Relato: La due�a





Relato: La due�a

Blanca se sent�a muy contenta. Su madre estaba esper�ndola
para ir a ver con ella el chalecito que su padre acababa de comprarle. Estaba
ubicado en la zona alta. No era muy grande pero s� muy coquet�n.



"Ricardo, es normal que la ni�a quiera independizarse un
poco, tiene ya dieciocho a�os, va a entrar en la universidad y es l�gico que
quiera tener un sitio para poder estudiar y tener sus cosas... debes comprar ese
chalecito... es una monada."



"De verdad papi... estudiar� mucho, piensa que si tienes que
enviarme al chofer cada d�a para que me lleve y me traiga... y con los horarios
de la "uni"... va a ser un rollo... venga papi..."



Esa conversaci�n hab�a tenido lugar un par de meses antes del
verano, en el inmenso comedor del palacio en que habitaba la familia Rotten. Don
Ricardo era una de las fortunas m�s importantes del peque�o pa�s. Hombre
despiadado en los negocios, cuyo car�cter duro le hab�a permitido alcanzar las
m�s altas cotas de poder y bienestar. Pero su esposa y su �nica hija, sobre todo
esta �ltima, eran su debilidad m�s acusada. Lo consegu�an todo poniendo esa cara
de pobrecillas v�ctimas que no hab�an roto nunca un plato. Blanca pon�a los
labios en forma de trompetilla, como queriendo comenzar unos pucheros que el
hombre evitaba a toda costa pues nada m�s enternecedor para su rocoso coraz�n
que las lagrimitas de su hija.



Papi cedi�, como ced�a en todo lo que su adorada hija se
propon�a de �l, con la valiosa colaboraci�n y aquiescencia de Adriana, su
esposa.



Blanca aparc� su flamante descapotable deportivo frente a la
que iba a ser en breve su nueva residencia. La esperaba su madre, do�a Adriana,
con una muchachita apocada que estaba unos pasos detr�s de ella. A la legua se
ve�a que era una criada, sus ropas estaban limpias pero se ve�an usadas, sobre
todo vi�ndola al lado de la lujosa elegancia de madre e hija, vestidas siempre
por los dise�adores m�s exclusivos de la alta sociedad.



"Me he tra�do a Doris, para que friegue bien todas las
estancias... � le coment� do�a Adriana a su hija cuando se saludaron."



"Perfecto mami... vamos all� � contest� Blanca ignorando por
completo la reverencia que la criada le hab�a hecho."



Entraron en el chalet. Doris se encarg� de coger el bolso de
las se�oras y de sacarles la fina gabardina, era un d�a un poco lluvioso.


Estuvieron recorriendo todas las salas, cocina, ba�o, sal�n,
dormitorios. Todo. La edificaci�n no era muy grande, contaba con tres
habitaciones, ba�o, aseo, cocina office, sal�n comedor, un solarium en el piso
superior, plaza de aparcamiento y un jard�n.


Blanca estaba encantada. Escogi� la m�s grande de las
habitaciones para su dormitorio.



"Venga Doris... tienes que dejar estos suelos como los
chorros del oro � le dijo do�a Adriana a la criada � mientras la se�orita y yo
acabamos de ver el chalet."



"S� se�ora � contest� Doris agachando la mirada."



"Es muy d�cil � le dijo su madre a Blanca mientras sal�an
hacia el jard�n dejando a la criada de rodillas en el suelo que ya comenzaba a
baldear las baldosas �. Adem�s hab�a pensado que podr�as qued�rtela para que te
sirva aqu� en la ciudad... en casa necesitaremos menos servicio y teniendo en
cuenta que acabas de despedir a tu �ltima doncella?"



Madre e hija estuvieron curioseando por toda la casa.
Acabaron sentadas en las hamacas del jard�n mientras esperaban que Doris acabara
de limpiar la casa.



"Qu� te parece la idea de quedarte con Doris para que te
sirva aqu�? � le pregunt� Adriana a su hija."



"Bien... lo �nico que espero es que haya espabilado con los
a�os. Recuerdo que ya la tuve de dondella hace cinco o seis a�os y en esa �poca
era un poco atorada..."



"Ahora ha crecido... adem�s t� eras muy caprichosa de
peque�a. Te recuerdo que has tenido m�s doncellas que una princesa oriental,
hija. Adem�s Doris es absolutamente fiel. Es la hija de mi segunda doncella y
del lacayo de pap�, naci� en casa poco despu�s que t�. Ella y sus padres nos han
servido toda su vida de forma absolutamente fiel..."



"Vale mam�, que s�... que me est� bien, que me quedo con
ella, no hace falta que nos pongamos a llorar por la fidelidad demostrada todos
estos a�os por una familia de criados... es lo que se espera de ellos, no?"



Adriana se la qued� mirando con una media sonrisa. Le
encantaba el car�cter altivo e insolente de su hija, pero ella s�lo se
preocupaba de su bienestar y estaba convencida de que la elecci�n de Doris como
sirvienta le har�a bien.



Dorotea, Doris era m�s c�modo para llamarla, era una muchacha
de la misma edad que Blanca, muy sumisa y fiel. Hab�a nacido en el palacio de la
familia, como nac�an antes los hijos de los criados, que formaban parte de la
familia aunque cada cual en su posici�n y nivel. Adriana pens� que como la hija
de su segunda doncella ten�a la misma edad que su Blanca al cumplir los diez o
doce a�os podr�a empezar a servirla como doncella. Pero Blanca era una ni�a muy
mimada, muy consentida, muy caprichosa y Adriana sufr�a por ver el estado de
abatimiento de su segunda doncella, la madre de Doris, al tener que presenciar
los constantes malos tratos, de palabra y obra que la indolente y caprichosa
Blanca inflig�a a su hijita.


Adriana aprovech� que Blanca entr� en un reputado y afamado
colegio para se�oritas en Suiza para destinar a Doris a las cocinas, de donde ya
no se mover�a.



"Adem�s Doris, que se ha pasado estos �ltimos a�os en las
cocinas podr� hacerte unos guisos estupendos y as� me asegurar� de que est�s
bien alimentada."



"Que s� mam�, que me est� bien... Doris ser� mi criada y
doncella, no hablemos m�s."



En esas Doris sali� al jard�n.



"Se�ora, la casa est� ya toda limpia, si las se�oras quieren
comprobarlo?"



"Est� bien Doris, tr�enos los bolsos y las gabardinas."



Momentos despu�s Doris ayudaba a Blanca y a Adriana a ponerse
las trincheras.





En dos meses Blanca y Adriana estuvieron muy ocupadas en la
decoraci�n de la casita y llegado el momento �sta ya estaba lista para habitarla
en perfectas condiciones.


El d�a antes de que Blanca se fuera a vivr al nuevo chalet,
Adriana mand� a Doris para que tuviera la casa en perfecto estado de revista.



"Doris, a partir de ahora pasar�s a servir a la se�orita
Blanca en su nueva residencia. S� que eres una muchacha muy obediente y d�cil.
Llevas toda tu vida sirviendo en esta casa y me consta que obedecer�s en todo a
tu nueva ama. Ya la conoces, incluso la serviste un par o tres de a�os como
doncella y s� que es dificil de contentar, pero conf�o en ti. La se�orita se
instalar� pasado ma�ana, por tanto ma�ana mismo ir�s con el cami�n de mudanzas
para preparar sus cosas y dejarlo todo a punto para cuando ella llegue. La
esperar�s all�. Entendido?"



"S� se�ora, le juro que no la defraudar�. Le agradezco que me
de una nueva oportunidad de servir a la se�orita... esto... siempre he vivido
con la sensaci�n de que no la supe servir como se merec�a. Le juro que me
desvivir� por servirla y por contentarla, gracias se�ora por esa oportunidad, no
la fallar�, ni a usted ni a la se�orita."



