Relato: Ariadna (09: Como cogerse a los profes)
Ariadna 9: como para cogerse a los profes.
Esta, mis amigos, es la novena historia de mi Ariadna, la m�s
rica hembra que me he follado. Como me la cont� se las cuento. Le cedo la voz,
como ya es costumbre:
La verdad mi rey es que yo estaba servida: con tres amantes,
un joven vicioso y dos impetuosos adolescentes, ten�a cuanto necesitaba y m�s, y
como soy una chica prudente, aunque no lo creas, tanto as� que hace tres a�os
(me dec�a eso entonces) que ejerzo y ni tengo fama de puta ni mis padres han
notado nada, no pensaba aumentar mi repertorio: ten�a, tengo, unos 40 a�os de
vida sexual por delante. O cincuenta. Lo que pas�, pues, fue imprevisto.
La tardeada era duisfraces y yo fui de gitana, con una
ampl�sima falda larga, llena de vuelos y olanes, una blusa escotada, muchos
collares y una pa�oleta en la cabeza. Xavier iba de norte�os, con su sombrero y
su paliacate, Luis de guerrillero, con su gorra militar y su pasamonta�as y
Marisela... no importa, porque se fue antes de lo bueno. Bail� con Luis y
Xavier, a veces uno, a veces el otro, sobre todo desde que sus jefes pasaron por
la Marisela, y bebimos coca-cola con ron que Juan y otros hab�an metido de
contrabando.
Nada como bailar para prepararse para una noche de sexo:
tocas y te tocan, puedes besar al otro y sentir su mano en tus partes m�s
sensibles. Puedes oprimirle la enhiesta verga contra tu est�mago y pasar la
lengua por su oreja y su cuello, haciendo que se le erice la piel. Y si hay
alcohol no en exceso, porque es contraproducente, mejor que mejor.
Pasaban de las ocho y mis padres pasar�an por mi a las diez,
cuando Luis, bailando muy pegado a mi, me dijo: "Ari, linda m�a, hazme un
favorsote: acomp��ame al taller de dibujo". Yo sospech� lo que se tra�a entre
manos y me excit�. El taller de dibujo estaba bastante apartado del patio
principal, donde se celebraba el esc�ndalo y en una zona oscura de la escuela.
En el camino me dijo: "Xavis y yo dejamos una ventana sin seguro hoy en la
ma�ana, porque siempre hemos querido cogerte sobre un restirador, en plena
escuela, �quieres?" Claro que quer�a, no hac�a falta que se lo dijera. Yo, con
el baile y el cachondeo estaba ya bastante caliente, not� su verga erecta y tuve
hambre, ganas de abrirme para recibirla.
Cuando lleg�bamos, Xavier sali� de la sombras y se llev� un
dedo a los labios para pedirnos silencio. Cuando estuvo junto a nosotros nos
dijo en voz baja: "Acaba de entrar la maestra de dibujo con el de f�sica. No
tendr� ni tres minutos. Ya hab�a llegado y los o� venir y, escondido, los vi
entrar y cerrar con llave desde dentro... y no hay luz ninguna, as� que me
parece muy sospechoso".
Inmediatamente los evoqu�: a la de dibujo mis compa�eros le
dec�an "la coneja", por sus prominentes dientes, o "la sabrosa" y vaya que lo
estaba. Tendr�a unos 40 a�os y salvo los dientes, que la afeaban, y la cara
demasiado angulosa, era una belleza madura: alta y espigada, de buen culo y
grandes tetas, morena clara y de larga cabellera negra, siempre iba bien
arreglada y mejor vestida, como una mu�equita, s�lo daba unas pocas clases por
hora, porque estaba casada con un pol�tico local, del PRI, con quien ten�a dos
hijos, el mayor casi de nuestra edad.
