Relato: Debut� con mi padrastro y mi mam� 2



Relato: Debut� con mi padrastro y mi mam� 2

Aun temerosa, se deja llevar junto a ella y para terminar de tranquilizarla sobre la inconsciencia de la mujer, su padrastro la interroga sobre si a pesar de su fatiga, le gustar�a que le hiciera �cosas�; sorprendentemente y como si estuviera despierta, su madre le dice claramente pero farfullando un poco que ya sabe que ella siempre est� dispuesta para hacer lo que �l quiera. Sibilinamente, su marido le pregunta si entre esas �cosas� ser�a posible que tuviera sexo con otra mujer y ella, sin mostrarse molesta u ofendida pero dejando aflorar al inconsciente, le responde que en ese caso no ser�a la primera vez.
Mirando a la chica sorprendido y exaltado por esa verdad que lo golpea tanto o m�s que a su hijastra, vuelve a interrogarla sobre c�mo y con qui�n ha sido; sonriendo memoriosa, Clarisa le confiesa que luego de su viudez y antes de ponerse de novio con �l, la esposa de otro amigo cuyo nombre asombra a Marcial, la hab�a convencido para que la dejara �aliviarla� de su larga abstinencia, pero que eso no hab�a sucedido m�s de cinco a o seis veces en las que realmente se hab�an sacado el gusto rec�procamente con total benepl�cito.
Ya lanzado por el deseo y mucho por el rencor de haber ignorado siempre esa faceta de la mujer de quien cre�a saberlo todo sexualmente, le susurra sugerentemente si actualmente le gustar�a repetir esa situaci�n y cuando ella reconoce entusiasta que siempre est� en alerta con las mujeres de su entorno para ver si�liga� algo, no duda en preguntarle si P�a se encuentra dentro de esas posibles candidatas; con voz ya oscurecida por la pasi�n, admite que desde su desarrollo y cada d�a m�s, la muchacha le hace tener tan malos pensamientos como para desear llevarla a una cama pero que se aguanta y aguantar� s�lo porque es su hija y no por no querer someterla a las m�s viles perversidades.
Las respuestas de la mujer van excitando a la muchacha que, bajo la supervisi�n del hombre, comienza a recorrer con la punta de los dedos el torso de su madre que parece olvidada ya del interrogatorio y gime mimosa ante esos contactos leves como peque�as ara�itas recorri�ndole la piel. P�a se prueba a s� misma y eso que hace coloca en distintas partes del cuerpo escozores y pinchazos in�ditos que contribuyen a su excitaci�n; embelesada por la generosidad del cuerpo y la tibieza sedosa de su piel, recorre los hombros, el sonrojado pecho sobre los escalones del estern�n, se hunde en el valle entre los senos para despu�s, como un moroso caracol, trepar en c�rculos las s�lidas laderas de la teta.
El aspecto de las aureolas fascina a la muchacha, ya que midiendo m�s de cinco cent�metros, de color amarronado, est�n cubiertas por finos gr�nulos que en su borde coronaban otros mayores con aspecto de verrugas, pero lo m�s destacado son los pezones que a diferencia de los suyos, son delgados y largos con una punta ovalada fuertemente rosada; roz�ndolos apenas, las yemas le transmiten como una electricidad est�tica que le complace y tras un leve recorrido en c�rculos, el largo pez�n la atrae para que verifique su elasticidad.
Ese examen a la piel de un suave color canela que el bronceado acent�a pero que en donde la cubre la bikini muestra su verdadero color, le produce sensaciones que nunca hubiera imaginado experimentar con una mujer y menos aun con su madre, pero los olores a salvajina, sudor y aromas naturales de las hembras que emana, toda vez que Clarisa no se ba�ara despu�s de un d�a tan agitado, la convocan irremisiblemente y siguiendo el trazado del surco que atraviesa el abdomen, delinean en profundo hoyo del ombligo, recorren la comba del bajo vientre y resbalan hasta tropezar con el velludo tri�ngulo de profundo color negro que parece se�alar el nacimiento de la vulva, all� donde apenas se ve el cuerpo semi hundido del cl�toris.
Eso tambi�n es motivo de curiosidad, toda vez que ella simplemente recorta su espesa alfombra dorada s�lo como para que las guedejas no excedan la bombacha; fascinada por la vista de esa vulva oscura y abombada como una especie de empanada, hace a los dedos aventurarse en la profundidad de una ingle y junto a su arribo a la profunda hondonada entre la pierna y la vulva, un mimoso quejido de su madre la estremece de gozo y resbalando en la transpiraci�n del hueco, desciende hasta donde mueren los labios mayores.
Curiosa por naturaleza, sigue de cerca la actividad de los dedos y esas lindezas que va descubriendo en su madre y a un leve movimiento de esta separando voluntariamente la piernas en reacci�n instintiva a la caricia, una tufarada de aromas la envuelve, mezcla de sudores, orines y flatulencias vaginales; alborozada por lo que para ella son fragancias ex�ticas, lleva un dedo a recorrer el l�bil costur�n de los labios mayores para arribar al sitio donde se ve el nacimiento de un cl�toris sumido entre las carnes.