Adriana se sonri�. Estaba satisfecha de su elecci�n. Sab�a
que la caprichosa de su hija estar�a perfectamente servida.



Cuando con quince a�os Blanca march� al internado suizo y
ella fue enviada por la se�ora a las cocinas, sinti� la punzada del fracaso.
Doris, muchacha apocada, m�s bien feucha, delgada, poca cosa, hija de criados,
viviendo siempre junto al lujo y la elegancia pero s�lo para limpiar, para
admirar, para servir. Doris, cegada por el brillo del lujo que resplandec�a a su
alrededor, que admiraba la hermosura, la elegancia el esplendor que da la clase
y el dinero, estaba perdidamente enamorada, obsesionada con aquella a la que
hab�a servido y que ahora ten�a la oportunidad de volver a servir de nuevo
directamente.


Pobre Doris, ella que atesoraba con cari�o y orgullo aquellos
vestidos que cuando Blanca se cansaba de ellos recib�a de la se�ora. O los
zapatos que tantas veces hab�a tenido que limpiar, con el tiempo, cuando la
se�orita ya no los quer�a, recib�a como el regalo m�s maravilloso que jam�s
pudieran hacerle.


Cuando Blanca regres� tras dos a�os de internado, Doris so��
que volver�a a ser su doncella, pero no fue as�. Doris vio como pasaban otras
muchachas en su lugar, muchachas que acababan despedidas al cabo de un tiempo
m�s o menos largo seg�n los casos. Muchachas a las que envidiaba porque pod�an
estar cerca de la se�orita, ba�arla, secarla, vestirla, calzarla, desnudarla,
peinarla, tocarla, olerla. Esa era una de sus m�ximas obsesiones, olerla. Cuando
estuvo a su servicio, de los doce a los quince a�os, uno de sus mayores placeres
radicaba en calzarla o descalzarla. Se lo hac�a venir para mantener el rostro
muy cerca de su pie y con absoluto disimulo se llenaba de su olor hasta
emborracharse.


Cuando no la miraba, Doris se quedaba embobada contemplando
su belleza, su hermosura. Estaba prendida de su se�orita. A Doris no le
importaba tanto como pod�a pensarse que la desp�tica Blanca la ri�era por
nimiedades, al menos la hablaba, ni que fuera para insultarla.


Ahora hab�an pasado los a�os. Blanca era ya toda una mujer,
m�s hermosa que nunca, m�s atractiva que nunca. Ya no era aquella adolescente
caprichosa e indolente. Ahora ten�a un aplomo y una seguridad insultantes,
aunque segu�a siendo un poco d�spota. Estaba acostumbrada a mandar y a ser
obedecida y eso se notaba pues no deb�a esforzarse para que los que la rodeaban
sucumbieran a sus deseos, sus caprichos o sus �rdenes.



Doris se encontraba en su huevo hogar, mejor dicho en el de
su ama. La casa de mudanzas la hab�a dejado con un mont�n de ba�les que
conten�an sus vestidos, sus zapatos, sus libros, sus discos, sus trajes de
amazona � era una jinete maravillosa � en fin todo lo que pod�a necesitar en su
chalecito de estudiante.


Doris se pas� horas limpiando como una posesa. Por nada del
mundo iba a fallar a su se�orita. Despu�s pas� el resto del d�a y parte de la
noche guardando en su sitio las pertenencias de su ama.


La casa estaba dotada de inmensos armarios y Doris fue
guardando con amor cada uno de sus trajes, de sus vestidos, los centenares de
complementos, bolsos, cinturones, sombreros de todas clases. Sus zapatos. Eso s�
era una tarea ingente. Hab�a m�s de cien pares entre zapatos de verano, de
invierno, de deporte, botas de vestir, botas de equitaci�n, zapatillas... en
fin, todo un armario enorme ocupado por su calzado, al que aline� perfectamente
y orden� por modelos.


Cuando hubo terminado con todo el trabajo eran las cuatro de
la madrugada. No hab�a comido nada en todo el d�a. Se prepar� un bocadillo en la
cocina y finalmente se qued� dormida, sentada en la mesa del oficce, con la
cabeza entre los brazos cruzados.


Se despert� sobresaltada a las ocho de la ma�ana. Corri� a
lavarse y arreglarse pues estaba a�n en chandal y se visti� con el uniforme de
doncella que la misma se�orita Blanca hab�a elegido para ella. Se mir� en el
espejo de la habitaci�n de la se�orita y se gust� vestida as�. Parec�a una
aut�ntica doncella francesa, con su delantal blanco e inmaculado sobre un
vestidido corto negro, con su cofia que escond�a el cabello de escaso cuerpo que
llevaba recogido discretamente en un mo�o. Los zapatos de poco tac�n bien
limpios. Se mir� las manos, la cara, se dio una vuelta sobre si misma sin dejar
de mirarse en el espejo de cuerpo entero y se gust�. Estaba a punto de empezar
una nueva vida al servicio de la persona que m�s adoraba en este mundo.



Hasta las doce no lleg� Blanca. Oy� el cl�xon en la puerta.
Sali� al jard�n y vio el descapotable de la se�orita Blanca. Corri� por el
jard�n y abri� la verja para que pudiera entrar el coche en el garaje.



Blanca sali� del auto. Doris estaba ya frente a la puerta de
entrada que manten�a abierta.



"Buenos d�as se�orita, bienvenida a su nueva casa � dijo
emocionada Doris que hizo una ligera genuflexi�n a modo de reverencia."



Blanca no le contest�. No ten�a porqu� rebajarse a darle los
buenos d�as a una criada, pero as� y todo le dedic� una sonrisa al tiempo que
pasaba por su lado y entraba en su nuevo hogar.


Doris cerr� la puerta tras de s� y qued� esperando. Blanca
contemplaba asombrada c�mo hab�a quedado la decoraci�n. Ella se hab�a encargado
con su madre de elegir los elementos pero no hab�a visto la casa decorada pues
su constante vida social no le hab�a permitido dedicarse a ella y adem�s
confiaba ciegamente en su madre quien hab�a sido el alma de la operaci�n.



"Fant�stico, ha quedado todo estupendo."



Blanca volvi� a recorrer todas las estancias que dos meses
atr�s viera totalmente vac�as. Ahora estaba con muebles, con electrodom�sticos,
con l�mparas, con cuadros, estaba completa... y adem�s le encantaba.


Entr� en su habitaci�n y le gust�, era amplia, espaciosa, con
un lecho enorme, con un tocador, espejos, con un sill�n y una mesita baja... con
todo.


Otra de las habitaciones, muy soleada, estaba dise�ada como
despacho, como estudio, su madre hab�a pensado en todo, aunque ella poco o nada
iba a utilizarla pues la universidad no era para ella m�s que la manera de hacer
vida social. Se hab�a matriculado en historia del arte y sab�a que entre su
enorme inteligencia y su capacidad de seducci�n, no tendr�a ning�n problema para
ir pasando cursos. All� donde no llegara su prodigiosa retentiva llegar�an sus
tetas, nada m�s f�cil que cambiar un notable por una paja cubana o por dejar que
le comieran el cl�toris, ya fuera hombre ya fuera mujer, pues no ten�a man�as en
cuanto al sexo de los profesores, ni del resto de los mortales.



"Esta ser� la habitaci�n de invitados. Air�ala regularmente,
cada d�a exactamente, quiero que est� siempre a punto por si se precisa
utilizarla."



