Me llamo Mar�a, tengo 18 a�os, y la verdad es que nunca hab�a
hecho demasiado caso a los maliciosos cotilleos que circulaban por el internado
en el que convivo con mis compa�eras, respecto a que mi amiga Esther, de mi
misma edad, era una lesbiana.
He de reconocer que algunas veces me hab�a dado la sensaci�n
de que me miraba con un cierto deseo e inter�s. Pero como ella nunca me hab�a
hecho la m�s m�nima insinuaci�n achaque mi impresi�n a haber o�do esos rumores,
y no le di ninguna importancia.
Ese d�a iba a estudiar con mi amiga, y estaba muy contenta
porque, gracias al buen tiempo, pod�a volver a ponerme el uniforme de primavera
que me gustaba mucho, pero que me costaba horrores de abrochar ya que el boton
del cuello me apretaba un poco y no se me daba muy bien hacer el nudo de la
corbata.
Mis pechos empezaban a desarrollarse de una vez asi que dio
la casualidad de que estrenaba un coqueto sujetador calado con cierre por
delante, realmente precioso, que me ayudaba a realzar todav�a mas mis ya de por
s� grandes y firmes pechos; que siempre he pensado que eran la parte m�s
atractiva de mi anatom�a, dado que es en la que m�s se fijan todos los hombres
que conozco.
Esther iba con una corta minifalda del uniforme, que le
permit�a lucir sus largas piernas; y el conjunto de la camisa y la corbata, que
lucia como de costumbre con un nudo muy bien echo y sin sujetador. Pues, en
verdad, sus peque�os senos apenas necesitan nada que los mantenga firmes. Aun
as� en mas de una ocasi�n le hab�a aconsejado su uso, aunque solo fuera para
disimular los traviesos y puntiagudos dardos de carne que se marcaban claramente
en la ce�ida blusa, como queriendo atravesarla.
Les cuento todos estos detalles para que se hagan una idea de
lo mal que lo pase cuando nada mas arrancar el ascensor del internado, en el que
por suerte baj�bamos las dos solas, note que se me soltaba el cierre del
sujetador. As� se lo dije a Esther, y esta paro el ascensor de inmediato. Le
comente que tendr�amos que subir hasta mi cuarto a que me lo pusiera bien, pero
ella me dijo que lo mas seguro es que no hiciera falta llegar a esos extremos.
Despu�s, sacandome la camisa de la falda, se meti� h�bilmente
debajo de la misma, para intentar arreglar la incomoda situaci�n all� mismo.
Yo me sent� muy violenta, sobre todo cuando note la
insinuante presi�n de su rodilla en mi intimidad, bien instalada entre mis
piernas separadas, pues mis braguitas eran muy finas y me hac�an notar todos sus
roces con demasiada intensidad. Pronto sent� su c�lido aliento entre mis senos;
y, aunque no vi ning�n motivo para ello, note como apretaba suavemente mis
pechos, al mismo tiempo que consegu�a cerrar de nuevo el sujetador.
Mientras Esther sal�a de debajo de mi camisa pude notar
claramente como se apoyaba, brevemente, en mi sensible entrepierna. La verdad es
que no me enfade lo mas m�nimo ante su osad�a; al contrario, me sent� bastante
excitada con la ins�lita experiencia.
Por eso me puse roja como un tomate y no me atrev� a mirarla
de nuevo a los ojos.
Ni siquiera cuando, a los pocos instantes de arrancar, note
que se me volv�a a soltar el sujetador. Al o�rme maldecir se imagino lo que
suced�a, volvi� a parar el ascensor y, dedic�ndome una sonrisa de lo m�s
turbadora, se introdujo de nuevo bajo mi camisa.
Esta vez Esther palpo de manera r�pida, pero claramente
posesiva, toda mi intimidad por encima de las bragas, antes de llegar a mis
pechos, que ya temblaban de excitaci�n.
Y, durante todo el tiempo que estuvo bajo la camisa, el
continuo roce de su inquieta rodilla se hizo tan insidioso que termine por
empapar las braguitas con mis dulces flujos.