Aunque sabe de qu� se trata, aquello la perturba de tal modo que tiembla como una hoja por lo que va a pasar y entonces, la voz de su padrastro muy cerca suyo, le dice que comience de una vez con la minetta. Ella no conoce el significado de la palabra, pero como �l la instruyera sobre qu� hacer con su madre, saca la lengua t�midamente y con su punta lame delicadamente el arrugado capuch�n.
Y ese es el toque m�gico, el contacto que la hace devenir definitivamente en una salvaje hembra en celo, ya que ese sabor la trastorna de tal manera que, acost�ndose entre las piernas de Clarisa que Marcial colabora encogiendo y separando, hace tremolar la lengua como lo realizara sobre la verga del hombre; recordando lo que este hiciera en su sexo horas antes, separa con los pulgares los gruesos labios para encontrarse con un panorama que difiere totalmente del suyo.
Todo el interior tiene un subido tono rosa casi sanguinolento y los labios menores son dos l�neas paralelas de gruesas carnosidades retorcidas que se oscurecen en los bordes hasta un viol�ceo casi negro, que en la parte inferior se abren en dos l�bulos carnosos que tapan colgantes la entrada a la vagina y, contrastando con tanta oscuridad, al separarlos, encuentra el profundo hueco de un �valo p�lidamente iridiscente en el que campea en su parte media el agujerito de la uretra y en la cima, la rosada cabecita del cl�toris segada por una membrana traslucida y cubierta por un arrugado capuch�n.
No hacen falta las indicaciones del hombre que para que lama y chupe al sexo, ya que ella est� lo suficientemente excitada como para desear hacerlo sin ordenes y hundiendo la boca toda en el magn�fico sexo, inicia con esa sapiencia instintiva que tienen las mujeres para el sexo, una especie de masticaci�n a las carnes en la que juegan lengua, labios y dientes; en una especie de c�rculo vicioso, cuanto m�s se excitaba por los sabores y los olores, tanta m�s vehemencia pon�a en hacerlo, provocando en la desmadejada mujer no s�lo peque�as reacciones nerviosas, sino tambi�n la expresi�n quejosa de la satisfacci�n que deb�a de experimentar aun en su estado de inconciencia.
Un ansia glotona la domina y tras llevar la boca a apoderarse del cl�toris que ya muestra una m�nima erecci�n para chuparlo con �vido frenes�, trata de buscar con los dedos la fragante entrada a la vagina pero es nuevamente Marcial quien interviene; tom�ndola por el rodete en que la ha hecho peinar la dorada cascada de su lacio cabello rubio para que la moleste al hacer esas cosas, le alza la cabeza para contemplar confundido su expresi�n de hambre salvaje, con la boca abierta como si fuera una mujer vampiro por los hilos de baba que chorrean entre los dientes.
Ante sus sacudones, ella reacciona y comprende hasta donde llega su desviaci�n pero atenta a las severas palabras de su padrastro de que �l es quien manda, recupera el sentido y seren�ndose, trepa por el vientre de su madre, lamiendo y chupando cada regi�n del hermoso cuerpo; realmente, la muchacha no termina de dar cr�dito a lo que hacerlo con otra mujer produce en ella, ya que el deseo confunde toda noci�n de moral, escr�pulos y decencia, superando la propia estima como persona.
Los aromas y sabores as� como la tibia tersura de la piel la obnubilan y la lengua no se da abasto para recorrer la comba de la suave pancita mientras los labios enjugan la saliva en delicadas succiones; es tanto el goce que mimosos gimoteos escapan de su boca y mientras las manos acarician independientemente el torso y los pechos, se adue�a de la hondonada del ombligo, sorbe en ella la tenue capa de sudor acumulado que guarde restos de los olores del d�a, encuentra el surco que divide al torso y por �l asciende hasta donde las manos soban a los senos.
Como cuando los acariciara, mira admirada los macizos senos de su madre y la lengua busca rastros de sudor en la arruga que forma la comba sobre el abdomen mientras sabios de toda sabidur�a, sus dedos �ndice y pulgar encierran los pezones para pellizcarlos y frotarlos reciamente entre ellos; labios y lengua exploran la empinada ladera de la teta para luego escalarla hasta encontrar la rugosa corona de la aureola.
Con la sensible punta tantea los gr�nulos mayores y ciertamente estos abultan como diminutas verrugas que ante su insistente acicate hacen gemir a la mujer; espoleada por semejante bienvenida, la lengua fustiga reciamente al largo pez�n que se inclina como trigo ante ese embate y despu�s de azotarlo repetidamente en distintas direcciones, lo envuelve entre los labios para mamarlo como cuando era ni�a y tal vez ese recuerdo at�vico termina de exacerbarla, ya que los dientes se unen a los labios en un delicioso martirio que provoca en su madre hondos ayes y suspiros de placer.
