Relato: Madame Marcela





Relato: Madame Marcela

Una punzada de dolor agudo en las mu�ecas me despert�. No
pod�a respirar y al intentar hacerlo, un sabor amargo, penetrante y deleznable
invadi� mi boca. Estaba confundido y extraviado. Hab�a abierto los ojos y, sin
embargo, las sombras continuaban envolvi�ndome. No pod�a saber de ninguna manera
que hora era, apenas pod�a moverme en un espacio reducido, en donde el ox�geno
escaseaba de forma pavorosa. Era presa de una viva agitaci�n y el coraz�n me
lat�a con fuerza. El aire no entraba en mis pulmones, que ard�an dentro de mi
pecho. Grit�, grit� desde las profundidades de mi ser con tal fuerza que cre�
romper mis costillas, pero el grito, sorprendentemente, se ahog� en mi garganta.



El sudor ba�aba mi cuerpo desnudo, de tal forma que las gotas
que resbalaban desde mi frente se incrustaban en mis ojos produci�ndome una
comez�n insufrible. Mi espalda empapada estaba adherida a la superficie de
madera del recinto en el que me hallaba. Hasta mis o�dos llegaba confusamente el
griter�o de una multitud, me record� al sonido de la hinchada en el estadio.
Entonces empec� a recordar. Estaba en casa de Madame Marcela, un semis�tano en
un caser�n antiguo en el barrio de Les Corts, en Barcelona, muy cerca del Camp
Nou. Y el vocer�o del partido era, sin duda, el ruido que hab�a escuchado. Si mi
deducci�n era correcta deb�a ser, por tanto, domingo por la tarde. Hab�a entrado
la ma�ana anterior en la casa y hab�a estado encerrado m�s de veinticuatro horas
en aquel armario. Ese fin de semana le hab�a dicho a Mar�a Teresa, mi mujer, que
deb�a asistir a una convenci�n en Buenos Aires, para la que realmente deb�a
partir el lunes por la ma�ana.



Mi cuerpo estaba envarado y un dolor intenso y lacerante se
extend�a por todos mis m�sculos. Not� que mis brazos estaban fijados con fuerza
a mi espalda y mis mu�ecas se encontraban aprisionadas por unas ataduras
met�licas que her�an mi piel. Mis pies tambi�n estaban trabados, no obstante, el
aut�ntico suplicio estaba dentro de mi boca, me asfixiaba: un trapo blando,
h�medo y maloliente la colmaba por completo provoc�ndome arcadas. Intent�
expulsarlo con la lengua pero alguien se hab�a molestado en sujetarlo con
esparadrapo alrededor de mi cabeza para que no pudiese moverlo. La saliva que
escapaba de mi boca, espantosamente dilatada, resbalaba por mis mejillas y ca�a
sobre mi cuerpo. Una repulsiva fetidez a orines y sudor inundaba mis fosas
nasales. Not� que mis entra�as se licuaban y no tard� en comprender, con los
ojos desorbitados de sorpresa y horror, que iba a defecar en aquel ata�d
estrecho.



Hice un esfuerzo sobrehumano para contenerme y consegu�
evitar que mi cuerpo liberase el f�tido contenido de mis intestinos. Despu�s
estuve perdido en mis pensamientos largo tiempo, hasta que percib� el ruido de
unos pasos en�rgicos en el exterior, tacones de mujer acuchillando un suelo
embaldosado. Se hicieron m�s audibles por momentos hasta que se detuvieron al
otro lado de la pared. Percib� el movimiento de una llave en la cerradura justo
antes de que las puertas de mi angosta celda se abrieran de improviso. Una luz
cegadora me deslumbr�.



��Que tal has dormido dentro del armario hijo, de la gran
puta...?
�Escuch� que me dec�a una voz grave con acento extranjero.



