Violaci�n M�ltiple
� E.G.S. � n� 2 � noviembre 2002
Somos un matrimonio muy bien avenido con trece a�os de fiel
convivencia a nuestras espaldas. Vivimos a las afueras de Madrid, a unos veinte
kil�metros del centro de la ciudad, cerca de un pol�gono industrial.
Aquella noche de s�bado regres�bamos a casa en nuestro
autom�vil despu�s de disfrutar de una grata velada con varios matrimonios de
amigos. Ser�an cerca de las cuatro de la madrugada cuando enfil�bamos la avenida
que conduce a la calle donde tenemos instalado nuestro domicilio conyugal.
Estaba todo desierto. De pronto una silueta humana, que
asomaba por detr�s de una furgoneta que se encontraba detenida en el arc�n, nos
hac�a claras indicaciones para que par�ramos, presumiblemente debido a un
problema mec�nico. No me suele gustar mucho parar a gente extra�a y menos a esas
horas, pero mi mujer me convenci� haciendo alarde de su buen coraz�n, y detuve
nuestro veh�culo detr�s de la furgoneta.
Se trataba de un hombre enjuto y poco aseado de unos
cincuenta a�os, que nos rogaba le acerc�ramos a la gasolinera m�s pr�xima desde
donde poder llamar a una gr�a. Como quiera que accedimos a su petici�n, tras
agradecernos siete veces nuestra hospitalidad, se fue hacia la furgoneta para
comprobar que la dejaba cerrada. Verific� ambas puertas laterales. Despu�s se
encamin� hacia el port�n trasero, pero ante nuestra sorpresa, en lugar de
comprobar su estanqueidad, la abri� de par en par.
De dentro del veh�culo atisbamos varias sombras que se
mov�an. Finalmente descendieron dos hombres armados con escopetas de caza que
nos enca�onaron sin mediar palabra. El hombre que anteriormente nos hab�a
solicitado ayuda amablemente se torno hura�o y, con voz firme, nos invit� a
bajar del coche. Aquella invitaci�n era dif�cil de rechazar, teniendo en cuenta
las dos escopetas que no cesaban de apuntarnos, por lo que mi mujer y yo tuvimos
que obeceder.
Los dos hombres nos obligaron a entrar en la parte trasera de
la furgoneta. Luego uno de ellos permaneci� en el interior con nosotros sin
dejar de apuntarnos, mientras que el otro, tras cerrar el port�n de la furgoneta
se dirigi� al volante. El hombrecillo por su parte se subi� en nuestro coche y
lo arranc�. La furgoneta inici� la marcha.
Aquel habit�culo era realmente desagradable. Una �nica
bombilla que colgaba desnuda del techo, dejaba ver el mugriento colch�n donde
nos encontr�bamos sentados. Las paredes interiores estaban oxidadas y en el
ambiente volaba un f�tido hedor a suciedad. El hombre que nos enca�onaba nos
miraba con mueca burlona. Deb�a rondar los cuarenta y cinco a�os. Estaba
bastante gordo y ten�a el rostro y la calva cuajado de gotas de sudor. Sus ropas
estaban sucias y ra�das, y sus gruesos labios sosten�an una asquerosa y chupada
colilla de puro barato.
Al cabo de diez o quince minutos la furgoneta se detuvo. El
conductor se bajo de la cabina y abri� el port�n trasero. Nos encontr�bamos
dentro de una nave abandonada, que en su d�a fue utilizada de almac�n, cercana a
nuestra casa. Detr�s estaba nuestro coche. La caja de la furgoneta deb�a tener
unos cinco metros de longitud por dos metros y medio de ancho. Los otros dos
hombres subieron al furg�n cerrando el port�n tras de s�.