Por el rabillo del ojo alcanza a ver que Marcial no se contenta con ser su mentor sino que aprovecha la situaci�n para graficarla con su c�mara y conociendo qu� es lo que har� despu�s el hombre, contrariamente a lo que podr�a esperarse, eso pone en su mente ya invadida por la lujuria, un ansia por demostrar a los potenciales miles de internautas de qu� cosas es capaz y en tanto aferra al pez�n entre los dientes para estirarlo como si probara su elasticidad, realiza lo mismo con los dedos en el otro, no s�lo para retorcerlo vigorosamente sino que simult�neamente clava en �l el filo de la u�a del pulgar.
Su madre ya no se limita a gemir entre ininteligibles palabras apasionadas sino que habiendo recuperado parcialmente su movilidad, retuerce el torso al tiempo que su pelvis inicia el esbozo de un remedo a c�pula y cuando el hombre le dice que termine con eso para besar en la boca a Clarisa, como si le hubiera dado piedra libre, se abalanza sobre el rostro querido al que aferra entre las manos y en tanto busca con gula la boca espectacular de su madre, restriega su peluda entrepierna contra el mondo sexo que aquella menea.
Aunque experta en el beso desde los trece a�os y habiendo hecho de �l algo tan excitante que con s�lo practicarlo alcanza sus eyaculaciones; l�gicamente eso sucede cuando su pareja masculina no s�lo la besa sino que ambos utilizan las manos como complemento en exploraciones m�s que �ntimas que, en su caso, derivan a una masturbaci�n que termina en mamada; no es este el caso, pero el hecho de que sea una mujer y nada menos que su madre, no hace sino excitarla hasta la enajenaci�n.
Aunque el tono de la piel de Clarisa no obedezca a antepasados negros o ind�genas, algunas de sus rasgos guardan esas caracter�sticas y aparte de los enormes ojos achinados que contradictoriamente son de un brillante verde mar, los labios son grandes, gordezuelos y morbidamente d�ctiles; ahora se encuentran entreabiertos para que de la boca surja no s�lo su aliento perfumado en hondos suspiros satisfechos, sino que se mueven nerviosos en el balbuceo.
Tentada por su aspecto y por una irrefrenable avidez que la hace estregar voluptuosa el cuerpo contra el de su madre, curiosea con la punta de la lengua toda la superficie de los labios para luego filtrarse al interior a hurgar entre la enc�a y los dientes; los labios de la mujer se mueven tr�mulos y cuando ella introduce la lengua para explorar el interior, seguramente en un acto reflejo, la de Clarisa la enfrenta en delicados embates en los que se traban en deliciosa pugna.
Instintivamente, P�a coloca de costado la cabeza y entonces los labios se unen en un ensamble perfecto y as�, ambas se entregan a succionantes besos en los que murmuran toda su incontinente necesidad y cuando ella siente las manos de su madre acarici�ndole las espaldas y alza la vista para encontrarse con sus claros ojos abiertos en una mirada perdida, alerta a Marcial por lo que cree un despertar de la mujer, pero este, que se encuentra tan s�lo a cent�metros filmando los fant�sticos besos en primer�simo plano, la tranquiza al decirle que su madre se encuentra en la segunda fase de la droga en la que recobra totalmente el conocimiento y los sentiros como si estuviera consciente de sus actos pero todo lo que haga en ese estado, s�lo ser� un hueco en su cerebro, tal como si nunca hubiera sucedido.
M�s tranquila y con esa recuperaci�n de la mujer que le promete una relaci�n tan normal como si estuviera en sus cabales, en la que seguramente ambas se brindaran con toda la lujuria que sus mentes alteradas les permita pero con la seguridad de que en ella no quedar� el menor recuerdo, vuelve a trenzarse con desesperaci�n en esos besos de viciosa lubricidad en que las dos parecen dejar ir el alma por sus bocas.
Aunque sus ojos todav�a est�n como velados, Clarisa parece haberla reconocido y lejos de rechazarla, se afana en los besos al tiempo que la llama su nenita y susurra que por fin cumple su sue�o de tenerla entre sus brazos para practicar juntas los juegos m�s perversos actos que sus fantas�as elaboraran por a�os; esa liberaci�n de la mujer en la que deja crudamente expuestos sus pensamientos y sensaciones m�s intimas entusiasma a la chica y renueva el vigor de los besos hasta que, siguiendo las indicaciones de su padrastro, se coloca invertida sobre Clarisa.
En esa posici�n y guiada por �l, desciende otra vez a los pechos que soba y estriega con las manos mientras la boca vuelve a saciarse en los pezones, con la agradable sorpresa de que la mujer se prende entusiasmada a sus senos que cuelgan oscilantes frente a ella; a pesar de no haber realizado nunca un sesenta y nueve, presiente intuitivamente de qu� se trata y esa promesa la apasiona, por lo que despu�s de unos deliciosos momentos en que siente el placer de la boca materna aplic�ndose entusiasta en sus senos, desciende r�pidamente por el vientre a la b�squeda de aquel tesoro que ya degustara.