Aquellas palabras vejatorias me indicaban que era la hora de
continuar ejerciendo como perro-esclavo. Levantando mi mirada poco a poco, y no
sin esfuerzo, pude distinguir en un principio un par de zapatos negros de tac�n
alto terminados en punteras de metal brillante y glacial, m�s arriba unas largas
y fornidas piernas de culturista enfundadas en nylon negro, unas maravillosas
bragas de cuero con cremallera met�lica en la entrepierna, donde abultaba
amenazador un pene de tama�o descomunal, y un corpi�o de l�tex y metal que a
duras penas consegu�a mantener encerrados unos senos de acero. En mi delirio
hab�a so�ado con el demonio y ahora el demonio estaba frente a m�: era ella,
Madame Marcela, mi severa ama transexual, tan cruel y despiadada como siempre,
una mulata brasile�a ligeramente pasada de peso, pero con una estampa de defensa
central tan maligna que cualquier sumiso so�ar�a con arrastrarse por los suelos
y lamer con devoci�n las suelas de sus botas. Sus brazos, nervudos y musculosos,
aparec�an enfundados en largos guantes de l�tex hasta el codo. Sobre su cabeza
luc�a una preciosa y larga peluca azabache. El maquillaje alrededor de los ojos,
perfecto, como siempre, resaltaba su mirada siniestra donde un ojo apuntaba
desviado y su boca, estilizada con pintalabios n�veo y brillante, se curvaba en
un rictus de desprecio. Sus labios ten�an una textura diferente a su piel, eran
sedosos, gruesos y delicadamente delineados, pero letalmente p�lidos, tras ellos
asomaban sus blancos dientes, sanguinarios y amenazantes como los de un lobo.



��Espabila de una puta vez, cerdo mugriento! �aull� la
Madame, agitando sus hombros con una risa silenciosa, al tiempo que me propinaba
dos atroces y merecidas patadas con la punta met�lica de su calzado. Mi
torturado cuerpo se tambale� al recibir el impacto. A cada nuevo golpe recibido,
me sorprend� susurrando �Gracias, Ama. � sin que me importaran lo m�s
m�nimo que mi carne se desgarrase ante el cruel acero de sus punteras, mi sangre
se derramase y mis piernas no fueran capaces de sostener el peso de mi
atormentado organismo.



Yo ya estaba acostumbrado a su maltrato f�sico, hab�a sido el
objeto de palizas colosales y flagelaciones violentas por parte de ella y no
niego que disfrutaba de aquellas situaciones tan vejatorias y humillantes, ya
que mi sexualidad as� me lo exig�a. No obstante, en algunas ocasiones hab�a
tenido que soportar castigos extremos y en el l�mite de mis fuerzas... Me
entregaba al castigo con una dicha casi m�stica y con la fe de quien vive su
consagraci�n. En mi imaginaci�n, enardecida y turbada por aquella sucesi�n de
miedos, dolores y placeres entremezclados, ya no era capaz de establecer la
diferencia entre estos y aquellos.



Cuando esto suced�a, el tratamiento que me daba era feroz y
despiadado. Las bragas de Madame Marcela reventaban de pura y s�dica excitaci�n.
Su manga de chocolate emerg�a entonces, gruesa, potente, r�gida y s�lida a
trav�s de la cremallera. Yo pod�a dar buena cuenta de ello, pues cuando se
sentaba sobre mi cara sin las bragas puestas me dejaba empapada la nariz y la
boca con el sudor de sus test�culos. Mi Se�ora cargaba todo el peso de su cuerpo
de boxeador sobre mi cara, asent�ndose con firmeza sobre ella para que yo no
pudiera abrir o mover la boca de ninguna manera. Yo sol�a asustarme all� debajo,
mientras ella me colmaba la boca con sus cojonazos, velludos, descomunales,
repletos de leche ardiente para, a continuaci�n, reventarme los pezones con
lacerantes mordiscos de sus tenazas met�licas mientras se masturbaba sobre m�.
El dolor hiriente y la asfixia me provocaban violentas erecciones que a�n
excitaban m�s a mi Ama. Al verlas, continuaba sofocando mi cara, sentada hacia
delante, con todo su peso obstruyendo la entrada de aire en mis pulmones, hasta
acabar corri�ndose sobre mi pecho sin prestar atenci�n a si continuaba vivo o
no.



Tras sacarme del armario a patadas, mi due�a procedi� a
quitarme el trapo de la boca, que result� ser unas bragas orinadas, arrancando
de forma violenta el esparadrapo que las manten�a fijas. Al acabar me propin�
una sonora bofetada. Visti� mi cuello con un collar ancho de castigo, un collar
de perro. Engarz� la cadena al mismo y tiro salvajemente de ella.



��Sit�a tu cara de cerdo justo detr�s de mi culo, anormal!
�me grito la Madame, al mismo tiempo que me arrastraba hacia la pared m�s
cercana.