"S� se�orita, como usted ordene se�orita � respondi� sumisa
Doris que la segu�a por el recorrido de la casa con absoluta discreci�n, siempre
uno o dos pasos detr�s de ella."



"Y por cierto, d�nde duermes t�? � le pregunt� Blanca
mientras se dirig�a hacia el sal�n al tiempo que se desprend�a de sus guantes y
los dejaba caer al suelo, sin reparar en que lo hac�a."



"Pues estaba esperando lo que la se�orita disponga,
se�orita... � dijo Doris mientras se agachaba para recoger los guantes."



"En el cobertizo del garaje he visto un catre y un peque�o
aseo. El aseo utilizar�s ese y el catre lo trasladas al cuarto de plancha que
hay junto a la cocina. �Hay timbres para llamarte en la casa?"



"S� se�orita, en todas las habitaciones hay uno y dan todos a
la cocina, con diferentes tonos para diferenciarlos."



"Es perfecto, dormir�s en el cuarto de plancha que hay junto
a la cocina, y el aseo usas el de fuera, entendido?"



"S� se�orita."



"Ahora ve a buscarme las zapatillas y me quitas las botas,
quiero estar c�moda."



Ten�an la misma edad, un mes de diferencia tan solo, pero
hab�a un abismo. Blanca, tan magn�fica, tan espl�ndida, tan bella, tan arrogante
y altiva, tan segura de si misma y Doris tan poquita cosa, tan apocada, tan
insegura, tan sumisa y temerosa. Do�a Adriana sab�a que estaban hechas la una
para servir a la otra.



Doris regres� con las zapatillas con las que sab�a que la
se�orita Blanca se sent�a m�s c�moda. Se arrodill� en la alfombra y tendi� las
manos. Blanca levant� un pie y lo dej� sobre las manos de Doris. La mucama asi�
la bota por el tal�n y por la puntera y con peque�os movimientos efectuados
desde los dos puntos poco a poco la bota fue saliendo hasta que consigui�
sacarla del todo. Un ligero aroma sali� de dentro de la bota y del pie de Blanca
y Doris trat� de inspirarlo todo. Blanca dej� el pie desnudo apoyado sobre el
regazo de Doris mientras le colocaba el otro pie entre las manos para que se lo
descalzara. La muchacha se sent�a sonrojada, notaba en su muslo la c�lidez de la
planta del pie de su se�orita y de nuevo el puntazo del olor al sacarle la otra
bota. Aquello la transport� al s�ptimo cielo. Luego la calz� las zapatillas.



"Ordena alguna cosa m�s la se�orita?"



"No, cepilla las botas antes de guardarlas. Ya te llamar�
para que me sirvas la comida."



Con las botas de la se�orita en las manos y tras hacer una
genuflexi�n a modo de reverencia Doris se retir� hacia la cocina.



No est� mal � pens� Blanca que hab�a cogido una revista y se
hab�a quedado en el sal�n a leer un rato y hacer tiempo hasta la hora de la
comida � parece que Doris ha mejorado mucho desde que serv�a cuando era mi
doncella. Claro que yo en esa �poca he de reconocer que me portaba bastante mal
con ella, pobrecilla � y satisfecha por los inicios de su nueva vida como
soltera de oro con servicio, se puso a leer, mejor mirar estampitas, de su
revista de moda.



Doris se hab�a retirado con las botas de su se�orita a la
cocina. Se meti� en el que iba a ser su cuarto y se sent� en el suelo con una
gamuza y un cepillo. Cogi� las botas y meti� la cara por la embocadura de una de
ellas e inspir� con toda su fuerza. Luego meti� la nariz en la otra bota e hizo
lo mismo. Se llen� con el olor del cuero y el olor de los pies macerado durante
tiempo por el delicado sudor de las plantas, cuyas bacterias se juntaban con el
olor propio del cuero de las botas y produc�an lo que para ella era el mejor
aroma del mundo. Estuvo un buen rato cuid�ndose la nariz a base de profundas
olfateadas que la medio drogaban. Finalmente pas� la lengua por el brillante y
liso cuero negro de las espl�ndidas botas Salvatore Ferragamo, sin dejar un solo
punto por lamer, para finalmente pasarles el cepillo vigorosamente.


Cuando termin� ten�a unas enormes necesidades de masturbarse,
pero ten�a que hacer la comida para la se�orita.







Para Blanca era normal que Doris se comportara con la
sumisi�n y diligencia con que lo estaba haciendo desde que se la hab�a llevado a
su nuevo hogar como criada y doncella. Blanca encontraba l�gico que aquellas que
deb�an servirla se comportaran as�. Le hab�an gustado muchos detalles de Doris,
de quien ten�a el recuerdo de una ni�a torpona a la que se hab�a pasado los dos
o tres a�os que de jovencita la hab�a tenido de doncella ri��ndola por casi todo
y por casi nada. Le gustaba que cuando la mandaba quitarle las botas se
arrodillara a sus pies, le gustaba que nunca la mirase a la cara, que mantuviera
la mirada fija en sus pies cuando la hablaba, le gustaba que cuando hac�a sonar
la campanilla del sal�n o tocaba el timbre de su habitaci�n no transcurrieran
m�s de dos segundos en tenerla dispuesta a obedecer. Le gustaba que no hablara
sino era para contestar y que cuando lo hac�a empezara con la palabra se�orita y
terminara con la palabra se�orita todas sus respuestas. Le gustaba que antes de
retirarse le preguntara si ordenaba alguna cosa m�s. Le gustaba que mientras
com�a se mantuviera de pie, retirada dos pasos de donde ella estaba sentada, y
esperara en silencio cualquier orden que fruto de la necesidad quisiera darle.


Le gustaba porque todo aquello es a lo que estaba
acostumbrada y ella ve�a totalmente normal que una doncella se comportara como
lo estaba haciendo Doris.



Por su parte Doris se hab�a instalado en el trastero de la
cocina. All� hab�a acomodado el catre del cobertizo y hab�a hecho alg�n tipo de
decoraci�n casera para dar un poco de dignidad a la pobre estancia que su ama le
hab�a destinado como espacio privado dentro del lujo de aquel chalet.



Los d�as iban pasando y Doris se sent�a feliz. Sent�a como
que pod�a desquitarse de su, a su entender, fracaso como doncella en la etapa de
su adolescencia en que se ocup� de entender a la d�scola, caprichosa, desp�tica
y voluble Blanca.


Ve�a a su ama complacida con su servicio, con su dedicaci�n,
con su fidelidad, con su entrega.


Blanca, contra todo pron�stico hab�a comenzado los primeros
meses del curso universitario asistiendo a todas las clases. Pasaba pocas horas
en casa. Se levantaba a las nueve de la ma�ana. Doris, a la hora en punto
descorr�a las cortinas de sus ventanales para que la luz matinal sustituyera los
desagradables timbrazos del despertador y antes que sus ojos sintieran la luz
del d�a el olfato la avisaba de que un nutritivo y suculento desayuno estaba
esper�ndola para comenzar el d�a de la manera m�s placentera posible.


Desayunaba en la cama mientras Doris iba recogiendo la ropa
que siempre se hallaba desperdigada por su habitaci�n. Mientras se aseaba, Doris
sacaba la ropa con que hab�a de vestirla y cuando ya la hab�a ayudado a vestirse
le calzaba los zapatos que para ese d�a ten�a a bien escoger.


No ten�a que dar instrucciones a su criada y doncella puesto
que Doris se ocupaba absolutamente de todo. A lo sumo le dec�a si volver�a o no
para comer, lo cual no siempre se cumpl�a. Pese a ello Doris preparaba cada d�a
la comida para su ama y si �sta no se presentaba, pues se la com�a ella y listo.


