Relato: Mi Primer Encuentro con Camilo





Relato: Mi Primer Encuentro con Camilo

MI PRIMER ENCUENTRO CON CAMILO


Ariadnna



�Vaya que hac�a calor aquella tarde! Y yo, qu� b�rbara,
practicando un poco de tenis en el patio de la casa�Como a la hora de estar
boleando contra el muro, empec� a sentir una fatiga que tom� por sorpresa.
Busqu� una sombra, debajo de un casta�o frondoso y me sent� en el prado,
recarg�ndome contra el tronco. Cerr� los ojos y sent� c�mo el sudor me escurr�a
por la frente, las axilas, las ingles�


Aunque hab�a ido a bolear yo sola, me hab�a vestido con toda
la propiedad de un torneo formal: mi blusita blanca, sin mangas, apenas
abotonada a tres cuartos del torso; mi faldita blanca, plisada, las calcetas a
medio tobillo y las zapatillas Adidas. Me sequ� algo de sudor de la frente con
la mu�equera en mi mano derecha y me dej� llevar por la suave brisa de la tarde.
Poco a poco me fui hundiendo en una somnolencia exquisita y me dej� envolver por
la sensaci�n de una frescura gradual proveniente de la sombra y del follaje.


Para ahorrar tiempo, esa tarde decid� no colocarme los shorts
debajo de la falda, sino simplemente unos choninos en forma de trusa, de
algod�n. Tuve una sensaci�n muy grata de frescura cuando el viento fresco se
col� entre mis piernas. Acaso inconscientemente, las fui separando y, por lo
breve de mi falda, dej�ndolas pr�cticamente al descubierto. Como estaba entre
los muros del jard�n de la casa, no sent� el m�s leve dejo de pudor.


Dormitaba ensimismada cuando de repente percib� el tufo de un
aliento vaporoso col�ndose entre mis piernas, seguido por el contacto h�medo y
viscoso de una lengua �vida y unas narices tibias y mocosas, olisque�ndome con
urgencia. No era del todo desagradable. Poco a poco sal� de mi modorra y al
abrir los ojos me sorprend� al ver y sentir a Camilo, nuestro querido Mast�n,
totalmente embebido entre mis muslos.


Repentinamente cobrando conciencia de lo que estaba
ocurriendo, me incorpor� con un sobresalto y quise llamarle la atenci�n, pero
Camilo, cachorr�n de poco m�s de un a�o, se alz� sobre sus patas traseras y
descarg� todo el peso de su cuerpo contra el m�o. Antes de ser derribada por el
animal, el muy ladino me llen� la cara de leng�etazos babosos, en lo que yo
interpret� como un deseo puramente juguet�n.


Sin embargo, al estar yo nuevamente tendida boca arriba, con
Camilo encima de m�, me horroric�: exactamente encima de mi, en diagonal
perpendicular al bajo vientre del animal vi aparecer un miembro hinchado y
rojizo, amenazante y poderoso. Impedida de moverme por tener las patas
musculosas del mast�n encima de mi pecho, no pude sino enmudecer ante ese
miembro vibrante que parec�a tener un poder hipn�tico sobre m�. Todos mis
sentidos, toda mi conciencia, se enfocaron en ese pedazo de carne.


Reconozco que era apenas un chiquilla. Aunque estaba por
cumplir 15 a�os y ya algo sab�a sobre las diferencias entre los ni�os y las
ni�as y sobre nuestros respectivos sistemas reproductivos, nunca hab�a visto un
miembro masculino en erecci�n. Pasmada, no pude evitar preguntarme cu�l ser�a su
textura ni c�mo podr�a aquello penetrar la suave carne entre las piernas de una
ni�a, o bueno, de una perrita. Aquello era, desde mi perspectiva, enorme.
Puntiagudo en un extremo y con una bola como del tama�o de una pelota de tenis
en el otro, me qued� fascinada observ�ndolo. Tal vez s�lo hab�an transcurrido
unos segundos, pero a m� me pareci� una eternidad.


Cuando Camilo finalmente se movi�, una extra�a osad�a se
apoder� de mi y como si fuera otra persona y no yo quien lo hac�a, estir� mi
mano hasta alcanzar la cosa esa del mast�n. Primero, tan pronto la toqu� retir�
mi mano asustada. Pero luego, presa de la curiosidad, volv� a alcanzar el
miembro y comenc� a acariciarlo en toda su extensi�n. No s�, tal vez su longitud
rebasaba los 20 cent�metros, pero lo que m�s me sorprend�a era ese grosor basto
y venoso, cuyas palpitaciones pod�a sentir en la palma de mi mano.