��Ahora vas a lam�rmelo, limpiando todos los rincones, sin
dejarte ninguno, pedazo de cabr�n!




Y tras decir esto mi Ama Marcela me asi� ferozmente del pelo
y situ� mi nuca contra la pared, acto seguido se dio media vuelta y apart�ndose
ella misma sus f�nebres bragas de cuero a un lado aplast� su culo contra mi
cara, comprimi�ndome la boca con aquel delicioso ano que deb�a limpiar. Sent� su
olor inconfundible y la calidez de su piel sobre mi rostro.



��C�memelo, basura! �espet�, y a su orden comenc� a
fregar todo el interior con mi lengua. La mezcla de sabores que encontr� me
indic� dos cosas: primero, el sabor amargo a mierda, que Madame Marcela no ten�a
problemas de estre�imiento y que su manejo del papel higi�nico era, como m�nimo,
deficiente; y, segundo, el sabor dulz�n de la crema de manos, que mientras yo
hab�a estado encerrado en el armario alguno de sus amantes la hab�a pose�do
analmente.



La promiscuidad era otra de las caracter�sticas de Madame
Marcela. Sab�a que, a parte de la fortuna que ganaba dominando esclavos como yo
y recibiendo clientes como simple meretriz homosexual en su casa, algunas
noches, por el morbo que entra�aba, iba a ejercer la prostituci�n callejera con
otros travest�s en las paredes del cementerio de Les Corts, frente al Nou Camp.



��Lev�ntate! �fue su siguiente orden cuando, sin
mediar aviso se despeg� de m�, dej�ndome rid�culamente apoyado contra la pared
con la lengua fuera. Tirando de la cadena me llev� a otra de las estancias del
s�tano que en su parte superior ten�a una ventana enrejada abierta a la calle,
de tal forma que si alguien se molestaba en agacharse, pod�a ver el interior.



Me orden� que me sentara en un taburete alto sobre el que
apuntaba un consolador enorme manchando de excrementos y sangre seca. Ella vaci�
sobre la punta del ingenio medio bote tama�o familiar de crema hidratante.
Separ� las piernas todo lo que pude e intent� empalarme en el cilindro de l�tex.
A pesar de que mi culo no era virgen, el di�metro de aquel objeto era demasiado
grande y sent� como mi esf�nter se desgarraba a medida que aquello iba
ingresando en mi cuerpo. Aquel dolor me record� la primera vez que recib� por el
ano, fue una tarde que hac�a novillos, me lo mont� con un camionero en su
cabina. Cre� que me iba a partir el culo para siempre cuando aquel primer pene
entr� en m� y eso era, exactamente lo mismo que estaba pensando en aquel
momento.



Sentado en la banqueta, casi sin poderme mover, tuve una
erecci�n. Madame Marcela, se acerc� a m�, tom� mi miembro con su mano enfundada
en l�tex y lo acarici� con dulzura. A continuaci�n me encaden� los tobillos al
taburete y me at� las manos a la espalda con las esposas. Tom� unas pinzas
niqueladas y con ellas mordi� mis test�culos, a continuaci�n colg� unos pesos de
los utensilios de tal forma que �stas estiraban la piel del escroto hasta casi
desgarrarla.



El Ama Marcela se inclin� entonces sobre m� con una vela en
la mano. La peque�a palmatoria dorada se lade� poco a poco y la cera ardiente
gote� sobre mi piel, constel�ndola de grandes c�rculos blancuzcos. La idea de
ser quemado vivo aument� mi excitaci�n. Mi martirio se volv�a delicioso. Empec�
a perder la noci�n del tiempo y del dolor, y aguardaba lo que iba a venir en un
estado cercano a la inconsciencia.



Finalmente, mi Se�ora cogi� una vara larga, fina y el�stica y
con ella empez� a azotar mi miembro. La primera horrible sensaci�n se fue
transformando en un estremecimiento de placer. Intu�a que con esos latigazos,
crueles hasta la abominaci�n, quer�a hacer estallar las peque�as costras de cera
que constelaban mis genitales. Mi erecci�n no disminu�a, al contrario, a cada
nuevo azote se hac�a m�s y m�s firme. Madame Marcela se mord�a el labio inferior
con fuerza y me pareci� ver en su rostro una sonrisa de aprobaci�n mientras
caminaba alrededor de m� calculando cuando y como lanzar el siguiente golpe.
Abri� su bragueta y ante mis ojos se desplom� su enorme pene como una gruesa
trompa oscura. A medida que el suplicio continuaba fue elev�ndose y engruesando
hasta empinarse duro y firme sobre el ombligo de mi ama, s�ntoma de la
excitaci�n que le producida.