Esta vez, Clarisa le da la bienvenida abriendo sus hermosas piernas encogidas para darle lugar en v�rtice y cuando P�a se acomoda sobre el sexo, es ella quien la coloca exactamente sobre su cara con las rodillas lo m�s separadas posible y asi�ndola por los muslos, la baja para que la boca busque el contacto con la velluda mata; a diferencia de la lengua vigorosa de Marcial, la de su madre es �gil pero consistente y la punta afilada se desliza sobre los hinchados frunces de los labios menores con un fogoso vibrar que motiva aun m�s a la muchacha quien, siguiendo lo que le pide su mentor y haciendo un esfuerzo por la diferencia de corpulencia y pr�ctica, consigue enganchar las piernas encogidas debajo de sus axilas y as� todo la zona er�gena se presenta oferente ante sus ojos codiciosos.
Una gula sexual jam�s experimentada la invade y para satisfacerla, dirige su lengua tremolante a buscar entre los soberbios cachetes de las nalgas en procura del oscuro agujero anal para estimularlo en�rgicamente; esa acci�n ha sido totalmente involuntaria y en una respuesta at�vica a lo que Clarisa realiza en su sexo con lengua, labios y dientes poniendo en evidencia su admitida experiencia, fustiga reciamente el negro agujero que guarda aromas y sabores de todo un d�a, pero eso, lejos de repugnarle no hace sino incrementar la perversa lujuria que poco a poco va domin�ndola.
Separando aun m�s los m�rbidos gl�teos con las manos, ya no solamente intenta penetrar los esf�nteres con la punta de la lengua, sino que los labios van someti�ndolos a poderosas chupadas por las que degusta las mucosas intestinales que desconoc�a exist�an, toda vez que la lengua ha penetrado minimamente al recto y escucha como la mujer, abandonando por un instante su sexo, no solo la alienta a continuar sino que le exige con el lenguaje m�s obsceno que la someta con los dedos; frescas aun en su cuerpo y mente las sodom�as de su padrastro tan s�lo horas atr�s, lleva la punta del dedo mayor a suplantar al �rgano bucal y con un goce desconocido, va penetrando el cerrado conducto que responde a eso dilat�ndose mansamente.
La reacci�n de Clarisa demuestra su apasionamiento por los sexos femeninos, ya que pasando los brazos por la cintura para que sus manos envuelvan las nalgas, somete a la muchacha a un verdadero festival de lamidas, chupadas y mordiscos que a su vez provocan en su hija que la boca suba hasta el sexo para ejecutar en �l similares cosas; unidas casi simbi�ticamente, fundidas una en la otra, se prodigan con bocas y dedos en una fant�stica danza a la m�sica de sus ayes, suspiros y palabras incoherentes y entonces, colocando estrat�gicamente la c�mara para que pueda verse todo, Marcial se suma a ellas separando la cabeza de su mujer para introducir lentamente al fabuloso falo dentro de P�a.
Eso es m�s de lo que chiquilina devenida repentinamente en mujer esperaba recibir y en tanto le pide que lo haga lentamente hasta que la vagina vuelva a acostumbrarse, sentir nuevamente la verga desliz�ndose deliciosamente en su vagina la crispa de tal modo que es su madre quien paga las consecuencias de tanto placer, ya que P�a vuelve con su boca al cl�toris en profundas succiones y la otra mano va introduciendo tres dedos a la vagina de Clarisa.
El prop�sito de Marcial no es someterla a un coito completo y despu�s de cuatro o cinco remezones, retira al falo para ponerlo sobre la boca de su mujer quien �vidamente comienza a chuparlo para saborear los jugos m�s �ntimos de su hija y el hombre penetra con el pulgar el ano de la muchacha. La dicha que le provoca tama�a verga y su madre restreg�ndole el cl�toris con dos dedos, se refleja en su accionar en el sexo de esta; ya no s�lo chupa insistentemente al cl�toris sino que la boca toda se mueve sobre los fruncidos tejidos para succionarlos con vigor al tiempo que los mordisquea incruentamente, aumentando los dedos de la vagina a tres e �ndice y mayor juntos se mueven enloquecidos en la tripa.
Tanto as�, que su madre deja de chupar la verga de su marido para volver a enterrar la boca en la vulva donde realiza prodigios; de esa manera el matrimonio se turna en contentar a la muchacha hasta que esta les anuncia que est� pr�xima a la eyaculaci�n, ocasi�n en que Marcial retira el falo de la vagina para intentar nuevamente penetrarla por el ano.
No obstante el sufrimiento inicial, P�a ha disfrutado como loca por la anterior sodom�a, pero ahora, a pesar del exquisito trabajo de su madre y los eventuales chupeteos de esta al ano, los esf�nteres se han contra�do como temerosos ante la irrupci�n de semejante portento; aunque la joven alienta a su padrastro para que vuelva a penetrarla, este debe hacer un prodigio de dilataci�n por medio de su dedo pulgar que resbalando sobre la saliva que �l deja caer en la hendidura, no s�lo se mete enteramente a la tripa sino que va movi�ndose paulatinamente en c�rculos que terminan por distender totalmente a los m�sculos.
