EL SERVICIO MILITAR...
A Andr�s lo conoc� en la mili. En nuestro batall�n era el
chico m�s alto. Macizo, pero no en exceso, con unos m�sculos marcados pero
extraordinariamente suaves, como suave era su car�cter. No me lo imaginaba
enfadado. Siempre sonre�a y sus ojos se achinaban d�ndole un aspecto de ni�o
p�caro y mimado.
Su pelo casta�o oscuro, algo enrulado, me llam� la atenci�n
por su brillantez y por eso cog� un mech�n de la peluquer�a cuando nos
sometieron a la tortura de la rasuradora. Guardo a�n ese mech�n que sigue
teniendo el color, la suavidad y el brillo de cuando lo llevaba y con un
resoplido se lo quitaba de los ojos, levant�ndolo sobre la frente.
Pero ese muchachote de 1.90 de estatura, muslos, b�ceps y
pectorales fuertes era de car�cter depresivo. Recuerdo que en las primeras horas
de cuartel, reci�n llegados, sus ojos siempre estuvieron enrojecidos y h�medos y
fue su expresi�n de aflicci�n y desamparo, (adem�s de su estupenda figura) lo
que m�s me atrajo hacia �l.
Con los d�as me enter� que esa noche se la hab�a pasado en
vela, llorando, porque extra�aba su casa y su familia. Era muy apegado a sus
padres, en especial a su madre, y muy protector de sus hermanos a los que
propon�a juegos, siempre vigilaba y cuidaba con especial afecto.
Lloraba porque los recordaba y por sus l�grimas cuando se
despidieron, especialmente cuando vio llorar a su padre, lo que, alma sensible,
lo conmovi� hasta las entra�as.
Nos toc� estar en literas contiguas, al final de la cuadra.
Las dos nuestras estaban adosadas a la pared del fondo, desocupadas en la parte
alta y al lado de la puerta de emergencia, lo que nos daba cierta privacidad,
m�s all� continuaba la fila de camastros.
Por eso, cuando me pareci� o�r que alguien lloraba, me di
cuenta de inmediato que era �l. Levant� la cabeza aguzando el o�do y en la
penumbra vi como su s�bana de estremec�a cubriendo la intimidad de sus sollozos.
Me incorpor�, afirm�ndome en un codo y lo sise�, pss...
pss... y le pregunt� si se sent�a mal o necesitaba algo. Sac� una mano de debajo
de la s�bana y me hizo se�as de que no, de que me calmara y siguiera durmiendo.
Por discreci�n le obedec� pero, hasta que me dorm� nuevamente, su llanto
continuaba.
Los ejercicios del d�a no nos permitieron hablar a solas y no
pude, hasta despu�s de comer, tener un breve descanso para acercarme e intentar
enterarme de lo sucedido durante la noche.
Quiso restarle importancia al hecho y me di cuenta que para
�l era dif�cil hablar de aquello que le ocurr�a y que segu�a siendo doloroso
porque sus ojos se llenaron de l�grimas.
Cuando por la noche, luego del primer sue�o, me volv� a
despertar con su llanto, me decid� a enfrentarlo. Sencillamente me levant� y lo
remov� por un hombro y le pregunt� casi con aspereza qu� pasaba.
Sac� la cabeza y sin poder responder de viva voz por el
llanto, me hac�a se�as de que nada, nada...
Sin hacerle caso, me sent� en la cama, frente a �l, baj� la
s�bana y acerc�ndome de modo que al hablar nadie m�s nos oyera, lo urg� a
contarme qu� le pasaba, que confiara en m� o tendr�a que hablar con el cabo,
porque no lo iba a dejar con esa desesperaci�n.
Sin volverse empez� a musitar que extra�aba su casa, su
familia, que se sent�a solo, que no se acostumbraba a la brutalidad del trato,
especialmente de los compa�eros que hablaban a punta de tacos y pr�cticamente su
�nico tema era el sexo y sus aventuras con el alcohol.
A m� me gusta leer, le dije, podemos hablar de eso; me
respondi� que no le gustaba leer, pero que le gustaba el deporte, sobre todo el
f�tbol y empec� a hablarle del jugador aquel adolescente que lo llevaron de su
pa�s a un club grande, europeo y que pasado el tiempo contaba que nunca hab�a
llorado m�s en toda su vida que en el tiempo que vivi� solo, mientras se
acostumbraba a una vida de adulto para la que no estaba preparado, como si se
hubiera ca�do del nido antes de tiempo.