Algo deb�a haber hecho, porque al cabo de un rato de
acariciarlo Camilo arroj� en sucesi�n inmediata una serie de chisguetes potentes
y blancuzcos que me salpicaron el rostro, el cuello y los pechos. �Ser�a eso el
famoso l�quido seminal? Hab�a retirado mi mano un tanto alarmada y me la hab�a
llevado al rostro para limpiarme. Pero como tantas veces me hab�a ocurrido (y me
habr�a de seguir ocurriendo), la curiosidad pudo m�s y me llev� las yemas de los
dedos primero a la nariz (un olor punzante y salitroso, no lejano del amoniaco)
y luego, debo confesarlo, a la boca. �Prob� aquello!


Curiosamente no sent� asco, pero tampoco fue un sabor digamos
agradable. Cavilando como estaba no me di cuenta que Camilo, molesto por el
repentino abandono en que hab�a dejado a su miembro, se acerc� a mi cara y antes
de que pudiera cobrar plena consciencia de lo que ocurr�a, ten�a el miembro
rojizo del animal aplastado contra mi rostro. Mov� bruscamente la cara y abr� la
boca para emitir una interjecci�n, pero antes de poder decir p�o, aquello ya se
hab�a alojado entre mi lengua y el paladar. Cerr� los ojos y comenc� a respirar
agitadamente mientras Camilo, acaso m�s agitado que yo, mov�a su pelvis en
movimiento r�tmicos y r�pidos, buscando frotar su pene hasta el fondo de mi
garganta. �Dios m�o! �Qu� estaba pasando?


Con movimientos cada vez m�s bruscos, Camilo se posesion� de
mi boca y aceler� los embates de su cadera. Yo hab�a tenido que echar los brazos
hacia atr�s, para no caerme y comenc� a sentir un cosquilleo extra�o y enervante
que, naciendo del fondo de mis entra�as entre las piernas, sub�a y recorr�a como
una descarga todo mi cuerpo, hasta dilatarse en mi cerebro. Sent� mi boca y
gargantas resecas y la respiraci�n peligrosamente entrecortada. Mi coraz�n se
hab�a desbocado y las punzadas en mi vientre me provocaban espasmos cada vez m�s
violentos.


Dej� al perro hacer a su gusto. Con medio torso al aire, los
brazos echados para atr�s, sent�a todo el poder de las patas traseras de Camilo
contra mi pecho y entre mis orejas. El perro babeaba y jadeaba. Yo sudaba y
sent�a una mar de escalofr�os y sudoraciones como si fuera presa de una fiebre
espasm�dica. De repente Camilo aceler� aun m�s su r�tmico vaiv�n y cuando estaba
a punto de retirar mi cara, porque ya las quijadas me dol�an de tenerlas tan
atenazadas, el perro trastib�, se sacudi� violentamente y pude sentir, contra el
fondo de mi boca, una explosi�n l�quida al estrellarse una cascada densa de la
descarga animal contra el fondo de mi paladar y mi garganta.


Me atragant�. Sent� ahogarme y yo misma, no s� de d�nde, dej�
escapar otra descarga, igualmente violenta, pero que esta vez naci� en lo m�s
profundo de mi b�veda craneana y recorri� todo mi cuerpo en sentido contrario
hasta encontrar una salida justo en el centro de mi pubis. Pude sentir con
absoluta lucidez c�mo se empapaba la tela de mis calzoncillos y luego el l�quido
aquel escurrir por entre mis muslos, creando un peque�o charco en el suelo. La
sensaci�n de placer oce�nico que me inund� fue parcialmente contrarrestada por
un reflejo instintivo de escupir, de vomitar el amasijo aquel que Camilo hab�a
descargado en mi boca. Sin embargo, al querer hacerlo, acab� tragando m�s
l�quido del que pude expulsar.


Finalmente me liber� de ese yugo animal que me ten�a
aprisionada. A un tiempo exaltada y asqueada, me volv� a incorporar. Estaba
empapada de sudor y de mi propia reacci�n a lo que acababa de ocurrir. Los ojos
me ard�an por las l�grimas que hab�a dejado inconscientemente escapar. Sin mirar
atr�s sal� corriendo en direcci�n de la casa. El perro sali� corriendo detr�s de
m�, pero yo no me atrev�a siquiera a verle la cara. Lo dej� a la entrada,
confuso y gimiente. Entr� a la casa como una exhalaci�n y sub� a trancos hasta
llegar al ba�o.


Me met� a la ducha arrojando mi ropa sucia al cesto de
mimbre. Nunca me hab�a restregado el cuerpo con tal furia. Dej� el estropajo
hecho una sopa y mi piel al rojo vivo. Luego me envolv� en la bata afelpada y me
fui a mi rec�mara. Me arroj� a la cama queriendo dormir para el resto de mi
vida. Pero entre sue�os, bien pronto me di cuenta que mi mano se encontraba
estrat�gicamente colocada entre mis piernas y, al pie de mi ventana, pod�a
escuchar los gemidos urgentes de un Camilo que hab�a comenzado a adorar.


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