Aquello incrementa en la chica las ansias por acabar y rugiendo iracunda entre los maceramientos de su boca al sexo de su madre, le suplica que la sodomice de una vez; apoyando nuevamente la ovalada cabeza sobre el ano, �l pone sobre el pr�apo todo el peso de su cuerpo y lenta, progresiva y dolorosamente, este se hunde en el recto hasta que la pelvis del hombre toma contacto con las nalgas.
El martirio de la ruda expansi�n muscular se ve compensado cuando al detener la penetraci�n para que ella recupere el aliento despu�s del alarido rugiente, Clarisa acomoda la cabeza para no ser golpeada por los test�culos de su marido en sus exquisitas mamadas al cl�toris y la masturbaci�n que ella le realiza introduciendo tres dedos en la vagina la lleva una expansi�n hist�rica de tal magnitud que, mientras se ceba con dedos y boca tanto en el sexo como el ano de su madre, siente la delicia en que va convirti�ndose la sodom�a cuando su padrastro ejecuta un maravilloso vaiv�n.
Y as�, convertidos en un solo ser cuyas carnes se hacen miscibles para conformar un todo, los tres van alcanzando sus eyaculaciones y orgasmos, de los que disfruta la jovencita al sentir simult�neamente en la tripa la calidez del semen y en la boca los sabrosos jugos vaginales de su madre, quien a su vez paladea encantada los fragantes sabores uterinos de P�a.

Durante largo rato los tres descansan confundidos unos en los otros pero es finalmente Marcial quien se retira de encima de ella y busca en la c�moda un artilugio que espantar�a a su hijastra si no estuviera sumida en el sopor; este es un arn�s forrado en terciopelo cuyos cierres son de velcro para adaptarlos a cualquier contextura y que en su frente tiene una copilla curvada de pl�stico semi r�gido de cuyo frente parte un falo que no es solamente otra r�plica de un pene como tantos consoladores, sino que el �valo de la cabeza posee profundas estr�as helicoidales y la primera parte del tronco muestra ondulaciones paralelas mientras que la segunda est� cubierta por m�ltiples verrugas de distinto tama�o y flexibilidad, pero lo m�s espectacular es que al colocarle Marcial una bater�a y apretar un bot�n en la parte superior, las tres secciones cobran movimiento y, al tiempo que la cabeza gira en sentido de las agujas de un reloj, la parte acanalada del tronco lo hace inversamente y la tercera imita la rotaci�n de la cabeza, cada una con una velocidad distinta
P�a ensaya una mimosa protesta cuando �l la da vuelta boca arriba y le alza las caderas para colocarle el pavoroso arn�s, pero es precisamente una de sus cualidades lo que la hace recuperar los sentidos, ya que el interior de la copilla est� cubierto por infinidad de puntas de silicona que afiladas pero no hirientes, se clavan en las sensibles carnes del sexo. Asombrada por lo que experimenta pero m�s por el aspecto del consolador, le pregunta a Marcial que pretende que haga con esa monstruosidad y aquel le contesta con sard�nica sonrisa que imagine qu� pudiera ser; la chiquilina no es lela y despu�s de lo que ha demostrado ser capaz de hacer, se pregunta por qu� �l desea que posea a su madre con semejante artefacto y como en un efecto domin�, se encuentra pregunt�ndose qu� se sentir� al someter como un hombre a otra mujer.
Todav�a est� fatigada por el esfuerzo anterior y en tanto gratifica a su padrastro con una p�cara sonrisa de c�mplice entendimiento, extiende una mano para verificar la textura del aparato y el s�lo movimiento de rodearlo con los dedos, levanta llamaradas de pinchazos agradabil�simos en las carnes soflamadas del sexo; complementando su exploraci�n t�ctil, Marcial le explica que esas anfractuosidades estimulan como ninguna otra cosa las carnes y como ejemplo, pulsa en bot�n externo para que ella contemple fascinada el movimiento giratorio encontrado de las tres superficies, comprobando con las yemas de los dedos los distintos efectos simult�neos de esas zonas.
Imagin�ndola girando y vibrando en su interior la trastorna de tal manera que su boca se llena de una saliva golosa y asintiendo con los ojos chispeantes a la mirada ansiosa de su padrastro, se deja conducir sobre la cama; la droga aun act�a sobre su madre que si bien no est� despierta pero tampoco dormida, exhibe una sonrisa bobalicona en el rostro y sus ojos permanecen vacuos como los de una mu�eca.
Manej�ndola como a una, Marcial la acomoda en el centro de la cama y le hace abrir las piernas para luego encog�rselas al tiempo que le ordena las mantenga as� aferr�ndolas por detr�s de las rodillas; obedeci�ndole mansamente, Clarisa encoge sus largas piernas hasta casi rozar los hombros y con esa experiencia que dan los a�os, instintivamente, menea la grupa para que toda la zona er�tica queda expuesta en oferente entrega.