El f�sico, llamado "el loco", cuya clase era dificil�sima
para la mayor�a, era todo lo contrario: egresado de la Facultad de Ciencias de
la UNAM; era militante de izquierdas y hippioso: iba de huaraches y larga barba
y ten�a unos diez a�os menos que la Coneja. Era alto, muy alto, y de buen
cuerpo, y no pocas de mis amigas fantaseaban con �l. Yo, hasta ese d�a no lo
hab�a hecho, pero se me antoj� como un caramelo, mi rey.
Seguramente mis amigos pensaron lo mismo que yo, porque nos
volteamos a ver y Luis murmur�: "entremos sin hacer ruido". El amplio sal�n
estaba a oscuras, lo mismo que la oficina enrejada donde la Coneja guardaba sus
triques. Yo entr� despu�s que ellos, desliz�ndome por la ventana
silenciosamente. Nos agazapamos hasta que nuestros ojos se acostumbraron un poco
a la luz y supi�ramos para donde movernos. Yo le quit� a Luis su pasamonta�as y
me lo puse, luego de haberme quitado la pa�oleta de la cabeza, para
inmediatamente quitarme, sin ruido, la falda, los zapatos y los collares,
quedando vestida con mis pantis y la holgada blusa blanca, aunque cubierta con
el pasamonta�as. Mis amigos entendieron y tambi�n quedaron sin camisa ni
zapatos, s�lo con pantalones y embozados, Xavis de sombrero y paliacate y Luis
de gorra y pa�oleta. Para rematar nuestros preparativos, Luis sac� de su mochila
una linterna sorda ("es que quer�a verte desnuda sobre el restirador", me
explic� despu�s). Todo eso lo hicimos al ritmo de los crecientes gemidos de
nuestros queridos profesores, que ven�an del otro lado del sal�n, donde est� la
oficinita de la Coneja.
Descalzos, caminamos sin ruido hacia el otro lado y, cuando
llegamos cerca, s�lo vimos sus siluetas. Entonces Luis encendi� la linterna y
alcanzamos a verlos, altos y bellos, practicando el m�s viejo y querido deporte
humano: ella estaba sentada en su escritorio y con sus bien torneadas piernas
rodeaba el torso del profe, que nos mostraba sus ricas nalgas y su ancha
espalda.
El Loco volte� y, al vernos, gir� en redondo sacando su verga
del c�lido hogar en que se hab�a aposentado. Era un aparato de buena apariencia,
firme como una roca, vigoroso y palpitante y de inmediato lo quise tener. La
Coneja, por su parte, mostr� su idem, abierto y fragante como una rosa,
brillante con sus propios jugos, aunque su cara expresaba otra cosa: un miedo
atroz, porque su marido era un macho de los que ya no se hacen, por el temor de
ser sorprendida. Se tap� la cara con sus manos y profiri� un sordo grito de
terror.
Entonces yo tom� la iniciativa. "Queridos maestros �dije-. No
teman. Nunca diremos nada, pero ahora inv�tennos" Y uniendo la acci�n a la
palabra di tres pasos al frente y tom� con mi mano derecha el r�gido miembro del
Loco, lo acarici� y, siguiendo un impulso que naci� al tocar la suave piel de su
verga y visto que �l mismo me quedaba muy grande, levant� el pasamonta�as hasta
mi nariz, me agach� y para demostrarle que no hab�a nada que temer y que la
peque�a que ten�a frente a �l era ya una experta, empec� a chupar su miembro,
saboreando los almizclados jugos de la Coneja, que lo cubr�an.
Alcanc� a ver con el rabillo del ojo que Luis avanz� hasta el
escritorio, donde la Coneja segu�a sentada y abierta de piernas. Apag� la
linterna sorda y seguramente se despoj� de la pa�oleta porque lo siguiente que
vi fue su silueta bajar hacia el chochito de la profesora. Yo entonces me
levant�, jal� al loco hacia fuera de la oficinita y al sentir en mis nalgas el
fr�o filo del primer restirador, le dije: "c�geme, profe, c�geme encima del
restirador".