Luego, al llegar a la altura de mis turgentes senos, abri�
totalmente el sujetador, aunque no venia a cuento. Dedico todo el tiempo que
quiso a contemplarlos con detenimiento, mientras yo sent�a su c�lido aliento a
escasos cent�metros de mi piel mas sensible.
Despu�s utilizo las dos manos para, con mucho tacto, y unas
caricias tan suaves como enervantes, volver a introducir uno de los senos dentro
de su copa. Como vio que yo no dec�a nada (aunque mi coraz�n lat�a a toda
maquina y mi respiraci�n era cada vez mas agitada), al introducir mi otro seno
en su copa correspondiente, me masajeo a fondo todo el pecho; amas�ndolo, y
estruj�ndolo, de una forma realmente cari�osa y sensual.
En vista de mi pasividad aprovecho la estupenda ocasi�n que
le brindaba para acariciar y jugar, dulcemente, con mi grueso pez�n rosado;
hasta que este, agradecido, se endureci� como una peque�a piedra entre las
amorosas manos que lo cobijaban.
Una vez que Esther hubo abrochado mi sujetador, no puso el
menor disimulo en apoyar toda la palma de su mano en mi excitada entrepierna;
llegando al extremo de deslizar uno de sus dedos a lo largo de mi h�meda rajita,
antes de salir de mi camisa, con una sonrisa de oreja a oreja. Pues mientras
sal�a sus dedos se deslizaban por encima de mis bragas, de un modo turbador,
empap�ndose en el abundante fluido que encharcaba la prenda.
Despu�s, ya con el ascensor en marcha, me miro fijamente a
los ojos, y empez� a oler su mano como si se hubiera probado el mejor de los
perfumes. Yo estaba tan cortada que no hacerte a reaccionar, ni siquiera cuando
se me volvi� a soltar el cierre del sujetador; pero se me debi� de notar en la
cara, pues ella, sin necesidad de consultarme, volvi� a detener el ascensor.
Esta vez, sin decirme ni una sola palabra, se fue directa al asunto.
Esther solo se detuvo unos breves instantes en juguetear con
mis h�medas braguitas, haciendo que sus h�biles dedos con solo unos movimientos
separaran mis labios menores hasta provocar un indecente bostezo, antes de
llegar de nuevo ante mis pechos.
En cuanto abri� el sujetador del todo, perdi� solo unos
momentos en recrearse la vista con el abrupto paisaje, antes de empezar a
masajear uno de mis senos con sus largos y h�biles dedos. Su boca, y su lengua,
se encargaron de que el otro se convirtiera en un autentico volc�n; y pense, al
sentir sus maravillosos mordisquitos en mi pez�n, que me iba a correr en
cualquier momento.
Pero fue su otra mano, la que introdujo dentro de mis bragas,
para explorar mi todav�a virginal cueva, la principal culpable de que me
corriera como nunca antes lo hab�a hecho, mientras mord�a mis manos para
amortiguar los escandalosos jadeos que emit�a.
Mi viciosa compa�era no se conformo solo con eso y,
desentendi�ndose de mis agradecidos pechos, bajo su cabeza hasta llegar a la
altura de mi entrepierna.
All�, despu�s de bajar mis lindas braguitas hasta sac�rmelas
por los tobillos, se dedico a contemplar a su gusto mi encharcada intimidad,
generosamente expuesta ahora que por fin pod�a separar mis piernas mucho m�s,
como ella deseaba.
Pronto se entrego a una larga serie de succiones y lameteos
que me hicieron alcanzar una incre�ble serie de orgasmos que, aun hoy, los
recuerdo y me tiemblan las piernas.
Sobre todo el ultimo que alcance dentro de aquel ascensor, en
el que Esther adem�s de pellizcarme el abultado cl�toris con una mano mientras
saboreaba golosamente mi cueva, se las ingenio para introducir uno de los
expertos dedos de su otra mano en mi estrecho orificio posterior; incrust�ndolo
casi por completo en su interior antes de empezar a maniobrar h�bilmente,
consiguiendo arrancarme un autentico aullido de placer.
Quede tan floja despu�s de este violento orgasmo que me tuve
que apoyar en mi amiga, debido a que mis d�biles rodillas amenazaban con
doblarse de un momento a otro.