Normalmente por las tardes estaba en casa. Cuando o�a el
motor del deportivo en la puerta, Doris corr�a a abrir la verja y la puerta del
cobertizo. Luego corr�a al interior del chalet y esperaba a su se�orita de
rodillas sobre la alfombra con sus zapatillas preferidas en la mano, lista para
descalzarla. Blanca consideraba esa costumbre, que ella no hab�a impuesto, como
muy adecuada. Le gustaba que su criada la recibiera con sus zapatillas para
descansar sus bellos pies.


Blanca se sentaba en el sill�n, a cuyos pies permanec�a Doris
quien de inmediato proced�a a descalzarle las botas o los zapatos que calzara y
a ponerle las zapatillas.



"Si la se�orita no ordena ninguna cosa m�s, ir� a cepillarle
las botas antes de guardarlas, se�orita � sol�a ser la escena que se daba
diariamente al regreso de Blanca de la facultad despu�s de haberla descalzado y
de haberla puesto las zapatillas."



En ausencia de la se�orita, mientras ella estaba en la
universidad, Doris ten�a el tiempo ocupado arreglando la casa, lavando la ropa
de la se�orita, planch�ndola y haciendo todas las labores de la casa al efecto
de que a su regreso pudiera estar disponible por si la requer�a.


En los primeros tiempos Doris se llevaba una desilusi�n
porque la se�orita sol�a salir a media tarde con sus amigas y no ten�a ocasi�n
de servirla directamente, que es lo que a ella m�s le gustaba. Cuando volv�a a
marchar, Doris recog�a la ropa que se hab�a sacado y antes de ponerla en el
cesto de la ropa sucia se entregaba a una org�a de aromas y olores. Disfrutaba
cogiendo las medias y las braguitas que se hab�a cambiado y las olisqueaba hasta
que el olor desaparec�a. Le gustaba encontrar en el salva-slip restos de sus
flujos �ntimos, ya fuesen gotitas de orina, flujos vaginales o, algo que la
llenaba de pasi�n, unas peque�as manchas amarronadas que no eran m�s que unas
pocas heces que seguramente hab�an acompa�ado alguna ventosidad poco controlada.
Entonces lam�a con fruic��n los humores internos de su idolatrada se�orita. Eso
y las sesiones odor�feras que se daba con los zapatos que hab�a usado durante la
ma�ana la llevaban al �xtasis m�s absoluto y la recompensaban de la dolorosa
ausencia que ten�a de ella por las tardes en que sal�a. Le encantaba meter la
nariz en las botas y aspirar con fuerza el olor que desprend�an. Si eran zapatos
o sandalias lo que le hab�a sacado se dedicaba a pasar la lengua por la planta
interior del calzado, buscando el sabor salobre que su sudor hab�a impregnado en
las huellas m�s oscuras que su pie, y sobre todo sus dedos, dibujaban sobre el
cuero usado. Tras estas experiencias olfativas y gustativas se masturbaba como
una loca, alcanzando orgasmos que la dejaban para el arrastre.



Una tarde Blanca se present� en casa con unas amigas, con dos
amigas concretamente. Como de costumbre se arrodill� sobre la alfombra con las
zapatillas de la se�orita en las manos.



"Sentaros, chicas � les dijo Blanca a sus amigas mientras
ella misma tomaba asiento en su sill�n a cuyos pies estaba la doncella."



Blanca sigui� hablando con sus amigas mientras tend�a un pie
a Doris que la descalz� de la bota. Blanca hablaba con sus amigas ignorando por
completo a su doncella que ya la hab�a descalzado las botas y ahora le pon�a las
zapatillas.



"Doris, ahora prep�ranos algo para merendar, las botas ya me
las limpiar�s luego."



"S� se�orita Blanca � respondi� Doris antes de irse a la
cocina con las botas de su ama en las manos."



Las dos amigas de Blanca se hab�an quedado paradas. Ambas
eran de familia bien y contaban con servicio dom�stico en sus hogares, pero
aquello las hab�a dejado anonadadas.



"Chica, menuda joya de esclava que tienes � entre ellas
hablaban de sus dom�sticas con el t�rmino peyorativo de esclavas, las divert�a �
de donde la has sacado. No me dir�s que la has comprado?"



"Ja, ja, ja... � ri� Blanca por el entusiasmo demostrado por
sus amigas ante la actitud servil de Doris a la que ella no daba la menor
importancia porque lo encontraba algo consustancial a su condici�n � ��Pero que
pasa chicas, es que hab�is visto algo inusual?!"



"Mujer, ya me gustar�a a m� que cuando llego a casa mi
filipina me esperase con las zapatillas y arrodillada delante de mi sill�n para
descalzarme."



"Pues eso lo hace cada d�a. Y otras cosas, qu� se yo... me
despierta con el desayuno en la cama... me viste, me calza, se encarga de
limpiar, fregar, planchar, cocinar, me lava la ropa, me limpia los zapatos,
cocina, me sirve la comida, me atiende cuantas necesidades tengo, traeme esto,
traeme aquello... en fin, no s�... supongo que es lo normal... en mi casa
siempre ha sido as�."



"Joder chica, pues qu� envidia nos das. Y ese respeto con que
te habla � y dirigi�ndose a la otra compa�era � �Te has fijado que cuando la
habla no le mira a la cara, que tiene los ojos puestos en el suelo? Es una
verdadera esclava, y no lo que tenemos nosotras."



Cuando regres� Doris con la merienda llevaba una bandeja
pesada con peque�os bocadillos y bebidas.



"�La se�orita prefiere que deje la bandeja en la mesilla y
vaya a limpiarle las botas o desea que me quede para servirla a usted y a las
se�oritas?"



Blanca mir� a sus amigas maliciosamente. �stas se quedaron
mudas de asombro.



"Qu�date aqu� Doris, las botas ya me las abrillantar�s
despu�s � dijo Blanca al tiempo que alargaba con cierta displicencia una mano."



Doris le acerc� la bandeja y Blanca se sirvi� un platillo con
un par de emparedados. Doris se retir� dos pasos y luego se acerc� a una de las
amigas de Blanca y le ofreci� la bandeja. La muchacha se sirvi� y luego Doris
hizo lo mismo con la otra amiga. Doris se retir� discretamente dos pasos y se
qued� con la bandeja en las manos, firmes y la vista clavada en un punto
indefinido del suelo, entre las tres amigas.



La doncella se hab�a convertido en un mueble vivo. Las tres
amigas continuaron charlando de sus cosas. Cada vez que una de ellas levantaba
la mano Doris se acercaba y le ofrec�a la bandeja para luego volver a su sitio y
esperar que otra de las se�oritas la reclamara.


Blanca ten�a una pierna cruzada sobre la otra y balanceaba
ligeramente el pie con lo que su zapatilla, una joya de cuero, de poco pero
afilado tac�n y con apenas unas tirillas de cuero cruzadas sobre sus dedos, se
manten�a en inestable equilibrio. Las muchachas segu�an hablando cuando de
repente la zapatilla se desprendi� de los dedos del pie de Blanca y cay� sobre
la alfombra. Doris dej� la bandeja, ahora pr�cticamente vac�a pues las muchachas
hab�an dado cuenta de casi todos los emparedados, y se arrodill� ante Blanca.
Tom� la zapatilla y la coloc� de nuevo en el pie del que acababa de caer.
Blanca, que era la que estaba hablando, no dej� de hacerlo mientras Doris la
calzaba, pero no se le escap� la cara de envidia de sus amigas al ver el
espont�neo gesto de sumisi�n de la doncella.