Yo baj� la mirada hacia mi miembro y vi que ten�a una
tonalidad de cereza oscura y aparec�a extra�amente hinchado y deformado, sin
embargo, notaba que estaba a punto de eyacular. A medida que mi miembro
ascend�a, el tir�n de las pinzas y el peso que de ellas colgaba se hac�a m�s
doloroso. Todo mi goce, que a�n no hab�a aflorado, parec�a estar contenido y
concentrado en mi bajo vientre. El placer me herv�a a borbotones bajo la piel
magullada, como si todo mi cuerpo se licuara y fuera a expandirse. Cuando me
sobrevino el orgasmo, dos o tres chorros de semen caliente salieron volando y
fueron a parar sobre los zapatos de mi ama.



�Mam�n de mierda, �C�mo co�o se te ocurre correrte sin mi
permiso?
�vocifer� encolerizada al tiempo que otro sonoro bofet�n se
estrellaba contra mi mejilla haci�ndome voltear la cara. Se situ� detr�s de m� y
me desat� manos y piernas.



Una vez que el placer fulminante que hab�a experimentado se
hubo disipado, sent� que el dolor volv�a a atenazarme y, con una inconsciencia
extra�a en m�, me atrev� a implorar su piedad. Ella me mir�, decepcionada y
perpleja.



�Ven, �ahora vas a recibir un castigo de verdad! �me
agarr� del collar y tir� de m�. El consolador y el taburete continuaron cosidos
a mi culo durante unos pasos para acabar cayendo con un fragor inesperado sobre
el suelo del s�tano. Mis intestinos, liberados del tap�n que los hab�a
contenido, y con el esf�nter demasiado dilatado para evitarlo, excretaron un
surtidor de diarrea hirviente que se escurri� a lo largo de mis muslos a medida
que caminaba, lo que me procur� una sensaci�n nueva que era humillante y, a la
par, placentera. Ya no era sino un objeto privado de voluntad.



La segu� como pude, agachado, pues ella tiraba del collar. Yo
caminaba con las piernas muy abiertas y el pene me herv�a dolorosamente, al
igual que el ano. Al llegar delante del cepo, de un empuj�n sit�o mi cabeza y
mis manos en el interior y cerr� la trampilla de madera. Escuch� sus tacones de
hierro alej�ndose por el pasillo, dej�ndome all�. La posici�n era muy inc�moda:
el cepo estaba a una altura que no permit�a estar de pie, y si te intentabas
arrodillar, entonces resultaba demasiado alto.



El partido de f�tbol debi� acabar y durante media hora pude
o�r las conversaciones de la gente que sal�a del estadio y pasaba por delante de
la ventana del s�tano. Luego se hizo el silencio, la luz se torn� m�s azulada a
medida que el sol se pon�a. Finalmente, entr� en funcionamiento el alumbrado
urbano, la oscuridad del subterr�neo qued� sustituida por el resplandor pajizo
del sodio. Pens� que me hab�an olvidado y tendr�a que pasar la noche all�, pero
eso no entraba en el contrato, al d�a siguiente ten�a que volar a la convenci�n.



Ten�a hambre, no hab�a comido nada desde el desayuno del
s�bado y el suplicio de mis ri�ones era insufrible. Me entr� la paranoia. Quise
ponerme a gritar, pero eso destruir�a la confianza entre Madame Marcela y yo,
sin embargo, deb�a hacerlo, aquello no era lo convenido.



Estaba en esta duda, cuando otra luz lejana alumbr� el lugar
en que me encontraba desde el pasillo. Escuch� las voces de Marcela con otra
persona y un taconeo descompasado que indicaba que m�s de una mujer se
aproximaba a la habitaci�n. Con un �click� se ilumin� toda la habitaci�n.



�Mira, �ste el esclavo del que te hablaba �escuch� que
mi ama le dec�a a otra persona.



�Ay�dame a disciplinarlo, me ha manchado los zapatos
�continu�



Delante de mis ojos aparecieron la cintura y las piernas de
otra mujer. El aroma caracter�stico de un perfume de Givenchy, me lleg� al
instante. Era el perfume que utilizaba mi mujer, Mar�a Teresa.