Cuando Marcial acomoda a P�a arrodillada frente a ella, sus ojos se iluminan de jubiloso contento y pronunciando su nombre en amorosos suspiros ansioso, extiende sus manos invitadoramente; confundida y dubitativa, la chiquilina aun no se anima a concretar una c�pula con quienes su progenitora y dici�ndole a su padrastro que todav�a no est� lista para eso y que la deje entrar en clima a su manera, se inclina sobre la mujer para dejar que esta la reciba con una sonrisa de lubrica alegr�a que se dibuja en el hermoso rostro para que este aun parezca m�s bello a su hija quien, apoyando las manos sobre sus pechos en tanto siente como las fuertes piernas resisten el empuje de sus hombros, baja la cabeza para ir al encuentro de la que levanta la mujer y las lenguas de ambas, se traban tremolantes en una lucha silenciosa de indescriptible goce.
Los ojos id�nticos de madre e hija se funden en una sola mirada en la que la pasi�n lujuriosa prima por sobre toda otra cosa y en entonces que Clarisa env�a sus manos a la b�squeda de esos pechos que cuelgan oscilantes, aparentando por la posici�n ser m�s grandes que en la realidad; las manos expertas soban primero los globos carnosos para luego y como si verificara su consistencia sigue estruj�ndolos un poco m�s cada vez.
A P�a le place tanto lo que hace su madre, que por otra parte es a lo que m�s acostumbrada est� y por lo tanto m�s sensibilizada, que une a la lengua el trabajo de los labios y envolviendo la r�gidamente tensa de Clarisa, comienza a chuparla como su fuera un pene; eso parece enardecer a la mujer quien ya no se contenta con el recio manoseo a los senos de su hija sino que los dedos se cierran sobre los pezones para pellizcarlos primero y, al tiempo que las succiones a su lengua se convierten en una verdadera felaci�n, va retorci�ndolos y rasc�ndolos con los filos agudos de sus u�as.
P�a todav�a se asombra de que tanto ella como su madre, despojadas de los disfraces cotidianos, disfruten tanto en esa relaci�n, ya que supone, acertadamente, que el efecto de la droga no ha hecho otra cosa que liberar a la verdadera Clarisa. Tambi�n comprende que aunque ella no haya consumido lo mismo, el demonio larvado en su mente y lo m�s profundo de sus entra�as por los l�mites que ella misma se impusiera con los muchachos y que la fant�stica c�pula sostenida con el hombre despertara, la domina totalmente y eso no la disgusta, toda vez que ellos tambi�n gozan con su expansi�n.
Abandonando la lengua de la mujer, su boca se desliza por el cuello hasta donde se sacuden oscilantes como gelatina los s�lidos pechos y trepando r�pidamente las colinas, busca con labios y lengua envolver al pez�n al tiempo que sus manos los soban desde las mismas bases; angurrienta, se las arregla para variar los chupones con fuertes azotes de la lengua a los pezones de ambos pechos que alterna en sus chupeteos.
Su madre responde en consecuencia y soltando las piernas, las cruza sobre sus ri�ones para presionarla con un suave movimiento copulatorio mientras sus manos acarician su cabeza en un inequ�voco movimiento hacia abajo; la joven presiente cual es el verdadero af�n de Clarisa e irgui�ndose, hace caso a las indicaciones de Marcia y asiendo el tremendo falo artificial con una mano, lo apoya en la dilatada boca del sexo y cuando �l presiona el bot�n de la copilla y las tres secciones rotan en sentido y velocidades diversas, comienza a introducirlo en la vagina.
De la boca de su madre brotan ayes y suspiros apasionados y en tanto retuerce el cuerpo haciendo girar sus cabeza de un lado al otro, la alienta con insistentes asentimientos a que la penetre de una vez por todas; apoyando las piernas de la mujer en sus hombros y en tanto se inclina hacia delante para hac�rselas encoger, siente como las m�ltiples agujas de silicona se frotan dolorosa y placenteramente contra toda su carnadura expuesta y el consolador comienza a transitar el canal vaginal de su madre.
En la medida que la pavorosa verga se hunde, ella experimenta una nueva sensaci�n de dominante prepotencia y cuando finalmente la copilla se estrella contra la vulva, se aferra con las manos a las caderas de Clarisa para iniciar un lento vaiv�n que la place tanto como a la otra mujer que la bendice e insulta simult�neamente por el goce que le est� proporcionando; P�a se da cuenta entonces cu�l el placer masculino al poseer a las mujeres y eso parece transferirle una masculinidad que so conoc�a-
Al tiempo que busca establecer un ritmo a los disparejos rempujones en los que siente no s�lo c�mo hace gozar a su madre sino lo que ella experimenta con las puntas escarbando rudamente los tejidos interiores de la vulva y el cl�toris y cuando Clarisa encoge las piernas para despu�s pasarlas entre sus brazos y rodearle la cintura con los talones presionando las nalgas, encuentra que esa flexi�n de las rodillas por la que su madre extiende y contrae las extremidades, finalmente le hace encontrar una cadencia que place a la dos, ya que la mujer arquea y retuerce el torso mientras sus manos atenazan las s�banas como si quisiera rasgarlas.