"Oye, el d�a que tenga hijos res�rvanos uno � coment� una de
sus amigas � es una aut�ntica esclava tu doncella � dijo provocando las risas de
las otras dos � estoy anonadada."



Para Blanca era extra�o que sus amigas encontraran inusual el
comportamiento perruno de Doris. Para ella era lo normal. Cuantas veces, pero
cuantas, se le hab�a ca�do la zapatilla jugueteando con ella mientras le�a o
ve�a la tele por las noches y siempre que eso suced�a ni siquiera ten�a que
llamarla para que se la recogiera del suelo y se la pusiera. Doris siempre
aparec�a, se arrodillaba y se la pon�a de nuevo en el pie. De hecho en la
mayor�a de ocasiones en que esto ocurr�a no se daba ni cuenta de que Doris se la
hab�a puesto.


Para Blanca, Doris era una pieza m�s del mobiliario,
silenciosa, sumisa, m�vil o est�tica seg�n lo requer�a. Apenas deb�a ordenarle
nada. Siempre estaba all� haciendo lo que deb�a. Para Blanca era tan normal que
no comprend�a que sus amigas se asombraran por ello. Pero lo cierto es que a
consecuencia de esa primera visita pens� por primera vez en Doris como en algo
m�s que un electrodom�stico humano que estaba all� para hacerle la vida como a
ella le gustaba.


Cuando sus amigas se marcharon fue a su habitaci�n y orden� a
Doris que la desnudara y le pusiera el camis�n de estar por casa, una pieza
transparente, de seda fina, que dejaba entrever su voluptuoso cuerpo.



"Si no ordena otra cosa ir� a limpiarle las botas se�orita,
a�n no he podido cepillarlas se�orita."



"S� claro, ves a limpiarlas, gracias."



Por primera vez le hab�a dado las gracias y se sorprendi� a
si misma por ese hecho. Nunca en la vida hab�a dado las gracias a una sirvienta
por hacer lo que ten�a que hacer. Neg� con la cabeza, como espantando de ella
aquella tonta debilidad que acababa de tener y se fue a su estudio para
conectarse un rato a internet.


La cocina estaba cerca del estudio. Blanca se hab�a sentado
frente al ordenador y se detuvo antes de conectarlo. El sonido que le llegaba de
la cocina la sorprendi�. Era un sonido sordo, con ritmo constante
�ris-ras-ris-ras! Se levant� y and� hacia la cocina. Se descalz� las zapatillas
para no hacer ruido y asom� la cabeza por la puerta de la cocina. Doris estaba
arrodillada en el suelo, una mano metida en la ca�a de su bota que engull�a el
brazo hasta casi la axila y con la otra el cepillo arriba y abajo
�ris-ras-ris-ras! Blanca se qued� mirando la escena. Nunca hab�a visto como le
limpiaban las botas. A ella la descalzaban, se las llevaban y cuando se las
volv�an a poner estaban brillantes, como a ella le gustaba, pero nunca se hab�a
parado a pensar que una criada pasar�a media hora cada d�a abrillant�ndoselas
como ahora hac�a Doris. A la criada se la ve�a absorta, entregada, concentrada.
Aplicaba el bet�n, lo esparc�a con un trozo de vieja gamuza y luego el cepillo
�ris-ras-ris-ras! Arriba, abajo, arriba, abajo, izquierda, derecha, izquierda,
derecha.



Blanca se retir� con sigilo y volvi� al ordenador. No lo
encendi�. Reflexion�. Se estaba dando cuenta de que su doncella viv�a s�lo para
que ella estuviera c�moda, se sintiera bien atendida y servida, para hacerle la
vida f�cil y regalada. Mir� el bot�n de llamada. Qu� f�cil era para ella. S�lo
ten�a que apretar el bot�n y Doris dejar�a las botas y saldr�a disparada para ir
en b�squeda de satisfacerle el m�s nimio de los caprichos y despu�s regresar�a a
la cocina y seguir�a lustr�ndole las botas. Mir� de nuevo el bot�n y lo puls�.
Oy� pasos precipitados y segundos despu�s Doris se presentaba.



"Me llamaba la se�orita?"



"S� Doris, m�rame la zapatilla del pie derecho, me molesta
algo en la planta, como que me roza, en la parte de los dedos."



Doris se arrodill� de inmediato y tom� el pie que ya
levantaba Blanca y le sac� la zapatilla.



"Apoyeme el pie en el hombro se�orita, as� no tiene que
ponerlo en el suelo � le dijo Doris."



Blanca le apoy� el pie en el hombro mientras Doris pasaba su
mano por la planta interior de la suela de la zapatilla. Pas� con fuerza los
dedos por una ligera arruga que se hab�a hecho en la piel debido al uso
continuado.



"Creo que ya est�, se�orita. Ten�a una arruguita en la suela
interior, justo donde apoya los dedos, por eso la molestaba. Pruebe ahora
se�orita."



Blanca retir� el pie del hombro y al pasarlo roz� la mejilla
de Doris con las brillantes u�as de los dedos del pie. Doris se ruboriz�, se
puso roja como un tomate maduro, algo que no pas� desapercibido a Blanca. Luego,
superado el azoramiento inicial tom� el pie de la se�orita y calz� la zapatilla
acomod�ndola con mucho cuidado para que encajara perfectamente. Blanca puso el
pie en el suelo y prob� a pisar para ver si segu�a molest�ndola. Desde luego que
no le molestaba para nada la zapatilla, sencillamente hab�a sido lo primero que
se le hab�a ocurrido despu�s de apretar el bot�n para ver si aparec�a Doris a su
llamada, como as� hab�a sido.



"Est� bien, puedes continuar con lo que estabas haciendo."



Blanca medit� largo rato. Hasta ahora hab�a visto normal la
actitud de su criada porque era a lo que ella estaba acostumbrada desde peque�a.
Ellos mandaban, ellos ten�an caprichos, ellos ten�an necesidades y los otros,
los criados obedec�an, satisfac�an sus caprichos y cubr�an sus necesidades y
todo ello siempre con la m�s abyecta sumisi�n. Pero ahora que viv�a sola con su
criada y que conoc�a a otra gente, de la universidad por ejemplo, que se
extra�aban de la extrema sumisi�n de su criada, empezaba a preguntarse porqu�
Doris le era tan sumisa, tan increiblemente sumisa.


Toda su vida la hab�a pasado en sus propiedades, en el
palacio de sus padres, donde viv�an casi como se�ores feudales. Su estad�a en el
internado no hab�a variado su concepci�n del mundo puesto que all� hab�an hijas
de millonarios que ten�an a su exclusivo servicio una docena de doncellas, hab�a
incluso una princesa de un emirato que ten�a cincuenta esclavas. Pero ahora
empezaba a hacerse preguntas.



En varias ocasiones volvieron a venir al chalet las amigas de
Blanca. Despu�s de quedar asombradas de la extrema docilidad de la criada, las
se�oritas sent�an cierto morbo en ver el comportamiento servil de Doris. En una
ocasi�n, Laura, la m�s lanzada, quiso poner a prueba a la criada. Esa tarde
Laura hab�a acompa�ado a Blanca a su casa porque le hab�a prometido prestarle un
chal para una fiesta.


Estaban en la habitaci�n de Blanca prob�ndose la estola
cuando Laura, que se miraba en el espejo de cuerpo entero hizo una mueca.



"Me ver�a mejor si me pusiera unos zapatos con tac�n... as�
con los tenis... no se puede apreciar..."



"Tienes raz�n... adem�s tenemos el mismo n�mero de pie...
espera un momento."



Blanca puls� el timbre de llamada y Doris tard� tres segundos
en presentarse en la habitaci�n. Las dos amigas estaban sentadas en el borde de
la cama."