Tal era su cansancio y el buen efecto que le hizo mi charla,
que pronto sent� su respiraci�n tranquila y su ahora pl�cido sue�o... Volv� a
taparlo con la s�bana y no pude dejar de pasar mi mano, con actitud protectora,
por su cabeza.
A la noche subsiguiente, volv� a o�r su llanto. Me levant�.
Cuando me sent� a su lado, me palmote� la mano que ten�a afirmada en la cama
dici�ndome que hab�a tenido un sue�o, que se encontraba frente a su casa pero
que no pod�a acercarse a la puerta para unirse a los suyos que o�a re�r en el
interior, alegremente y que su propio llanto lo hab�a despertado. Que ya se
sent�a mejor, pero que a�n ten�a esa sensaci�n desesperada.
Me quedo contigo un rato hablando, le propuse, junto con
sentir un escalofr�o porque la noche era fr�a. No le pas� desapercibido mi
enfriamiento y abriendo, con naturalidad, su cama, me invit� a meterme dentro,
echando las mantas sobre ambos que quedamos sentados uno muy junto al otro, dado
lo estrecho de las literas, con las espaldas apoyadas en la almohada y las
cabezas en la pared.
Hablamos por espacio de una hora quiz�s, o m�s talvez. Me
cont� aspectos de su infancia y vida de familia, compart� tambi�n yo los m�os y
cuando me cubr� con la s�bana hasta el cuello, dejando debajo mis brazos, �l se
preocup� amorosamente de cubrirme bien.
Cuando ya el sue�o empez� a vencerme me deslic� hacia mi
cama, ahora fr�a porque no me hab�a preocupado de dejarla cubierta, me desped�
cogiendo su cabeza y acerc�ndola a la m�a, en un gesto no menos cari�oso que el
suyo anteriormente.
Otra noche, d�as despu�s, me despert� y habl�ndome al o�do,
me dijo que se sent�a nuevamente aproblemado, me hice a un lado dej�ndole
espacio pero se devolvi� a su cama invit�ndome a acompa�arle. Luego me explic�
que all� est�bamos m�s retirados de los dem�s. Me cont� que hab�a recibido una
llamada, que su hermanita menor ten�a fiebres y manchas por una de esas t�picas
pestes infantiles y que si bien no era nada grave se preocupaba porque su
costumbre hab�a sido siempre cuidar de todos sus hermanos.
No se cuanto rato hablamos, el asunto es que cuando son� la
diana me encontr� en su cama y menos mal que reaccion� al instante y de un salto
qued� al lado de la m�a, arreglando mis ropas y al parecer ninguno not� que me
levantaba de la cama de mi compa�ero.
El invierno se hac�a m�s crudo y el dormir solo en
calzoncillos y camiseta aumentaba el hielo de la noche. Tomamos la costumbre de,
una vez seguros o casi, de que los otros dorm�an, me pasara a su cama.
Convers�bamos un momento y nos dorm�amos. Nos sent�amos as� acompa�ados y �l m�s
seguro, adem�s de abrigados.
De all� a pasar a hablar de cuestiones sexuales medi� muy
poco. Me interrog� sobre mis costumbres y me confidenci� su costumbre de
masturbarse cada noche y de c�mo eso hab�a sido para �l otro sacrificio porque
tem�a que en dormitorio com�n alguno despierto advirtiera lo que estaba haciendo
y era demasiado t�mido para compartir con el desparpajo de los otros ese asunto
tan �ntimo para �l, aunque era un h�bito generalizado en la cuadra y era com�n
o�r rechinar los catres met�licos cuando nos met�amos en la cama y las t�picas
bromas de algunos que empezaban a gemir como hembras en pleno orgasmo mientras
sus compa�eros se masturbaban como en un campeonato en sus literas.
Una de esas noches de bajoneo que le ven�an peri�dicamente,
mientras lloraba y apenas pod�a musitar lo que sent�a, lo abrac� y puse su
cabeza en mi hombro y acarici�ndolo le propuse: -�por qu� no te masturbas?, as�
te relajar�s y dormir�s mejor y eso te ayudar� a quitarte el malestar de la
depresi�n.
Yo mismo cog� sus manos y se les situ� encima de su pubis.