Ella misma desear�a hacer lo mismo y sin quererlo hunde los dedos en la piel de la cintura, d�ndose envi�n en un arco perfecto por el que las puntas destrozan sus carnes y las excrecencias de la verga tambi�n deben de actuar de la misma manera en Clarisa, ya que esta gime y lloriquea mientras la anima a no dejar de darle semejante goce.
Marcial ve como el cansancio va agotando las fuerzas de la voluntariosa muchacha y entonces la hace salir de la mujer para echarse boca arriba con el consolador como un enhiesto m�stil; aunque luego la droga no har� guardar recuerdos de la monstruosa c�pula a su madre, la experiencia y el instinto dominan ahora a su madre quien, privada del inmenso placer que le estaba proporcionando, se levanta para acomodarse acaballada sobre ella y descendiendo el torso lentamente, emboca la punta del consolador al que indudablemente conoce y usa, en la boca alien�gena de la dilatada vagina y parsimoniosamente, va introduci�ndolo en ella en medio de una sonrisa que descubre por su rictus toda la perversa libidinosidad que la habita.
Mordi�ndose los labios por el sufrimiento y resollando sonoramente por las narinas dilatadas de la nariz como los hollares de una bestia, llega a rozar con la vulva la copilla pl�stica y deteni�ndose como para recuperar el aliento, abre con los dedos los labios de la vulva para que rasquen la superficie y comienza a dar a su cuerpo un moroso movimiento copulatorio, adelante y atr�s, que aparte de hacer que la verga r�gida se mueva aleatoriamente en su interior, le permite frotar con dos dedos al erecto cl�toris para incrementar el placer y su tama�o.
Para P�a esa imagen de su madre es maravillosa, ya que con su rostro transfigurado por la pasi�n y el cuerpo ondulante, hace que los rotundos pechos se alcen y leviten aleatoriamente y las columnas de sus piernas son el remate precioso para las contundentes caderas; fascinada y enardecida por el insoportablemente delicioso roce de las puntas en su sexo, encoge las piernas para apoyar los pies y darse impulso hacia arriba, penetrando m�s profundamente a Clarisa que, ante la arremetida de su hija, inicia un moroso galope subiendo y bajando el cuerpo.
Con las pasiones desatadas en su cuerpo y mente, se solaza con la vista de la mujer y ya no se conforma s�lo con eso, sino que dirige su mano derecha hacia la movediza entrepierna para buscar al cl�toris y acompa�ando la jineteada, lo restriega rudamente para contento de su madre que la alienta a no cesar en tan maravillosa tarea.
Para Marcial el espect�culo so�ado que le brindan madre e hija es una cosa que lo enardece sexualmente y colocando la c�mara para que las sigue tomando, se acerca a la cama para subir a ella y empujando suavemente el torso de su mujer para que la rigidez del falo se acomode al �ngulo sin lastimarla, le ordena que se apoye con sus manos al costado de la muchacha para chuparle los senos; P�a recibe emocionada la excelsa figura de su madre que se aboca directamente a mamarle los pechos como si fuera un beb�, poniendo �nfasis en el chupeteo a los pezones, tal vez con un exceso de pasi�n.
Eso hace que ella lo disfrute tanto que da a la pelvis aun mayores �mpetus y cuando su madre comienza a roncar quedamente por la hondura de los golpes del fant�stico pr�apo, ve como su padrastro se acuchilla detr�s de Clarisa para, tras dejar caer una abundante cantidad de saliva en la hendidura, acerca el pene al ano y comienza a empujar; la mujer abandona los pechos de la muchacha para reclamarle al hombre que no la prive de la sublime sensaci�n que da una doble penetraci�n pero que lo haga delicadamente para poderla disfrutar de una manera total.
Las dos mujeres siguen m�s suavemente el movimiento en una especie de ralenti que facilitar� al hombre su trabajo y entonces Clarisa, aprovechando su corpulencia en relaci�n a la chica, coloca extendidas las manos bastante m�s all� de su cabeza para hacer que los senos que la muchacha admira y desea, basculen aparatosamente frente a ella; deteniendo el oscilar con las manos, P�a los soba sin demasiada fuerza a la espera de que su padrastro concrete la sodom�a y cuando este va haciendo entrar muy despaciosamente el falo entre los esf�nteres, observa como su madre alza la cabeza para ir convirtiendo los ayes en un sordo bramido que, cuando finalmente �l empuja con decisi�n y sin pausa totalmente la verga en su tripa, estalla en un alarido que r�pidamente se convierte en un acezar profundo que se entremezcla con una ca�tica proclamaci�n de contento con soeces maldiciones.