"Me llam� la se�orita?"



"S� Doris, saca un par de zapatos de tac�n negros del
armario, para la se�orita Laura � y dirgi�ndose a su amiga � mejor negros, no te
parece, Laura?"



Doris abri� el inmenso armario zapatero donde en exquisito
orden estaban colocados la magn�fica colecci�n de zapatos de Blanca. Doris cogi�
unos zapatos de sal�n negros, de tac�n fino, cl�sicos y muy elegantes. Los tom�
en sus manos como si se tratara de joyas y se arrodill� delante de Laura.



"Perm�tame que la descalce, se�orita Laura."



Laura llevaba una falda corta y calzaba unas zapatillas
deportivas. Doris comenz� a desatar los cordones y luego se las descalz�.
Llevaba unos calcetines blancos con motivos rosas, de esos que s�lo llegan a
cubrir el tal�n. Le cogi� un pie y lo atrajo hacia ella para quitarle el
calcet�n. Doris intent� no mirar. El pie de Laura era lindo, como los de su ama,
y a su nariz lleg� el tenue olor a sudor que desped�a su planta. Doris baj� el
pie de Laura y lo deposit� sobre su muslo. Sinti� la m�rbida calidez de la
planta ligeramente sudada. Procedi� a desatar los cordones de la otra zapatilla
y repiti� el procedimiento. Finalmente le cost� un poco porque los pies de Laura
estaban un poco sudados, pero consigui� calzarle los elegantes escarpines.


Laura se levant� y se pase� con el chal puesto y admir�ndose
frente al gran espejo.



Blanca y Laura estuvieron charlando animadamente mientras
Doris permanec�a en el suelo, de rodillas, sentada sobre sus propios talones,
esperando para obedecer.



"Hostia t�a, nunca hab�a visto un zapatero tan bien surtido
como el tuyo, me muero de envidia... � coment� Laura encaramada sobre los
zapatos que Doris le hab�a calzado y mirando el interior del zapatero que estaba
con las puertas abiertas de par en par � te importa si me pruebo unas botas?"



"Claro que no... cuales quieres probarte?"



"Estas negras, las m�s altas, me chiflan... reconozco que no
me atrevir�a nunca a salir con ellas puestas por la calle, pero no me resisto a
prob�rmelas ahora que estamos solas."



"�Doris, ponle las botas de medio muslo a la se�orita Laura."



"S� se�orita."



Doris se levant�, tom� las botas negras de estilo mosquetero
que llegaban hasta m�s arriba de las rodillas y se arrodill� de nuevo a los pies
de Laura que ya se hab�a sentado de nuevo en el borde de la cama.


Doris le sac� los zapatos de sal�n y procedi� a calzarle las
altas e impresionantes botas.



"No entiendo c�mo teniendo tantos zapatos los puedes tener
todos tan brillantes? � coment� fascinada Laura mientras Doris acababa de
calzarle las botas."



"Eso es cosa de Doris... cada vez que llego a casa me limpia
los zapatos que he usado y una vez por semana dedica el d�a a sacarles el polvo
y a abrillantarlos todos � respondi� Blanca."



Laura se pas� toda la tarde prob�ndose multitud de zapatos de
Blanca, botas, escarpines, sandalias, chinelas... de todo. Finalmente se march�
con la estola que Blanca le hab�a prestado amablemente.



"Prep�rame el ba�o Doris � le orden� Blanca a su doncella
cuando Laura se hubo marchado."



"S� se�orita."



Cuando el ba�o estuvo a punto Doris ayud� a desnudarse a su
ama. La criada estaba totalmente abstraida contemplando el hermoso cuerpo
desnudo de Blanca. Estaba de espaldas mientras recog�a su largo cabello en un
desordenado mo�o que dejaba al descubierto su voluptuosa espalda. Estaba
totalmente desnuda, s�lo calzaba sus zapatillas preferidas, esas que d�as atr�s
Doris hab�a procurado arreglar la supuesta arruga que le molestaba a su ama. La
doncella la miraba desde atr�s. Contemplaba sus esbeltas y torneadas piernas, su
culo prieto y redondo, su larga espalda. Blanca, todav�a con los brazos en alto
para acomodarse el cabello gir� un poco la cabeza y vio a Doris absorta
contempl�ndola. Ella sab�a que su cuerpo era apetitoso, tanto para hombres como
para mujeres, pero nunca lleg� a imaginar que su criada pudiera quedarse
embelesada contempl�ndola. Aquel descubrimiento la divirti�, de hecho nunca
hab�a pensado en Doris como una mujer, con sus sentimientos y sus deseos.



"Doris, desc�lzame... no querr�s que me ba�e con las
zapatillas puestas � le dijo en un tono amable pero que la sac� de su
ensimismamiento."



"Perd�neme se�orita... yo... yo... esto... perd�neme, ahora
mismo � dijo volviendo a la realidad tras verse sorprendida admirando el cuerpo
de su ama."



Doris se dej� caer de rodillas y acerc� su rostro a los pies
de Blanca. Eran perfectos, ligeramente bronceados, sus dedos armoniosos, ni muy
largos ni muy cortos, con unas u�as redondeadas pintadas de rojo pasi�n,
brillantes. Ni una sola imperfecci�n. Estaba tan cerca de sus pies que tuvo que
luchar para no besarlos, para no pasar la lengua por aquellos deditos.


Se estaba demorando contempl�ndolos y percibi� una ligera
muestra de impaciencia de su ama que se manifest� en un movimiento sutil de sus
dedos dentro de las breves chinelitas que dejaban admirarlos en todo su
esplendor. Blanca iba a rega�arla por su exasperante lentitud cuando Doris
comenz� a descalzarla con exquisita delicadeza.


Blanca se meti� en la ba�era y se tendi�, dejando que el agua
jabonosa y perfumada la cubriera por completo. S�lo emerg�a su preciosa cabeza,
con el pelo recogido desordenamente para no moj�rselo.



"Me apetece un cigarrillo y una copa de champan � dijo Blanca
cuando sinti� la calidez del agua abrazarla por completo."



"S� se�orita, ahora mismo."



No tard� m�s de cinco minutos en regresar con una cubitera
con hielo y una botella reci�n descorchada de Moet. Le puso un cigarrillo en los
labios y le dio lumbre. Luego le llen� una copa y se la ofreci�. Blanca tom� un
sorbo de champan y luego dio una profunda calada al cigarrillo. Expuls� el humo
lentamente al tiempo que soltaba un contenido gemido de placer.



"Enjab�name Doris � dijo al tiempo que estiraba las piernas y
sacando los pies de la ba�era los apoyaba en el otro extremo."



La doncella se sinti� morir. Estaba totalmente excitada.
Cogi� una suave y peque�a esponja natural y le puso jab�n. Doris comenz� a
enjabonarle del cuello hacia abajo. Cuando not� sus pechos duros y redondos se
puso roja como un pimiento. Intentaba evitar la mirada de Blanca pero le
costaba. Notaba que la se�orita la miraba hacer su trabajo. Continu� frotando
con suavidad su vientre bajo el agua, lleg� hasta el velludo monte de venus y
all� se entretuvo. Blanca fumaba, daba sorbos de su copa y sonre�a. Doris estaba
cada vez m�s nerviosa. Pas� la esponjita por la abierta vagina de su ama. Doris
se hab�a arremangado pero buena parte del vestido de doncella estaba mojado.
Sigui� enjabonando los muslos, baj� por las piernas y termin� enjabon�ndole los
pies. Doris se hab�a ido desplazando alrededor de la ba�era y ahora se
encontraba frente a las plantas de los pies de Blanca que emerg�an y descansaban
sobre el borde opuesto de la ba�era. Doris hubiera dado la vida por limpiar
aquellas sonrosadas plantas con su lengua. Eran perfectas. Acerc� la cara a
aquellos maravillosos pies y entre los dedos vio pasar la luz. Dej� la esponja y
comenz� a acariciarle los pies. Estaba haci�ndole un reconfortante masaje.
Blanca gem�a de placer. Con los brazos fuera del agua sosten�a la copa que de
vez en cuando se llevaba a los labios. Con la otra mano sosten�a el cigarrillo.
La ceniza la hab�a estado tirando fuera de la ba�era, al suelo.