Me recost� y sent� sus manos, firmes y callosas, despoj�ndome
de mis braguitas. Inmediatamente me dio vuelta, poni�ndome boca abajo, con el
culo al aire, y sus dedos empezaron a explorar mi orto. Pero yo quer�a su verga
en mi chochito, as� que le dije: "No profe, por ah� no... o si quieres te lo doy
despu�s. Ahorita quiero verga en mi panochita, y no te asustes, que tomo
anticonceptivos".
No esper� m�s y cambi� de objetivo. En cuanto encontr� mi
entradita dijo: "peque�a putita, si est�s m�s mojada que una tarde de lluvia" y,
ni tardo ni perezoso, dirigi� ah� su capullo. Un par de movimientos bastaron
para que su riqu�simo aparato calzara como mano en guante en mi rajita y un par
de arremetidas fueron suficientes para que se derramara abundantemente en mi. Le
dije: "qu� mal, profe, pero qu� mal", pero el, sujet�ndome firmemente de la
cintura, dijo: "no te salgas nena, que en un segundo estoy listo otra vez".
Efectivamente, luego de unos movimientos suaves y de que
acarici� delicadamente mi cintura, volv� a sentirlo bien firme (nunca se baj�
del todo, dicho sea de paso), empezando a arremeter con tal furia que ahora fui
yo la que me vine a los tres o cuatro empujones. El lo sinti�, no se sali� pero
s� redujo notablemente el ritmo de sus embates, movi�ndose ahora en suaves
c�rculos dentro de mi. Me calent� m�s, si cabe, y quise m�s verga. Llam�: "m�s,
m�s, profe, m�s duro... alguien venga a ayudarle..." pero nadie vino. Detr�s de
nosotros, a espaldas del profe, se o�an los gemidos de la Coneja y de mis
amantes. Nadie vino pero �l volvi� a embestirme con fuerza, a golpes, hasta
hacerme ver estrellas por segunda vez. Yo grit�, pero �l me tap� la boca con su
mano, que mord� fuerte, hasta hacerle dda�o, pero �l, como si nada, sac� su
verga de mi ah�to co�o, embarr� su mano llena de saliva en mi orto, y me penetr�
por la otra puerta casi sin moverme ni moverse. Por ah� siempre me ha dolido
pero me ha gustado y al sentir el ardor que me caus� su entrada reprim� otro
grito y lo mord� m�s fuerte, a lo que �l respondi� con furiosas embestidas.
Llev� mis manos a mi co�o y mientras la derecha masajeaba
fuertemente mi cl�toris me met� en la vagina los dedos �ndice y medio de la mano
izquierda, que entraban y sal�an al mismo ritmo en que la verga del Loco se
mov�a en mi orto. No se qu� tiempo pas� en medio de esa delicia, llena de �l y
de mi, cuando alcanc� mi tercer orgasmo, que casi coincidi� con la derrama de su
ardiente leche en mis tripas.
Ahora s� par�. Se hizo hacia atr�s y sac� su verga. Yo no la
ve�a, me sent�a llena y cansada. Me di vuelta, me quit� el pasamonta�as y,
sentada sobre el restirador lo abrac� y lo atraje hacia mi cara. Le di un largo
beso y le dije en voz baja: "gracias profe. Veo que tienes mucho que ense�arme".
Volv� a besarlo, lo hice para atr�s y le dije: "ahorita vengo". Me deslic�
descalza hasta la ventana por la que hab�amos entrado, me puse a oscuras falda,
collares y zapatos, y dejando atr�s mis bragas, mi pa�oleta y el pasamonta�as,
sal� por la misma ventana por la que hab�a entrado. Hice escala en el ba�o y me
enjuagu� mis partes. De regreso al patio pregunt� la hora: las diez y cinco.
Sal� a la puerta donde ya me esperaban y esa noche tard� en dormir, fantaseando
en lo que habr�a pasado tras mi fuga, en lo que hab�a pasado, sin darme yo
cuenta, en la oficinita de la Coneja. Al d�a siguiente corr� a lo de Luis a
preguntarle y me lo cont�, de la misma forma que te lo voy a contar a ti ma�ana.
Besos.
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Relato: Ariadna (09: Como cogerse a los profes)
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