Conociendo el largo y grosor del falo de su padrastro y de la monstruosa constituci�n del que ella porta, se imagina el sufrimiento de su madre pero tambi�n el placer que debe de estar obteniendo si es que disfruta de esas penetraciones tanto como ella; notando que Marcial se ha detenido al chocar la pelvis contra la nalgas de su mujer y pensando en el roce de ambos miembros a trav�s de las delgada separaci�n de tripa y vagina, al tiempo que lleva su boca a mamar en la fant�stica aureola y encerrar al pez�n entre los labios, estruja reciamente las carnes de los senos y su pelvis trata de encontrar un r�tmico equilibrio con el suave vaiv�n que ha emprendido Marcial.
Ciertamente, a la jovencita la obnubila de goce ese acople tan antinatural y al tiempo que escucha a su madre alentarlos a ambos para que profundicen la intensidad de los remezones, siente como su propio sexo es torturado por los raspones que el movimiento transmite a las puntas y afan�ndose no s�lo en el chupeteo alternativo a los pezones sino que adem�s sus dientes mordisquean nerviosamente la carnadura y la pelvis encuentra una cadencia en la que, mientras un falo ocupa el ano, el otro sale de la vagina.
Su madre colabora hamacando el cuerpo y meneando la pelvis y tras unos momentos de esa bestial c�pula, les suplica que la hagan acabar con la penetraci�n simult�nea de ambas vergas; acompas�ndose al ritmo de su padrastro, P�a penetra sincr�nicamente a la mujer y aunque eso la hace redoblar sus gemidos de dolor, proclama el pr�ximo advenimiento del orgasmo y entonces la muchacha se esmera aun m�s con boca y dedos en los pezones, mordiendo decididamente a uno mientras el otro es martirizado por los filos de las u�as.
Su madre ya no gime ni jadea, sino que brama roncamente y cuando finalmente su alivi� la alcanza, lanza un grito estertoroso mientras sus l�quidos uterinos exceden la masa del consolador para fluir abundantes sobre la copilla y un llanto convulsivo invade a la mujer que se derrumba placenteramente agotada sobre el pecho de su hija.

P�a y su padrastro dan rienda suelta a sus propios orgasmos contenidos y en una posici�n de infinita ternura, por la que el hombre la penetra desde atr�s en una estrecha�cucharita�, ella vuelve a experimentar la indescriptible sensaci�n del esperma caliente derram�ndose en su �tero y en un semi sue�o, se dejan estar hasta que �l calcula que el efecto de la droga ya ha cesado.
Levant�ndose, conecta la c�mara para que sus im�genes se proyecten en el televisor y muy suavemente va haciendo reaccionar a Clarisa; no hay somnolencia en la mujer, quien se despierta como si hubiese dormido toda la noche y extra�ada al verse y verlos desnudos, s�lo atina a encogerse vergonzosamente en la cama mientras los interroga angustiada sobre qu� sucede; rode�ndola cari�osamente con un brazo por los hombros, Marcial le pide que recuerde cuando en sus m�s encendidas noches de sexo, ambos fantasearan sobre c�mo ser�a hacerlo de a tres y que, gracias a su perdida de conciencia, ella ha satisfecho el sue�o de toda la familia.
Todav�a extraviada y porque aun siente en sexo y ano un palpitar desacostumbrado, les pide por favor que le expliquen qu� cosas han hecho y entonces P�a, obedeciendo a una se�a de su padrastro, enciende el LCD de treinta y seis pulgas para que su madre observe estupefacta qu� a realizado con ambos; ella misma esta entre vergonzosa y asustada antela reacci�n de su madre al verla sosteniendo sexo los dos.
Ante el asombro de la muchacha, las expresiones en el rostro de Clarisa son un cat�logo de emociones, desde sus admitidas relaciones sexuales con otra mujer hasta la alegr�a de verse en un fantaseado sesenta y nueve con P�a. En la medida que el video progresa, ella no s�lo va dici�ndolo todo a trav�s de mohines y gestos de la cara sino que se manifiesta en susurros sorprendidos por las cosas que realizara con uno u otro y luego simult�neamente con los dos.
Ya no hay verg�enza en ella y observando amorosamente a su hija, le confiesa sin falso pudor cuanto la deseara por a�os y que de haber sabido sus tendencias sexuales, hace rato que aquello hubiera sucedido, aunque no tiene claro si hubiera incluido a Marcial tan prontamente; conoci�ndola, este ha seducido a su hijastra para luego inducirla a abusar as� de su madre porque conoce el fondo oscuro que habita su mente y la concupiscente ninfoman�a que la domina y no puede expresar.
Sent�ndose recostado en las almohadas, las acerca a una bajo cada brazo y en tanto las invita a so�ar sobre cosas que ya nunca m�s ser�n fantas�a, exhibe ante su mujer las im�genes del desvirgamiento de P�a e insensiblemente todos caen en el dulce adormecimiento de la satisfacci�n total














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Relato: Debut� con mi padrastro y mi mam� 2
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