que ella
no es muy alta, pero si muy guapa de cara, con unos ojos azules que encandilan y
unos labios gruesos y jugosos que parecen estar diciendo todo el rato "c�meme".
Tras varios a�os de intensas clases de aer�bic puedo asegurarles que su figura
de reloj de arena esta mucho mejor ahora que cuando nos casamos, hace de eso ya
ocho a�os.


Por eso no me extra�o que para la fiesta de compromiso que
organizo nuestro amigo en su casa se pusiera aquel vestido tan sensual. Este era
negro, y de una sola pieza. La parte superior es tan ajustada que mas semeja una
segunda piel escamosa, marcando su cinturita de avispa y realzando sus petreos
senos (pues, a pesar de lo grandes y abultados que son, est�n tan firmes y
tiesos que har�an palidecer de envidia a cualquier quincea�era), ya que al
dejarle casi toda la espalda al aire nadie puede dudar acerca de la autenticidad
de lo que presume por delante. La parte inferior, sin embargo, es una especie de
minifalda que le cubre hasta la mitad de los muslos mas o menos, hecha de muchos
flecos y telas oscuras conjuntadas, que le dan la forma de una flor invertida.
No entiendo mucho de moda, pero es muy bonito.


Ella, que sabe lo mucho que me excito al verla con esa ropa,
le puso la guinda al pastel, cuando, ya en el coche, se acomodo la falda al
sentarse y me mostr�, la muy picarona, que esa velada llevaba puestas sus
braguitas negras de cord�n mas finas, aquellas que apenas si le tapan nada por
delante, y absolutamente nada por detr�s. Cuando me beso cari�osamente en el
cuello y me dijo al o�do que esperaba que esa noche "la fiesta" no acabara en la
casa de nuestro amigo me dieron ganas de girar all� mismo y regresar a casa... y
tiempo tuve mas tarde de arrepentirme de no haberlo hecho.


Si no lo hice fue por no hacerle un feo a nuestro amigo, y
porque esperaba divertirme en la fiesta casi tanto como mi esposa. No en vano
�l, como anfitri�n, no tiene nada que envidiarle a nadie, y sus fiestas son muy
amenas y concurridas. Esta, en concreto, ya estaba mas que animada cuando
llegamos y nos metimos entre docenas de desconocidos saludando aqu� y all� a
nuestras viejas amistades. Despu�s de un par de horas, y cansado ya de bailar,
permit� que mi incansable esposa siguiera sola en la pista de baile, junto con
algunas amigas, mientras yo me enzarzaba en una acalorada e interminable
discusi�n pol�tica con un antiguo conocido.


Como suele ocurrir en estas ocasiones ve�a a mi mujer pasear
arriba y abajo cada dos por tres, unas veces con una amiga, otras con otra, a
veces sola y a veces con alg�n tipo o alguna pareja.


Casi siempre la ve�a con una copa de licor en la mano, pero
como se lo poco que soporta el alcohol, supuse que la copa era siempre la
misma... hasta que en una de las ocasiones en que se paro a hablar conmigo me di
cuenta de lo mareada que estaba ya. Le pregunte que cuantas copas llevaba, y no
supo dec�rmelo, pero me aclaro que no era alcohol, que era un ponche, y que por
eso lo usaba para calmar la sed del baile. Como la conozco demasiado bien sabia
que algo fallaba en su explicaci�n, pues tenia ya la mirada turbia y el
descontrol propio de quien esta muy bebido.


As� que para disipar mis dudas fui a la barra y le pregunte
al camarero acerca de la composici�n del famoso ponche. No me extra�o lo mas
m�nimo que me dijera que este mejunje llevaba al menos cuatro tipos diferentes
de bebidas alcoh�licas rebujadas con leche y zumos de frutas, explic�ndose as�
que mi mujer estuviera ya tan borracha.


Decid� llevarla para casa de inmediato, pero cuando la fui a
recoger me di cuenta de que su estado de embriaguez era mucho peor de lo que
parec�a, pues la pobre apenas si se tenia en pie. Nuestro amigo, sinti�ndose
culpable, me ayudo a subirla arriba, a uno de los dormitorios vac�os. El pobre
estaba muy apurado, pero yo trate de calmarle, pues el no era responsable de que
mi esposa estuviera tan mareada por no haber preguntado que demonios llevaba
aquel ponche que estaba tan fresquito y que tanto le gustaba.


Despu�s de asegurarme por en�sima vez de que se encontraba
bien volv� a acomodarle la minifalda, que al acostarla se le hab�a subido
demasiado arriba dandome una vision bastante nitida de su tanguita negro, y la
deje descansar, dormida en su sue�o et�lico, mientras bajaba a reunirme de nuevo
con nuestros amigos, tras cerrar la puerta de la habitaci�n.


Como de costumbre los cuatro mas �ntimos pasamos a la sala de
billar, donde se libro una de nuestras consabidas batallas a tres bandas, ante
las miradas de otros amigos y de alguna que otra esposa, pues la puerta abierta
daba al sal�n donde segu�an bailando. Durante una de las partidas escuche como
uno de nuestros amigos bromeaba con el anfitri�n acerca del desaprensivo que
hab�a obstruido el aseo, y como este le aconsejaba que usara el de la planta
alta, como estaban haciendo el resto de los invitados.


En ese momento no le di ninguna importancia al inocente
comentario, y como quiera que el juego estaba de lo mas interesante pasaron las
horas volando. Lo �nico que recuerdo haber pensado al respecto es que esperaba
que ese continuo ajetreo de subir y bajar personas no despertase a mi esposa.