Finalmente Blanca se incorpor� y quedando de pie Doris le
enjabon� la espalda, el culo y las piernas por detr�s.



Secarla hab�a sido una nueva tortura. Notar sus vol�menes
perfectos bajo el tacto suave de la toalla la hab�a excitado a m�s no poder.
Finalmente se arrodill� para secarle los pies y calzarle las zapatillas.



Despu�s de cenar Blanca estuvo en el sal�n viendo la tele,
mientras Doris recog�a la mesa, fregaba los platos, limpiaba el ba�o. De vez en
cuando la llamaba con la campanilla del sal�n. Una vez fue para que le acercara
el mando de la tele, otra para que le encendiera un cigarrillo y la �ltima para
que le calzara las zapatillas pues iba a acostarse.



"Doris, me voy a dormir. Ll�vate a la cocina las botas y los
zapatos que se ha probado la se�orita Laura y antes de irte a dormir los
cepillas bien."



"S� se�orita."



"Ahora ven a desnudarme, tengo sue�o."



Ama y criada se fueron a las habitaciones de Blanca. Doris le
quit� la bata de seda y le puso el elegante y transparente camis�n de dormir,
tan cortito que dejaba a la vista medio culo. Tras descalzarla y arroparla una
vez se hubo metido en la cama, Doris cogi� las botas y los zapatos que su ama le
hab�a ordenado que limpiara y tras desearle buenas noches se retir�.



Esa noche Blanca se despert�. Siempre dorm�a de un tir�n pero
hab�a algo que la rondaba. No sab�a bien qu� era. Ser�a que por primera vez
hab�a visto que su criada era un ser humano. Adem�s de ser una pieza esencial
para su bienestar que obedec�a al instante cualquier orden, que atend�a sol�cita
cualquier capricho que se le antojara, se hab�a dado cuenta de que era un ser
humano y que sent�a. Por primera vez se hab�a fijado en la reacci�n de Doris
mientras la ba�aba y desde luego �sta no pod�a ser m�s elecuente. La feucha
Doris, a la que siempre ve�a diligente con el plumero, con la escoba, fregando,
cocinando, sirvi�ndole la comida, arrodillada para calzarla o presta a
obedecerla en lo que se le antojara, se hab�a puesto extremadamente nerviosa al
tocar su magn�fico cuerpo. El d�a que la llam� para decirle que una arruga de la
zapatilla la molestaba en la planta del pie ya hab�a visto que se azoraba cuando
le apoy� la planta del pie en el hombro e incluso la vio ruborizarse cuando al
retirarlo le roz� los labios con los dedos del pie.


Blanca estaba intrigada. Se despert� sin sue�o. Ser�an las
dos de la madrugada. Iba a tocar el timbre de llamada para que viniera a
calzarla pues pens� en navegar un rato por la red cuando le pareci� o�r unos
gemidos. En la quietud de la noche los ruidos se acrecientan y se magnifican.
Par� atenci�n. No hab�a duda. Alguien estaba en la casa. Doris deb�a estar
durmiendo. Se levant� y vio luz en la cocina. Los gemidos se o�an cada vez con
mayor nitidez. Eran gemidos de mujer, de eso no ten�a duda, pero si Doris estaba
durmiendo, de quien ser�an?


Se acerc� sigilosamente. Entr� en la cocina. No vio a nadie.
Los gemidos, ahora m�s fuertes y claros proced�an del cuartucho de Doris. Vio
luz por debajo de la rendija de la puerta que estaba cerrada. Puso la mano en el
picaporte y prob�. No estaba echada la llave. El pomo de la puerta gir� y Blanca
abri� con sigilo.


Se qued� de piedra. No pod�a creer lo que ve�a.


Sobre la mesilla de noche estaban sus altas botas, de pie,
apoyadas contra la pared para que se mantuvieran rectas. Doris arrodillada
frente a la mesilla, desnuda, lam�a y besaba las botas como si objetos de culto
de trataran y con uno de los zapatos de tac�n se masturbaba frot�ndose la raja
con la suela del zapato con extrema energ�a. Doris ya gritaba, sin dejar de
babearle las botas emit�a profundos gru�idos de placer y su mano no dejaba de
restregarse el chochete con ferozidad. Blanca se qued� sin habla. Doris, que
estaba de espaldas, en el frenes� de su masturbaci�n no la hab�a o�do entrar.
Segundos despu�s comenzaba un inmenso orgasmo. La suela del zapato, empapada de
los flujos de la criada ahora resbalaba por su raja a velocidad de v�rtigo
mientras su lengua buscaba golosa lamer cada rinc�n de la brillante piel de las
alt�simas botas que adoraba.



"�Doris! � grit� Blanca cuando recuper� el control - �Pero
qu� demonios est�s haciendo! �Eres una zorra pervertida!"



La criada solt� un grito mientras se giraba en redondo. El
orgasmo se hab�a interrumpido en el momento m�s �lgido. El rostro de la flacucha
Doris estaba descompuesto, los ojos medio salidos de las �rbitas, jadeaba,
sudaba, su mano a�n segu�a aferrada al zapato de su ama y �ste lo manten�a
apretado con fuerza sobre su raja de la que manaban flujos a chorro.



"Pero c�mo te atreves... mis botas... mis zapatos... te
estabas masturbando con mis zapatos... �aparta mi zapato de tu co�o de criada! �
le grit� exasperada Blanca."



Doris dej� caer el zapato al suelo, estaba descompuesta,
destrozada y adem�s y lo que era peor, avergonzada. La se�orita, su adorada
se�orita, por quien sent�a la veneraci�n m�s profunda que pueda existir la hab�a
pillado infraganti masturb�ndose con sus zapatos y con sus botas. La criada
comenz� a llorar. A llorar, a llorar, a llorar. Cada vez el llanto era m�s
grande, m�s sentido. Se dio la vuelta, desnuda como estaba y se estir� en el
suelo. Lloraba sin cesar. Rept� los escasos dos metros que la separaban de su
ama y le bes� los pies.



"Perd�neme ama, perd�neme mi se�ora, perd�neme...
perd�neme... � y el llanto era cada vez m�s conmovedor."



El disgusto inicial de Blanca por la visi�n de su criada
masturb�ndose con sus botas y sus zapatos dej� paso a una extra�a emoci�n que
ven�a a culminar el c�mulo de sensaciones que hab�a ido descubriendo sobre
aquella muchacha de su misma edad. Siempre hab�a visto a Doris como una pobre
criada, una muchacha fea y servil que s�lo estaba en esta vida para servirla a
ella o a su familia. Jam�s hab�a pensado en ella como en un ser humano. Y ahora
hab�a descubierto aquella debilidad propia de un ser humano, que nada ten�a que
ver con un aut�mata, con una m�quina programada para servir.


Mir� hacia abajo y la vio all�, tendida en el suelo,
llorando, suplic�ndole que la perdonara, bes�ndole los pies. Se sinti� poderosa.
Sab�a que lo era pero en aquella situaci�n el poder se le antoj� morboso.



"Se�orita, le ruego que me perdone... yo la adoro, la quiero
con toda mi alma... le ruego que me perdone..."