�Esclavo, te presento al Ama Bianca, Bianca Fox. Ella ha
venido a visitarme y ha querido conocerte antes de que te vayas. Si alguna vez
yo no estoy en la ciudad, deber�s acudir a ella y a ninguna otra ama
.



El Ama Bianca, iba vestida de calle, pero saltaba a la vista
que era una d�mina. Calzaba unos zapatos con sanguinarios tacones de aguja; sus
piernas, enfundadas en medias de rejilla, mostraban una piel oscura, aunque no
tanto como la de Marcela. Llevaba una minifalda de cuero negro y un cintur�n
ancho, de pl�stico negro con adornos de metal dorado. Lo que hubiese m�s arriba,
mi posici�n en el cepo me imped�a verlo.



Ama Bianca despareci� de mi vista y durante unos momentos
escuch� rozar de ropa y los sonidos caracter�sticos que produce una persona
cuando se desnuda. Un estallido en mis o�dos y un ardor s�bito en mis nalgas me
despertaron.



��Pedazo de cagarro parido por el culo de tu perra madre!
�C�mo se te ha ocurrido manchar a mi amiga Marcela?
�otra palmada furiosa
sobre mis posaderas y luego otra. Eran golpes descargados con furia con una
palmeta de madera, aquello lo conoc�a bien.



Mientras continuaba el vapuleo de mis cuartos traseros,
delante de mis ojos aparecieron los pies de Marcela.



��Qu� caliente me pone ver esto! Te voy a follar por la
boca, carro�a
�me comunic� mi ama.



Mi Se�ora exhib�a frente a mis ojos su enorme miembro
congestionado que primero intent� rozar con los labios y despu�s estirando al
m�ximo la punta de la lengua. Pero ella, con un refinamiento cruel que acicate�
mi excitaci�n, se escabull�a cada vez que estaba a punto de alcanzar su verga,
lo que me obligaba a estirar el cuello y la lengua, como una perra hambrienta
que anhelara un hueso. Mi obstinaci�n en querer lamer el miembro de mi Ama me
vali� algunos comentarios humillantes. Finalmente, abr� la boca, y ella me meti�
su tranca sobrehumana. No me pod�a mover. El cepo no me dejaba hacer ning�n
movimiento. Solo pod�a ser el recept�culo pasivo de su lujuria. Intent� hacerlo
de tal forma que mis dientes no la lastimasen, aunque con aquella salchicha
descomunal era casi imposible, tendr�a que hab�rmelos sacado para que no la
rozasen.



Las caderas de mi ama se empezaron a mover con violencia, a
cada vaiv�n su pene se me clavaba en el fondo de la garganta provoc�ndome
arcadas y a�n as� ella no consegu�a hacer ingresar ni la mitad. Lo peor de
aquella violaci�n oral es que casi no pod�a respirar, lo hac�a por la nariz y
con dificultad. La sensaci�n de ahogo era continua. Sus embestidas eran
salvajes, me met�a su polla hasta los huevos y luego casi me la sacaba por
completo.



A mi espalda el Ama Bianca continuaba martirizando mis
nalgas, donde el dolor inicial hab�a dejado paso a una sensaci�n de placer muy
especial. Solo cuando la palmeta golpeaba mis test�culos, era consciente del
castigo que se me estaba intentando infligir.



Madame Marcela me dio a beber un torrente de su leche sin
previo aviso. Un golpe de sus caderas que clav� mi cabeza contra la madera del
cepo y una serie de espasmos precedieron a una marea de l�quido empalagoso y
salado que me llen� la boca, col�ndoseme garganta abajo. Descarg� una corrida
descomunal, yo intent� tragar en cuanto not� las primeras lechadas, pero por m�s
r�pido que engull� no alcanc� a embuch�rmelo todo, unas pocas gotas se me
escaparon y, resbalando por mi barbilla, fueron a caer al suelo.



��Cad�ver apestoso, has desperdiciado parte de mi
fant�stica leche! Debes continuar disciplin�ndote, a�n no has aprendido como
deben hacerse las cosas
�se lament� Marcela. Despu�s se separ� de m� y se
puso a mi espalda.