La fiesta estaba ya llegando a su fin cuando, con la sonrisa
victoriosa de haber ganado, me fui hasta la barra a pedirme una ultima copa
antes de despertar a mi mujer. Mientras me la servia charle las t�picas
vanalidades con el amable camarero de antes, acerca de lo divertida que hab�a
estado la fiesta y todo eso. Fue entonces cuando me comento, en plan
confidencial en voz baja, que ya estaba degenerando, pues hab�a o�do a varios
tipos comentar entre si la juerga que se hab�an corrido con una se�ora en los
dormitorios.


Y yo, ingenuo de mi, le sonre�, mientras le dec�a, tambien en
plan confidencial, que en esas fiestas siempre hab�a alguna se�ora que buscaba
otras formas de "divertirse". Le deje ri�ndose de mi comentario mientras sub�a
las escaleras para ver si mi esposa se hab�a recobrado lo suficiente de su
estado como para llevarla a casa por su propio pie.


El vaso estuvo a punto de caerseme de las manos al ver que la
�nica puerta de dormitorio entreabierta era aquella donde la hab�amos dejado, y
que de ah� sal�an unos sonidos que eran tan elocuentes como inconfundibles. Con
las piernas temblorosas me acerque hasta la puerta y vi lo que ya me tem�a... a
un tipo de espaldas con los pantalones bajados penetrando fogosamente a mi
mujer.


Lo que me dejo quieto y helado no fue la violencia de sus
empujones, sino el ver como mi esposa tenia enroscados sus talones tras las
rodillas del tipo, pues era la postura que sol�a adoptar cuando hac�amos
fogosamente el amor y ella quer�a que la penetrara mas a fondo y con mas
frenesi. Y si me quedaba alguna duda acerca de sus turbios deseos sus continuos
jadeos de placer me los quitaron de golpe.


No reaccione, me quede all� quieto, parado como un maniqu�,
mientras el afortunado desconocido alcanzaba el ultimo orgasmo, eyaculando en su
interior con unos golpes tan rudos y salvajes que arrancaron tambi�n un nuevo
orgasmo a mi esposa. Luego se bajo de la cama, con toda parsimonia, abroch�ndose
tranquilamente los pantalones con una sonrisa de oreja a oreja mientras pasaba a
mi lado, gui��ndome un ojo c�mplice, en la creencia de que yo era el siguiente
en disfrutar de mi esposa desmayada.


Nada mas marcharse cerr� la puerta con pestillo, y tras dejar
el vaso sobre una mesilla me acerque hasta la cama, todav�a sin poderme creer lo
que hab�a presenciado. Pero lo que ve�an mis ojos no dejaba lugar a dudas acerca
de lo que hab�a sucedido. Ni el completo desorden que reinaba en la cama. Ni el
vestido de mi mujer, el cual, una vez bajadas sus tirantes, permanecia enroscado
de cualquier forma en su cintura. Ni la evidente ausencia de su tanguita. Ni,
sobre todo, el enorme charco de semen que hab�a entre sus piernas descaradamente
separadas, el cual todav�a no hab�a tenido tiempo a secarse por completo, pues
aun manaba semen por sus dos orificios mas sagrados.


No me costo mucho esfuerzo deducir lo que hab�a sucedido en
esa habitaci�n. Supongo que alguno de los invitados entrar�a despistado mientras
buscaba el servicio, y al verla all� dormida, quiz�s con su tanguita negro a la
vista si hab�a movido las piernas en sue�os, fue una tentaci�n demasiado grande
para el desaprensivo. No creo que le costase demasiado esfuerzo bajarle los
tirantes del vestidito para dejar a la vista sus magn�ficos pechos desnudos, ni
que el diminuto tanguita negro ofreciese demasiada resistencia si el tipo hab�a
decidido quit�rselo o arranc�rselo sin mas.


El resto era por dem�s evidente. Hab�a tantisimas marcas y
moratones en sus senos que tardar�a unas semanas en volver a recuperar su
aspecto habitual. Sobre todo sus gruesos pezones, tan enrojecidos y tiesos que
posiblemente le doler�an durante varios d�as. De su boquita entreabierta sal�a
un olor tan amargo como elocuente, y el no ver restos de semen por los
alrededores solo pod�a significar que mi mujer se hab�a tragado todo lo que
hab�an tenido a bien derramarle dentro sus continuos y desconocidos amantes. Lo
cual, por cierto, me daba muchisima rabia, pues a mi rara vez aceptaba
mam�rmela, y cuando lo hacia jamas me dejaba eyacular en su interior, pues era
algo que le daba mucho asco.


Pero mas rabia me daba ver con que facilidad ella permit�a
que le diera la vuelta en la cama, levantando su culito resping�n al hacerlo
como si diera por sentado que yo tambi�n iba a encularla, como sin duda habian
hecho muchos tipos, si nos atenemos a las evidencias. D�ndome con ello ganas de
azotar sus p�lidas nalgas, como deb�a de haber hecho ya mas de uno, en vista de
la rojez que presentaba, pues a mi solo me hab�a permitido que la poseyera por
tan estrecho orificio un par de veces, y siempre tras muchos ruegos y suplicas.


No pod�a denunciar a la polic�a lo sucedido, pues no sabia
cuantos tipos la hab�an pose�do ni cuantas veces la hab�an violado. Ni siquiera
estaba seguro de poder afirmar lo de la violaci�n, en vista de la aparente
disposici�n de mi esposa desvanecida.


�Qu� que hice? Pues lo �nico que pod�a hacer dadas las
circunstancias, bajarme los pantalones, separarle un poco mas las piernas... y
divertirme yo tambi�n.




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