"Despedirte, eso es lo que voy a hacer y le dir� a mi madre
que despida tambi�n a tus padres. Que os hundan en la miseria."



"Por piedad ama... no lo haga... ser� su esclava, podr� hacer
de m� lo que quiera... se lo ruego, perd�neme... no haga que despidan a mis
padres..."



Doris segu�a besando los pies de Blanca. �sta comenzaba a
encontrar placer en esa situaci�n que sent�a dominaba totalmente.



"Limpia bien mis botas y mis zapatos, no quiero ver ni rastro
de tus flujos en ellos. Los lustras con bet�n hasta que me pueda ver reflejados
en ellos. Ma�ana decidir� qu� hago contigo."



Blanca apenas durmi� esa noche. Por su cerebro comenzaron a
pasar posibilidades, una tras otra y cada vez se entusiasmaba m�s con el futuro
que ve�a. Doris tampoco durmi�. Pas� lo que quedaba de noche abrillantando las
botas y los zapatos de su ama para que finalmente parecieran aut�ntico metal
pulimentado.



Cuando fue a despertar a Blanca se encontr� con que �sta
estaba despierta y sentada en la cama. Doris le tendi� la bandeja del desayuno.



"De rodillas y aguanta la bandeja mientras como."



"S� se�orita - respondi� Doris mientras se arrodillaba."



Blanca empez� a comer con apetito. Miraba a Doris quien
manten�a la mirada baja. Se tom� su tiempo para terminar el desayuno y luego se
incorpor� sent�ndose en el borde de la cama.



"Ponme las zapatillas y esp�rame en el sal�n. Ahora
hablaremos."



Doris recogi� la bandeja y arregl� la habitaci�n de Blanca
mientras �sta se aseaba. Luego se fue al sal�n a esperar. Diez minutos despu�s
llegaba Blanca.


Tom� asiento en su sill�n. Doris permanec�a de pie, manos a
la espalda y mirada al suelo.



"De rodillas � le dijo Blanca cuando tom� asiento � he estado
pensando en la desagradable escena de ayer noche. Voy a darte una oportunidad.
Expl�cate."



"Gracias se�orita, gracias, de todo coraz�n. S� que lo que
hice anoche no merece su perd�n, que no est� bien, pero no pude remediarlo..."



"Lo has hecho otras veces? � la interrumpi� Blanca que estaba
deseosa de escuchar las explicaciones que pudiera darle su criada."



"S� se�orita, muchas veces."



"Cuantas?"



"Es imposible contarlas, se�orita."



"Lo preguntar� de otra manera, cuanto tiempo hace que
recurres a masturbarte con mis zapatos?"



Doris hizo un moh�n y mir� al suelo, a los pies de Blanca.
Hab�a enrojecido hasta la ra�z del cabello.



"Contesta � la apremi� Blanca."



"Desde los doce a�os, se�orita, desde que empec� a servirla a
usted a los doce a�os."



"�Virgen del amor hermoso... � �C�mo es posible! � se asombr�
Blanca ante la sinceridad de la doncella."



"Siempre la he amado en secreto, se�orita, m�s a�n... la he
venerado, la he adorado. Nacimos al mismo tiempo aunque en cunas totalmente
diferentes. De bien peque�a, como no me dejaban estar en los salones cuando
estaba la familia, me dedicaba a espiar, escondida tras una puerta, o dentro de
cualquier trastero que me permitiera verla a usted y su familia. A usted siempre
la vest�an como a una princesa, admiraba sus bonitos vestidos y sus zapatos.
Eran maravillosos. Nunca sent� envidia, supongo que la educaci�n en la sumisi�n
y la resignaci�n que recib� de mi madre forjaron mi car�cter servil. Yo la
admiraba y so�aba con servirla a usted alg�n d�a. Recuerdo con cuanta emoci�n
recib�a los vestiditos que, como usted ya no usaba por haberle quedado peque�os
o porque se hab�a cansado de llevarlos, su se�ora madre le daba a la m�a para
m�. Yo los llevaba hasta que se ca�an de viejos pero era feliz, estaba orgullosa
de llevar un vestido que antes hab�a usado usted y que hab�a desechado. Y los
zapatos. Usted ten�a una increible colecci�n de zapatos de todas clases y yo
s�lo ten�a aquellos de los que usted se cansaba y que, como en el caso de los
vestidos, su se�ora madre le daba a la m�a para que yo los aprovechase. Recibir
los preciosos zapatos que usted ya no quer�a para m� representaba una emoci�n de
las m�s grandes. Me encerraba en mi cuartito y me pon�a a oler su interior. C�mo
me gustaba el olor de sus zapatos usados. Los ol�a y los besaba y pasaba la
lengua por su interior, all� donde sab�a que sus plantas hab�an estado en
contacto con la piel. Si eran sandalias restregaba mi lengua por la parte
delantera de la suela interior, all� donde las huellas de sus dedos hab�an
ennegrecido el cuero por su uso, y era feliz, me sent�a la ni�a m�s feliz del
mundo."


"Usted no se acordar�, pero ha veces, siendo peque�as, no
tendr�a usted m�s de ocho a�itos, algunas veces ven�an a jugar a palacio algunas
de sus amiguitas. Su se�ora madre, en esas ocasiones, dispon�a que yo las
sirviese, pensando que me ir�a bien ir aprendiendo a obedecerlas por si
finalmente me daba el puesto de doncella suya llegado el momento. Cuando ten�a
que servirlas me emocionaba tanto que me pon�a nerviosa. Estaban ustedes en esa
gran sala destinada a juegos y yo permanec�a en un rinc�n, con mi mejor
vestidito y mis mejores zapatos, todo heredado de usted, a esperaba que usted o
alguna de sus amiguitas me ordenaran algo. Siempre hab�a una sandalia que se
desabrochaba �Doris, abr�chame la sandalia� y yo abandonaba mi posici�n y corr�a
a arrodillarme a los pies de la se�orita que hab�a sufrido el percance con su
sandalia, o cuando llegaba el turno de la merienda y un trozo de pastel ca�a al
suelo �no te preocupes � le dec�a usted a la avergonzada amiguita � la criada lo
limpiar� �Doris, recoge el pastel del suelo y l�mpialo� me ordenaba sin apenas
prestarme atenci�n."



Blanca segu�a con curiosidad el relato sincero de Doris.
Cruz� una pierna y balance� la zapatilla que se movi� al extremo del pie,
captando de inmediato la atenci�n de Doris.



"Muchas veces usted misma o alguna de sus amiguitas me
humillaban con la crueldad propia de los ni�os, como aquella vez que me toc�
acompa�arla a usted y a una de sus amigas hasta las cuadras. Montaron un rato en
sus peque�os potros por la finca mientras yo esperaba sentada en lo alto de la
valla que rodeaba el cercado por donde discurr�a su entretenimiento. Al verlas
regresar me precipit� para bajar de la valla y ca� al suelo de bruces. Me manch�
todo el vestido con excrementos de caballo. Usted y su amiguita se rieron de m�,
algo que me humill� en extremo, pero las ayud� a desmontar. Me pusieron una bota
en el hombro para facilitar la descabalgadura y a�n me mancharon m�s el vestido
puesto que las suelas de sus botas hab�an pisado orines y heces de los caballos
en el establo. Luego las acompa�� al jard�n donde, a�n vestidas de amazonas iban
a tomar el t� que mi madre les hab�a preparado. Mi madre se lo sirvi� a ambas y
mientras re�an de mi aspecto sucio me mandaron cepillarles las botas.
Arrodillada entre ambas en el cesped del

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Relato: La due�a
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