Lo primero que hicieron, sin dejar de apuntarnos con las
escopetas, fue atarnos. A m� me ataron fuertemente las manos a la espalda. Luego
me ataron los tobillos juntos. Finalmente me ci�eron una especie de fleje a la
cintura con el que me contuvieron contra una de las paredes oxidadas del
interior del veh�culo, en posici�n sentado. M�s tarde tumbaron a mi mujer, boca
arriba, sobre el inmundo colch�n. La sujetaron ambas manos, con cuerdas, por
detr�s de su cabeza, las cuales amarraron a una argolla situada en el suelo de
la furgoneta. Luego la ataron los tobillos, con las piernas abiertas, a sendos
ganchos situados a ambas paredes del furg�n. La ataron de tal guisa que no pod�a
mover el cuerpo ni un cent�metro.
Una vez que nos tuvieron a su merced, depositaron las
escopetas lejos de nosotros y se desnudaron los tres por completo. El ya de por
s� hedor del furg�n se hizo irrespirable al mezclarse con el mal olor a pies y
sudor procedente de los cuerpos de los tres individuos, que parec�an ser
al�rgicos al agua y al jab�n, as� como al olor a alcohol barato que emanaban sus
alientos.
El sujeto que nos hab�a estado enca�onando fue el primero en
actuar. Su aspecto era grotesco. Luc�a una asquerosa barriga flanqueada por
orondos michelines de grasa. De entre sus piernas le colgaba un fl�cido pero
bien dotado miembro, que nac�a de entre dos enormes test�culos que aun le
colgaban m�s. Se arrodill� sobre mi mujer, a la altura de su cabeza. Despu�s se
descapull� el pene, momento en el que un p�trido hedor a orines se uni� al ya
cargado ambiente. Acto seguido oblig� a mi mujer a meterse aquel apestoso trozo
de carne en la boca, y a que se la chupara sin pausa. Mi mujer consigui� tras un
esfuerzo infrahumano controlar sus arcadas, para no empeorar la situaci�n, y
comenz� a chup�rsela.
En ese momento, el hombre que hab�a conducido el furg�n, de
aspecto muy similar al primero, pero m�s delgado, sac� una navaja y destroz� los
pantalones y las bragas de mi esposa hasta dejarla desnuda de cintura para
abajo. Luego se recost� sobre ella y la penetr� con fuerza, venciendo sin mucha
dificultad la casi nula resistencia de mi mujer. Una vez penetrada, comenz� a
bombearla el co�o sin piedad, con una polla algo menor que la de su compinche,
pero de mayor tama�o que la m�a, por lo que mi mujer puso muecas de dolor hasta
acostumbrar su vagina al tama�o del rabo de su agresor. El tercer hombre, el
tipo enjuto que nos tendi� la trampa, se limitaba a masturbarse sin quitar ojo
del espect�culo, aunque, para mi "alivio" la tenia bastante m�s peque�a que yo.
Al cabo de unos cinco minutos el hombre que se la estaba
follando comenz� a emitir sollozos y a entrecortar su respiraci�n, se�al
inequ�voca de que se estaba corriendo dentro de mi esposa. Cuando mir� al otro
hombre pude comprobar con verdadera repulsi�n que estaba eyaculando copiosamente
en la boca de mi esposa. Fue tanta cantidad la que expuls�, que a pesar de que
mi mujer estaba tumbada, las comisuras de sus labios comenzaron a rebosar leche.
Entonces los dos hombres se retiraron de sus posiciones. El
hombre enjuto tom� el relevo. Se recost� sobre mi esposa y se la clav� hasta el
fondo sin complicaciones. Luego comenz� a follarla mientas la desgarraba la
blusa y el sujetador con la navaja. Despu�s comenz� a estrujarla las tetas y a
besarla en la boca sin dejar de joderla. En menos de tres minutos se corri�
dentro de su co�o entre grandes espasmos de placer.
En ese instante not� un fuerte golpe en la cabeza. Cuando me
despert�, me encontraba dentro de mi coche con una brecha en la cabeza. En el
asiento de atr�s yac�a mi mujer sin conocimiento, desnuda y con la cara y el
cuerpo abundantemente cubiertos de restos de semen todav�a frescos.
Entonces comprend� que la juerga no hab�a terminado cuando
perd� el conocimiento.