Tard� en decidirse y dici�ndome, no te vayas, qu�date aqu�, sent� que cog�a su
rabo con ambas manos e iniciaba los gestos de su onanismo.
Apret� su cabeza contra mi mejilla y me dediqu� a acariciarlo
m�s intensamente y cuando de pronto levant� el rostro, como intentando verme en
la semi penumbra de la cuadra, simplemente baj� el m�o hacia �l y lo bes�
tiernamente en los labios. Su orgasmo llegaba, por lo que se prendi� de mi boca
con incre�ble pasi�n y el orgasmo y el beso se dieron al un�sono y fueron largos
y placenteros.
Alargu� el brazo hasta mi litera y tom� de all� la toalla que
siempre ten�a colgada en el respaldo y se la di para que limpiara su semen que
hab�a salido en abundancia y hab�a mojado la s�bana, su camiseta, su calzoncillo
y sus manos. Meti�ndola bajo su almohada, me dijo -yo te la lavo, no te
preocupes.
-No hay problema, descuida, -respond�. Y bes�ndolo nuevamente
en la boca me deslic� a mi cama, no sin antes dejarlo tapado y deseado que
descansara y se durmiera pronto con un buen sue�o.
Era un chico sanote. De buenos sentimientos. Un alma
delicada. Heterosexual y que hab�a tenido sus rolletes, aunque nunca novia
formal. Se hab�a acostado con dos mujeres. La primera hab�a sido una amiga, un
poco mayor, que lo hab�a iniciado. Y que como �l no ten�a experiencia, ella se
hab�a llevado el gasto del coito y se lo hab�a comido a �l como hab�a querido,
una tarde de pasi�n, luego de haberlo excitado con una peli porno, de sus
propios padres (de ella) y en el sof� de la sala.
Se segunda experiencia hab�a sido con una mujer de 24 a�os,
virgen , que se hab�a hecho desvirgar por �l, en un arrebato de calentura, una
noche de fiesta en que la acompa�� de regreso a su casa.
Recordaba con lujo de detalles todo lo que hab�a sentido en
su polla mientras intentaba penetrarla, las dificultades que surgieron en el
intento y el instante en que venciendo el obst�culo principal su capullo le
hab�a roto el himen y hab�a dejado despejado el camino a una profunda
penetraci�n que lo hab�a llevado al �xtasis r�pidamente pero que le hab�a dejado
el susto metido en el cuerpo por la posibilidad de haberla embarazado.
Afortunadamente para �l, en ninguna de las dos ocasiones
ocurri� nada, pero le dejaron la experiencia y la ense�anza de cuidarse en el
futuro, con todos los medios que tuviera a mano.
Y vino la maldita (�o bendita?) epidemia. Toda la cuadra
cogi� la gripe asi�tica. La enfermer�a no dio a basto. Se tuvo que adecuar otra
dependencia para confinar afectados. Diarreas, v�mitos, fiebres, deshidrataci�n,
sueros, antibi�ticos inyectados al por mayor, analg�sicos para los espantosos
dolores de cabeza y de huesos...
El fue el �ltimo que qued� en la enfermer�a. Por ser el �nico
en permanecer all�, lo pusieron en una habitaci�n de dos camas. Me ofrec�
voluntario para cuidarlo de noche. A los cuatro d�as ya se encontraba mejor,
aunque debilitado y muy p�lido. Esa noche reanudamos nuestros di�logos
nocturnos. Como dorm�a bastante de d�a, por la noche estaba despejado y sin
rastros de sue�o y el insomnio y la oscuridad hac�an recrudecer sus depresiones.
-Acu�state conmigo, me llam�.
Me pas� a su cama, cansado esa noche y muerto de sue�o. Nos
tapamos y en un momento en que me qued� dormido me acomod� d�ndole la espalda.
El se tendi� a mi lado y acerc� su largo cuerpo al m�o abraz�ndome por el pecho.
En medio del sue�o sent� que se remov�a en la cama, pero no
se apartaba de m�. Advert� que se tocaba la polla. Empec� a sentir la dureza que
hab�a adquirido su rabo y me di cuenta que hab�a empezado a masturbarse.