Cuando recib� el primer latigazo, comprend� que me azotaba
con una disciplina el�stica para calentarme el cuerpo antes de recibir otros
golpes m�s agresivos. De la disciplina, el Ama Marcela pas� a la fusta, lo supe
por los trallazos que not� en los ri�ones. Era una fusta larga y fina, dotada de
una enga�osa elasticidad y cuyo aspecto era casi inocuo. Manejada con la
precisi�n que caracterizaba a mi Se�ora, cada golpe era distinto de los dem�s,
seg�n la correa de cuero cayera plana al golpearme o se abatiera sobre m� cuan
larga era la vara. El Ama Marcela me flagelaba con un rigor despiadado. Tanto es
as�, que olvid� mis buenas maneras e intent� gritar. Las sesiones de flagelo que
Madame Marcela descargaba sobre ella estaban destinadas �nicamente a sumisos
versados en dolor f�sico.



Al principio me preocupaba que Madame Marcela me marcase la
piel durante el escarmiento, que mi mujer las viera sin que yo pudiera
justificarlas de alguna manera, no obstante, con el tiempo esto hab�a dejado de
importancia para m�. Mi cuerpo se hab�a ido encalleciendo. Me sent�a tan
dominado por ella que asum�a por completo el derecho que mi Se�ora ten�a de
se�alarme tanto como fuera necesario para una correcta disciplina. Pero a�n
recuerdo mi miedo inicial, miedo a la mutilaci�n, al dolor, a que me marcara el
cuerpo para siempre, miedo a gritar, miedo a defraudar, miedo a sentir miedo.



Sudaba copiosamente y todo mi cuerpo se estiraba en una
s�plica muda que deb�a resultar de lo m�s elocuente. Tal y como lo hab�a
experimentado en ocasiones anteriores, el dolor que me atenazaba fue
transform�ndose poco a poco en placer. Supe que gozaba, estaba gozando y
sufriendo a la vez.



El Ama Bianca, mientras, se situ� nuevamente frente a mi
rostro. Se hab�a quitado la falda y pude apreciar que sus piernas, aunque m�s
estilizadas, no ten�an nada que envidiar a las de Madame Marcela. Largas,
oscuras, fibrosas y musculadas: las piernas de una deportista o una bailarina.
Llevaba un tanga rojo que no consegu�a disimular un pene en erecci�n. As� que el
Ama Bianca Fox tambi�n era un travestido.



�Ahora, perro, te voy a follar yo, me ha excitado
destrozarte ese culo de manzana que tienes. No vas a poder sentarte en toda la
semana, y cada vez que lo hagas, te acordar�s de m�
�Se quit� las bragas y
las puso encima de mi cabeza. Su pene, efectivamente excitado, era un estilete
oscuro, largo y afilado. Llevaba el vello p�bico te�ido de rubio y lo que m�s me
sorprendi�, despu�s de toda la glamour que emanaba el Ama Bianca, fue el
olor a or�n que desprend�a.



Tras haber recibido el ca��n de Madame Marcela, el m�stil del
Ama Bianca fue un descanso. Entraba y sal�a con facilidad, aunque el culebreo de
la cintura de mi nueva Se�ora era vertiginoso y no tan mec�nico. Sus movimientos
ten�an un ritmo m�s vivo, trenzando en el aire curvas infinitas con su cintura.
El sabor de su polla era m�s salado y su textura m�s suave, a pesar de que su
erecci�n era r�gida y f�rrea, inflexible como una vara de metal. Frente a mis
ojos estaban los abdominales de mi nueva Se�ora y se notaba que pasaba horas en
el gimnasio esculpiendo su cuerpo, era como ver un mar de olas que se
petrificaba cada vez que ella tomaba aire



Los azotes en mi espalda continuaban al mismo ritmo. Mi pene
aparec�a erecto entre mis piernas. Lo supe cuando Madame Marcela dej� de
golpearme y coment�:



��Hay que ser una mierda humana para que se te ponga dura
con esto! Te voy a ense�ar lo que es una polla dura de verdad, una polla de
castigo.




Se hizo el silencio, interrumpido por el batir de la cintura
del Ama Bianca contra mi cara y mi cabeza contra el madero. El taconeo furioso
de Madame Marcela precedi� un aguijonazo inhumano en mi ano. Ten�a las mucosas
muy irritadas y la penetraci�n fue dolorosa en extremo. Un objeto duro, de
bordes rugosos que se clavaban dentro de mi recto acuchill� mis entra�as hasta
que las caderas de Marcela rebotaron contra mi culo. Entend� enseguida de que se
trataba: se hab�a puesto un cintur�n con una polla enorme, cubierta de p�as de
goma que hab�a visto alguna vez colgada en las perchas de una de las salas. Sin
lubricante y con el �mpetu con el que la hab�a hecho entrar, no pude contenerme
e involuntariamente lanc� un alarido, que qued� convertido en un estertor cuando
el rej�n de Ama Bianca colision� contra mi campanilla.



��Calla, guarra, que mam� no est� aqu�! �bram� con
desprecio Bianca Fox.



Con un vocabulario ultrajante y vicioso, el Ama Marcela me
exigi� que me arqueara m�s, que me entregara de forma que ella pudiera
penetrarme hasta el fondo. A continuaci�n, las dos travest�s acompasaron su
ritmo y mientras una me follaba por delante, la otra lo hac�a por detr�s. Cada
vez que las dos bat�an, el le�o alrededor de mi cuello y mis manos me her�a
cruelmente. De manera imperceptible, el dolor pareci� remitir para dejar paso a
una sensaci�n de placer difuso que me resulta dif�cil de explicar. Mi miembro
continuaba erecto y con cada embestida se balanceaba chocando blandamente contra
mi vientre. Cuando el Ama Bianca se corri� en mi boca, yo, para mi tremenda y
deliciosa verg�enza, hice lo propio sobre el suelo de la mazmorra tras doblar un
poco las piernas. Madame Marcela, con su miembro ortop�dico continu� revolviendo
mis entra�as a�n un rato y solo par� cuando el Ama Bianca se retir� y me rode�
para reunirse con ella.



Me desataron y ca� al suelo. El tac�n del Ama Bianca se clav�
en mis nalgas cuando me orden� lamer todo el semen que hab�amos derramado entre
todos. Despu�s me dijeron que se hab�a acabado, que pod�a irme a asear. Me
levant� y fui al cuarto de ba�o de los esclavos, donde ellas me siguieron. Me
mandaron que me tumbase en la ba�era, se pusieron una junto a la otra y orinaron
con un chorro abundante y c�lido sobre mi cabeza y mi cuerpo. Mientras estaba
all� tumbado pude ver por primera vez la cara del Ama Bianca. Era preciosa, no
podr�a definir cual era su raza, pero era evidente que no era europea. Llevaba
el pelo te�ido de rubio en media melena y, a diferencia de Madame Marcela, pod�a
perfectamente haber aparecido en cualquier anuncio de televisi�n.



A continuaci�n me exigieron que evacuase yo tambi�n. Tumbado
en el fondo de la ba�era, di rienda suelta a esa necesidad fisiol�gica, con el
placer a�adido de que mis dos amas me contemplaban en aquella liberaci�n �ntima.
Cuando acab� de orinar, el Ama Marcela me orden� que olisqueara la orina como la
perra que era y la bebiera despu�s. Trastornado por esta nueva prueba cuando ya
cre�a haber finalizado mi sesi�n, me sent� al borde de las l�grimas. Sin
atreverme a rebelarme, me puse a dar leng�etazas y a beber nuestro l�quido claro
que a�n estaba tibio. Para gran sorpresa m�a, experiment� un innegable deleite
al entregarme a este juego inesperado.



Me dejaron solo, me duch� y me vest�. Al mirar el reloj,
comprob� que era cerca de la medianoche. El avi�n de Barcelona - Buenos Aires
sal�a a las nueve y media de la ma�ana, a�n ten�a tiempo de alquilar una
habitaci�n en un hotel y dormir un rato.



Cuando llegu� a la puerta de la casa me encontr� a mis dos
amas que me estaban esperando. Iban vestidas como dos zorrones callejeros, con
�nicamente unas bragas, unas botas de ca�a alta y un abrigo de falsa piel que
cubr�a su desnudez. Bianca Fox me dio su n�mero de tel�fono por si alguna vez
quer�a llamarla cuando Marcela no estuviese y me pidieron si las pod�a acompa�ar
en coche hasta el descampado frente a la tapia del cementerio.


Esto es todo, Espero que la historia les haya excitado tanto como a
m� me excit� escribirla.







Relato: Madame Marcela
Leida: 96veces
Tiempo de lectura: 17minuto/s





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