Todo ese tiempo hab�a sido dif�cil para m�. Junto con
sentirlo un amigo verdadero, hab�a nacido entre ambos un afecto profundo. Pero
como lo sab�a un chico sano, simple, ingenuo y limpio, nunca me hab�a atrevido a
decirle que lo amaba de un modo diferente de como se quiere a un amigo y de que
lo deseaba con pasi�n.
Pero esa noche venc� todos mis escr�pulos y esa pasi�n pudo
m�s y sin decir nada, s�lo me quit� el slip y me tend� a su lado boca abajo. El
entender�a y aceptar�a o rechazar�a por s� mismo mi ofrecimiento.
Y lo acept�. Se tendi� sobre mi. Pas� uno de sus largos y
fuertes brazos bajo mi cuello y su pelvis empez� a moverse sobre mi culo como si
la penetraci�n fuera autom�tica. Entonces, ya m�s decidido colabor� bajando un
brazo y tomando su polla me la puse en la entrada. Sus movimientos continuaron
acompasadamente, lentos, r�tmicos, suaves y llenos de una inmensa ternura y la
penetraci�n, que yo imaginaba desgarradora y dolorosa, fue f�cil, placentera, y
cada vez m�s profunda e intensa, a punto que cuando empec� a moverme bajo �l y
que cre�a que la polla podr�a sal�rseme, advert� que por m�s que nos movi�ramos
con cada vez m�s intensidad, la polla no sal�a de m� y por el contrario cada
golpe de su pelvis me la enviaba m�s adentro y m�s profundo.
Sus movimientos se hicieron m�s y m�s r�pidos y r�tmicos.
Abr� las piernas cuanto pude y subi�ndolas sobre las suyas volv� a meterlas,
abraz�ndolas y aprision�ndolas con las m�as y mov� el culo como una puta experta
hasta sentir que sus gemidos indicaban su orgasmo pr�ximo y qued�ndome quieto me
dej� gozar, sentir, disfrutar su cl�max, sintiendo como su glande se hinchaba y
empezaba a descargar en escupitajos repetidos todo su semen en mi interior,
mientras jadeaba en mi oreja hasta que dejando caer su cabeza me estamp� un beso
en el hombro con una peque�a mordida, tan ansiosa como tierna, amorosa y
agradecida.
Fui yo mismo el que poni�ndome de costado empec� a retirar mi
culo, sintiendo como el largo y grueso falo se deslizaba fuera de mi recto,
suavemente, hasta caer a un costado sin que �l pudiera dejar de lanzar
exclamaciones de gozo y cosquilleo. Me volv� de espaldas. Nos besamos hasta el
cansancio y nos dormimos abrazados como dos tiernos amantes, que ya �ramos.
Desde entonces, nuestras noches ya no fueron de llanto y
acompa�amiento, fueron noches de folleteo en que fui su mujer todas las veces
que lo quiso y lo necesit�. Su car�cter se hizo m�s alegre, bromista y
equilibrado. Conmigo fue cada d�a m�s tierno y amoroso. Ten�a gestos de
verdadero amante, me cuidaba, me complac�a, me sonre�a y mimaba cuando est�bamos
solos. No perd�amos ocasi�n de darnos intensos morreos y muchas veces estuvimos
a punto de ser sorprendidos.
Hasta que lleg� el d�a de ser licenciados.
Yo me fui unos d�as antes.
Bajo su almohada le dej� una carta.
En s�ntesis le expresaba todo cuanto significaba para m�.
C�mo para m�, todo ese tiempo gracias a su compa��a y nuestros encuentros hab�a
sido mucho m�s llevadero y que constituir�a para siempre en mi vida la etapa de
mi juventud m�s feliz gracias a su cari�o, su amistad y su pasi�n. Que de todos
modos le dejaba en libertad de acci�n. Que no se sintiera atado a m�. Que ahora
volver�a a su familia y a su vida habitual. Pero que si alguna vez deseaba
verme, siempre estar�a a su disposici�n. Que no quer�a que por ning�n motivo me
sintiera como una carga ni me recordara como un mal momento.
Ahora �l tiene la �ltima palabra.
Estoy en el pueblo que �l conoce. Hace una semana que debi�
salir licenciado. Tal vez, alg�n d�a, aparezca por aquel recodo del camino por
donde aparecen los que llegan a mi casa. Quiz�s venga. Quiz�s no. En cualquier
caso, en el viejo roble, a la entrada de mi casa, luce y estar� para siempre
all�, atada, una cinta amarilla.
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